Monstruos de la vida real: Los 9 asesinos seriales más tenebrosos de México... caníbales, estranguladores y descuartizadores
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En la oscura historia del crimen en México, ciertos individuos han dejado una huella siniestra que perdura en el imaginario colectivo, se trata de los asesinos seriales más sanguinarios
A lo largo de la historia humana, se ha dado a conocer diferentes asesinos seriales que con sus actos conmocionaron a la sociedad. Los mismos abrieron la posibilidad de llevar a cabo diferentes estudios psicológicos para dar con el origen de sus acciones.
Se dice que para que un asesino sea considerado serial debe de cometer al menos 2 asesinatos en menos de un mes y los crímenes deben estar conectados con una planeación y características muy símiles.
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Un agente del FBI, Robert Ressler, describe en su libro ‘Asesinos en serie’: “Tras cada crimen, el asesino serial piensa en cosas que podía haber hecho para que el asesinato hubiera sido más satisfactorio”.
Esta descripción es la sensación que tiene un asesino en serie al llevar a cabo un crimen y es lo que lo lleva a planear más crímenes mejorando algunos detalles que pudo omitir en el primero, así su principal finalidad es perpetuar el llamado “crimen perfecto”.
En México, la psicología forense ha delineado algunas de sus características, pero el mejor conocimiento de los casos de asesinos seriales mexicanos es la prensa de nota roja o de sucesos, que ha servido para documentar sus historias.
Aquí presentamos un recorrido por la historia de los asesinos seriales más famosos de México, desde “El Chalequero” hasta la “Mataviejitas”.
FRANCISCO GUERRERO, “EL CHALEQUERO”
Entre 1880 y 1888 este hombre mató a 20 prostitutas. Las crónicas de la época lo describen como un hombre que, a pesar de ser casi analfabeto, actuaba de manera muy educada con las mujeres para ganar su confianza. Pero en realidad era “un ser pendenciero, vil, ególatra y manipulador”.
El mote de El Chalequero provino de su estilo de vestir, pues dicen que solía llevar pantalones entallados, fajas y un chaleco. La policía lo detuvo el 13 de febrero de 1888, tras ser denunciado por los vecinos de una de sus víctimas.
Las autoridades no pudieron comprobar su responsabilidad en el resto de los asesinatos, pero uno bastó para que fuera condenado a muerte. Sin embargo, el entonces presidente Porfirio Díaz revocó su sentencia y ordenó una pena de 20 años de prisión en San Juan de Ulúa, Veracruz, de donde fue liberado por error en 1904. Al salir de la cárcel tuvo una última víctima, Antonia, una mujer de edad avanzada a quien violó, golpeó y degolló.
Su detención se atribuye a un reportero que investigó el caso y comparó el asesinato con los ocurrido años atrás. Volvió a la cárcel en 1908. Esta vez a Lecumberri, donde fue sentenciado a muerte en 1910 a los 70 años.
Carlos Roumagnac, uno de los primeros criminólogos mexicanos, concluyó que el también llamado “Degollador del río Consulado” (porque allí encontraron a la anciana asesinada) era un criminal nato a quien describió como “un degenerado inmoral violento”.
GREGORIO CÁRDENAS “GOYO”
Conocido como “El estrangulador de Tacuba”, cometió sus crímenes entre agosto y septiembre de 1942.
Sus víctimas fueron una compañera de la carrera de ciencias químicas y 3 prostitutas. Con ellas primero tuvo relaciones sexuales y después las ahorcó y enterró en el jardín de su casa. En 1942 confesó sus crímenes luego de que su madre lo internó en un hospital psiquiátrico.
Preso en Lecumberri, Goyo fue un personaje singular en la cárcel: asistió a clases de psiquiatría, recibía visitas familiares, sostenía relaciones con las enfermeras e incluso tenía licencia para salir cuando quisiera.
Obtuvo su libertad en 1976 por un indulto del entonces presidente Luis Echeverría y ese año, la Cámara de Diputados le rindió un homenaje por ser un ejemplo de readaptación social, ya que durante su estancia en prisión aprendió el Código Penal y se convirtió en abogado de otros internos.
HIGINIO SOBERA DE LA FLOR “EL PELÓN”
Su primer asesinato reportado por la prensa ocurrió en 1952. Su víctima fue el chofer de la entonces Miss México, Ana Bertha Lepe. Se trataba de un capitán del Ejército a quien disparó en la céntrica avenida Insurgentes y la calle de Yucatán, en la colonia Roma.
La prensa reportó que luego del crimen, El Pelón se refugió en los brazos de su madre, quien lo sobreprotegía de un padre violento, que algunos libros lo identifican como un industrial o hacendado del estado de Tabasco.
La madre lo refugió en un hotel y de allí salió en busca de una mujer con quien tener sexo.
Su siguiente víctima fue una mujer que no conocía y quien se negó a a tomar un café con él. La secuestró, la llevó a un hotel de paso y la mató.
Las autoridades sólo pudieron comprobarle esos dos homicidios, pero sospechaban que era responsable de otras muertes.
Ya en la cárcel de Lecumberri, los doctores Alfonso Quiroz Cuarón, Alfonso Millán, y José Sol Casao lo sometieron a exámenes y le diagnosticaron esquizofrenia paranoica.
Fue enviado al manicomio de La Castañeda. Allí lo llamaron el “psicótico, muralista” porque con su propio excremento “pintaba” murales en las paredes. Al obtener su libertad, muchos años después, corrió la leyenda de que se le veía deambular por el bosque de Chapultepec, tirando migajas de pan a los animales.
MACARIO ALCALÁ CANCHOLA “EL JACK MEXICANO”
A este hombre sólo pudieron comprobarle el asesinato de dos prostitutas, pero siempre hubo la sospecha de que mató a 12 más, por lo menos.
Sus crímenes ocurrieron en la década de los sesenta, en la ciudad de México y la prensa lo llamó el “Jack mexicano” porque él mismo se identificó así durante su juicio.
Procedía de una familia de escasos recursos, cuando mucho cursó la educación básica y su vida estuvo marcada por un fracaso: durante un tiempo fue miembro de infantería de la Guardia Presidencial, pero fue despedido por su incompetencia e indisciplina.
Después quiso dedicarse al boxeo, pero jamás logró destacar. Luego entró a trabajar como policía preventivo, bajó el nombre falso de Fernando Ramírez Luna, pero también fue despedido tras ser acusado y hallado culpable de los cargos de abuso de autoridