La guerra de Birmania la ha convertido en la capital mundial del crimen
El país lidera la producción de metanfetaminas y otros narcóticos sintéticos, abasteciendo mercados desde Asia hasta Australia
POR: Hannah Beech
Desde el pueblo en la montaña, los campos de flores se extienden a lo largo de casi todas las carreteras en ondeantes mosaicos de blanco, rosa y morado
La belleza de este rincón del estado de Shan, en el noreste de Birmania, podría parecer un respiro de la brutal guerra civil del país. Sin embargo, las flores son en realidad un síntoma: en estos campos todo es amapola, también conocida como adormidera, y Birmania es de nuevo el mayor exportador mundial de la materia prima para fabricar heroína y otros opiáceos. Y eso es solo el principio.
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Desde que se sumió en un conflicto civil a gran escala hace casi cuatro años, luego de que los militares derrocaran al gobierno electo, Birmania ha consolidado su condición de semillero de delincuencia transnacional. Es un paraíso para señores de la guerra, traficantes de armas, tratantes de personas, cazadores furtivos, sindicatos de la droga y generales buscados por tribunales internacionales.
De acuerdo con el Índice Mundial de la Delincuencia Organizada, Birmania es ahora el mayor nexo de la delincuencia organizada del planeta.
La delincuencia que florece en el fértil suelo de Birmania tiene consecuencias desastrosas para sus 55 millones de habitantes. También está extendiendo los frutos de la transgresión por todo el mundo. Con más de la mitad del país devastado tras el golpe militar de febrero de 2021 que derrocó a la autoridad civil de Daw Aung San Suu Kyi, Birmania está acumulando superlativos cuestionables.
Actualmente es el mayor productor mundial de opio y uno de los mayores fabricantes de drogas sintéticas, como metanfetamina, ketamina y fentanilo. Elaboradas con precursores químicos de las vecinas China e India, las pastillas fabricadas en Birmania impulsan hábitos en sitios tan lejanos como Australia. Con las fábricas trabajando a toda máquina y las fuerzas de seguridad internacionales desbordadas, los precios de estas drogas en la calle son alarmantemente baratos.
Birmania no es solo un narco-Estado. También se cree que es el mayor exportador mundial de ciertos elementos de tierras raras pesadas que impulsan la energía limpia en todo el mundo. En campos de batalla convertidos en páramos tóxicos, los trabajadores excavan en minas ilegales y luego envían las tierras raras a China a través de antiguas rutas de contrabando. La nación del sudeste asiático alberga también el mejor jade y rubí del planeta, que en gran medida se extrae por jóvenes adictos a las mismas drogas que inundan el mercado mundial. Los cazadores furtivos recorren también los bosques de Birmania en busca de fauna y madera en peligro de extinción, a menudo con China como destino final.
La guerra en Birmania está ampliando el alcance de los sindicatos criminales chinos, que operan en la región con impunidad y ambiciones monopolísticas a pesar de las ocasionales medidas enérgicas de Pekín. Las armas chinas fluyen tanto hacia la junta gobernante como hacia las fuerzas de resistencia que la combaten.
En las tierras fronterizas de Birmania, las redes criminales que unen a los capos chinos con los señores de la guerra étnicos secuestran a personas de todo el mundo para que trabajen en fábricas que estafan a la gente por internet. Las organizaciones policiales internacionales afirman que este fraude en línea le ha quitado miles de millones de dólares a jubilados y personas solitarias en Estados Unidos, China, Europa y otros países.
“La delincuencia organizada tiene un gran interés en que continúen los conflictos, porque en ese entorno prospera”, dijo Masood Karimipour, representante regional para el Sudeste Asiático y el Pacífico de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC, por sus siglas en inglés). “Y cuanto más se prolonga el conflicto, más territorio cae bajo el control o la influencia de las partes que pueden obtener ganancias”.
“Las ganancias”, añadió, “proceden de cosas verdaderamente horribles que están destruyendo vidas en Birmania y en muchos otros países”.
El ejército de Birmania y las milicias étnicas que se han alineado con este son por mucho los mayores impulsores de la economía ilícita. Desde el golpe, las sanciones internacionales impuestas por el terrible historial del ejército en materia de derechos humanos han reducido las ganancias de la junta. Pero aquellos que luchan por la democracia y la autonomía regional también saben que las ganancias ilegales son la forma más fácil de alimentar su maquinaria de guerra.
Los reportes hechos por The New York Times en Birmania durante los últimos años de intensificación de la guerra han dejado al descubierto cómo el descenso del país en hacia la categoría de Estado fallido está avivando los conflictos internos y exportando miseria, dependencia y corrupción a todos los continentes.
Estos son los principales engranajes en el complejo militar-industrial del crimen de Birmania:
Opio al aire libre
En las colinas Shan de Birmania, la amapola es conocida como “la flor de la paz”.
El nombre es una ironía: en el estado de Shan, no ha habido una verdadera paz desde hace décadas. A lo largo de los años, más de una decena de grupos guerrilleros étnicos han luchado contra el ejército de Birmania —y entre ellos mismos— por el dominio, no solo del territorio, sino también del comercio de drogas.
Esta temporada de siembra, el cultivo de opio en el municipio de Pekon, en el estado de Shan, alcanzó un hito preocupante. Durante años, los campesinos cultivaron sus amapolas en montañas y valles, lejos de las autoridades que, a veces a punta de pistola, imponían impuestos, exigían una parte de la cosecha o incluso destruían sus campos.
Hoy, estos productores cultivan flores de opio abiertamente, en sus pueblos. Alimentados por complejos sistemas de riego, los campos de amapolas se mecen junto a iglesias, templos, comisarías y ayuntamientos. Los cultivadores cosechan la rezumante resina de opio sin temor a ser descubiertos.
“Ahora no hay gobierno, no hay ejército, así que no tenemos que escondernos”, dijo Daw Hla Win, mientras volvía de cuidar sus amapolas en un campo ubicado frente a su casa. “Es la mejor época para el opio”.
Antes del golpe, funcionarios electos y burócratas extranjeros intentaron convencer a los cultivadores de opio de Shan de que abandonaran sus prácticas tradicionales y cultivaran sustitutos como aguacate, café y maíz. Sin embargo, los empobrecidos agricultores de estas aisladas colinas dicen que había poco mercado para esos cultivos.
Además, el opio, que aquí se ha utilizado de manera moderada como medicina durante generaciones, es más lucrativo. Esta temporada de floración, que va de noviembre a febrero, los precios de la resina de opio ya alcanzan los 430 dólares por libra, el triple de lo que costaba hace unos años.
“La vida es impredecible”, dijo Ko Htein Lin, quien ha cedido sus tierras de cultivo para cultivar amapolas. “Necesitamos ganar dinero cuando podemos”.
La UNODC calcula que este año se exportaron desde Birmania hasta 1260 millones de dólares en heroína, procedente en su mayor parte del opio del estado de Shan. Muchos de los cultivadores de opio de Pekon son aparceros desplazados por los combates, que pueden ganar apenas 2 dólares al día.
“Tengo que sobrevivir”, dijo Ko Pa Lae, quien huyó junto con su familia de los ataques aéreos de la junta sobre su ciudad natal.
Hace un año, una ofensiva de la resistencia expulsó a los militares de decenas de pueblos, poniendo estos campos de opio bajo el mandato de un grupo armado étnico que forma parte de la resistencia antigubernamental. Al mismo tiempo, el ejército de Birmania —que aterroriza a la población civil con ataques aéreos y de drones— y sus milicias asociadas están comprando la mayor parte del opio que se cultiva aquí, señalan los pobladores. Algunos rebeldes que luchan contra el ejército también están involucrados en el comercio, aunque otros grupos armados han evitado por completo el tráfico de drogas.
“Vendemos a quien tenga dinero para pagarnos”, dijo Ko Myo Lay, cultivador de opio en Pekon. “No pregunto quiénes son”.
Laboratorios de drogas en la jungla
Una botella de cerveza en Birmania cuesta alrededor de un dólar. Una pastillita rosa, una potente combinación de metanfetamina y cafeína conocida como yaba, se vende por menos de 25 centavos.
El año pasado, gobiernos del este y sureste de Asia incautaron la cifra récord de 190 toneladas de metanfetamina, señaló la ONUDD. Sin embargo, su precio en la calle bajó cuando los laboratorios en la jungla del estado de Shan se pusieron a trabajar a toda máquina.
La fabricación de drogas sintéticas en Birmania precede al golpe de Estado y a la posterior guerra civil. Los señores de la guerra de algunas regiones autoadministradas del estado de Shan han supervisado durante mucho tiempo la economía de la droga, y el ejército y sus representantes se han llevado parte de las ganancias. Los helicópteros de las fuerzas aéreas transportaban paquetes de pastillas y trozos de metanfetamina cristalina a ciudades y puertos para su distribución en el extranjero, comentaron antiguos pilotos.
La producción en Birmania se intensificó tras una ofensiva contra la fabricación de drogas en China. Los precursores químicos llegaron a Birmania, y los técnicos de laboratorio chinos enseñaron a la población local a fabricar metanfetamina cristalina, también conocida como hielo, en reductos de la selva. Los capos chinos trajeron prensas de pastillas para fabricar yaba.
En 2019, en el pueblo de Konemon, en el estado de Shan, al norte del país, bajo control de un grupo étnico armado, una visita del Times mostró hasta qué punto la producción de metanfetamina dominaba la economía local. Los habitantes explicaron que todos los hogares, menos tres, se dedicaban a fabricar yaba. Por la noche, el zumbido de los generadores interrumpía la tranquilidad de las colinas Shan. El ácido utilizado en la fabricación de drogas desprendía un olor agrio.
La intensidad con la que los talleres fabrican drogas sintéticas ha alcanzado un nuevo máximo desde la toma del poder por el ejército en Birmania, de acuerdo con observadores del tráfico de drogas y las fuerzas del orden. Grupos étnicos armados del estado de Shan han empezado a producir nuevas drogas recreativas, como “agua feliz” y paletas hechas con una mezcla que incluye ketamina, MDMA y metanfetamina.
Grandes cantidades de drogas sintéticas salen del estado de Shan en dirección a Laos y Tailandia, reconstituyendo el infame Triángulo Dorado. Son contrabandeadas a Bangladés e India por rebeldes étnicos que luchan contra la junta y, al mismo tiempo, hacen negocios con ella.
En Mandalay, la segunda ciudad más grande de Birmania, unos 40 soldados con rifles y tatuajes extravagantes se pasan el día siguiendo las órdenes de la junta como parte de lo que se conoce como milicia popular. A veces disuelven disidencias prodemocráticas o amenazan a empresarios que se cree que apoyan al movimiento de resistencia, pero su principal actividad es organizar el traslado de drogas sintéticas desde las áreas controladas por los rebeldes hacia los territorios controlados por la junta antes de que se envíen al extranjero por mar y tierra.
“Nos llaman milicia popular, pero rara vez combatimos”, dijo Ko Ye, uno de sus miembros. “Nos dedicamos al comercio de drogas”.
Estafas con alcance mundial
En la frontera de Birmania con Tailandia, en lo que antes era una densa selva, Ko Kyaw Htay trabajaba en el tercer piso de una sala de calderas sin ventanas, encorvado sobre su teléfono, recuerda. En turnos de 12 horas, él y unas 40 personas más se sentaban en mesas de plástico, todas ellas absortas en conversaciones en línea, dijo, con gente de todo el mundo: China, México, Japón, Italia, India y Estados Unidos.
Las víctimas de Kyaw Htay se encontraban en Francia; él usaba Google Translate para entablar relaciones. “Eres tan hermosa”, les escribía a viudas, añadiendo generosas dosis de emojis de corazón. O usaba el retrato de una mujer asiática de pelo largo como foto de perfil y, en un francés deliberadamente defectuoso, cortejaba a hombres mayores deseosos de amor.
Los romances en línea pronto se convertían en conversaciones acerca de inversiones. En un caso ocurrido a principios de año, Kyaw Htay dijo que le había dicho a una viuda del sur de Francia que debían invertir, como pareja, en una urbanización respaldada por criptomonedas. Ella dijo: “sí”.
En un buen mes, comentó Kyaw Htay, llegó a extraer hasta 80 mil euros (83 mil dólares) de sus víctimas. Dijo que le pagaban unos 445 dólares al mes por su trabajo, un buen sueldo en la Birmania posterior al golpe de Estado. A diferencia de los extranjeros que estaban con él en la sala —cuatro africanos, siete indios y cinco chinos—, él había llegado voluntariamente a este enclave fronterizo dirigido por un sindicato del crimen chino.
Naciones Unidas calculó el año pasado que al menos 120 mil extranjeros se veían obligados a entrar en las industrias de la ciberdelincuencia y los juegos de azar en línea en Birmania. Muchos habían sido engañados con anuncios que prometían trabajos administrativos, técnicos o de atención al cliente en el sudeste asiático. El año pasado, una operación de la Interpol descubrió a personas de 22 países que habían sido obligadas a trabajar en centros de ciberdelincuencia de Birmania. Otros fueron secuestrados en las calles de China y llevados a punta de pistola a enclaves dirigidos por señores de la guerra étnicos y bandas delictivas chinas, explicaron los supervivientes.
Mientras que los comandantes de las milicias étnicas alineadas con el ejército han operado con impunidad durante mucho tiempo en ciertos feudos del estado de Shan y del estado de Kayin, en el este, nuevos rascacielos y almacenes de estafas han surgido desde el golpe. El idioma de dicho comercio, según más de una decena de personas que han trabajado en estos enclaves de ciberdelitos y casinos, es mayormente mandarín.
El año pasado, más de 40 mil chinos fueron detenidos en Birmania por estafas y deportados a China. Se ha detenido a algunos capos chinos. Varios ciudadanos chinos murieron en un tiroteo en un complejo utilizado por los estafadores en la frontera con Birmania, según informaron medios de comunicación estatales chinos y birmanos.
Los ciudadanos de Birmania que trabajaban en los centros de estafas dicen que debido a las medidas enérgicas tomadas por el gobierno chino, el modelo de negocio está pasando de las víctimas chinas a las de América y Europa. Los jefes de las redes de estafas utilizan cada vez más imágenes ultrafalsas y ransomware para extorsionar a las víctimas, dijeron los trabajadores.
“Estos centros de estafas son espectáculos de terror a gran escala”, dijo Karimipour de la UNODC.
El gobierno tailandés ha cortado la electricidad y el servicio de internet a las fábricas de estafas y a los centros de apuestas en línea al otro lado de la frontera del río. Pero si se toman medidas contra una ciudad del pecado, pronto otra ocupará su lugar.
Al cabo de ocho meses, Kyaw Htay dijo que ya no se sentía a gusto estafando a jubilados franceses. La anciana a la que había vendido la idea de los bienes inmuebles respaldados por criptomonedas le escribió acerca del dolor que sentía por la muerte de su marido. Tímidamente, declaró su amor por el desconocido que se había puesto en contacto con ella a través de WhatsApp. Había entregado sus ahorros para el ardid; unos 15 mil euros. Lo perdió todo.
“Su confianza en mí y su optimismo aún me persiguen”, dijo Kyaw Htay, quien habló con el Times este otoño tras huir del almacén de estafas. “Lamento profundamente lo que hice”.
Una fiebre minera desenfrenada
Tres meses antes del golpe militar, en los bosques de pinos de los alrededores de Pangwa, en el estado de Kachin, al norte de Birmania, había 15 minas de tierras raras. Tres meses después del golpe, había cinco veces más, dijeron los residentes.
El año pasado se creía que Birmania era el mayor exportador mundial de ciertas tierras raras pesadas, como el disprosio y el terbio, que se utilizan en artículos como vehículos eléctricos y turbinas eólicas. (Aunque no existen cifras oficiales fiables sobre la producción minera de Birmania, la organización de defensa del medio ambiente Global Witness encontró datos de las aduanas chinas de 2023 que indicaban que las importaciones procedentes de Birmania eran mayores que la propia cuota minera nacional de China).
China ha monopolizado la industria de procesamiento de tierras raras. Antes del golpe de Estado, el gobierno electo de Birmania trató de controlar o prohibir su exportación debido a la preocupación por los daños medioambientales de la minería. Sin embargo, luego de que los gobiernos occidentales impusieran sanciones al ejército de Birmania, los generales, que han contado con el respaldo de Pekín, necesitaban una nueva fuente de dinero.
El corazón de las operaciones de extracción de tierras raras de Birmania estaba en manos de una milicia de etnia kachin vinculada a la junta. Sin medidas de protección ambiental o laboral, Pangwa, en la frontera con China, se vio envuelta en una minería de alta intensidad, dijeron los habitantes locales.
Cientos de jefes mineros chinos llegaron, al igual que técnicos chinos expertos en separar las tierras raras del suelo. Los residentes señalaron que, en pocos meses, casi todos los bosques de pinos de Pangwa fueron arrancados de raíz, salvo un grupo de árboles en un cementerio donde se encontraban enterrados los abuelos del jefe de la milicia local.
Pangwa, igual que otras dos ciudades mineras, ha quedado destruida, comentaron los residentes. U San Hlaing trabajaba en las minas con las manos desnudas, ampolladas y quemadas por el ácido corrosivo utilizado en el proceso de extracción. Como el aire estaba lleno de polvo, desarrolló una tos constante y seca. Para sobrellevar las largas jornadas cavando pozos y cargando productos químicos, San Hlaing recurrió a la yaba, igual que la mayoría de los mineros.
“Es un mal ciclo porque casi todo el dinero que ganamos se usa en comprar más drogas”, dijo. “El trabajo destruye nuestra salud, y las drogas destruyen nuestras vidas”.
Los químicos tóxicos se han infiltrado en el suelo, señalaron los ecologistas. Los habitantes del lugar tienen miedo de beber el agua. Los desprendimientos de tierra son otra amenaza constante tanto en estas como en otros tipos de minas del estado de Kachin, donde la excavación ilegal de jade mata a decenas de mineros informales al año.
En octubre, el Ejército de Independencia Kachin, miembro de la alianza rebelde que pretende derrocar al ejército, capturó Pangwa. Las fuerzas antijunta controlan ahora toda la frontera entre China y Kachin, a través de la cual se contrabandean tierras raras, madera, jade y otros tesoros.
Los habitantes de Pangwa dijeron que unas semanas después de la victoria de los rebeldes la extracción de tierras raras cesó. Los trabajadores chinos volvieron a casa. Sin embargo, otras zonas que habían estado bajo el control de la resistencia kachin también fueron removidas para la extracción de tierras raras, dicen los residentes. Las imágenes por satélite muestran las cicatrices de estas tierras.
“Solo estamos experimentando”, dijo el coronel Naw Bu, portavoz de la Organización para la Independencia de Kachin. “Si decidimos dedicarnos a esto con fines comerciales, nos aseguraremos de que la salud pública no se vea afectada”.
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El coronel Naw Bu comentó que se estaba negociando con empresarios chinos la explotación regulada de tierras raras, pero que no se había concedido ningún permiso oficial. Este mes, una delegación kachin viajó a China para mantener conversaciones.
A finales del mes pasado, dijeron los habitantes de Pangwa, algunas actividades mineras se habían reanudado. Las tierras raras de Birmania, extraídas a un gran costo humano, están nuevamente ingresando a la cadena de suministro global para impulsar la revolución verde. c. 2025 The New York Times Company
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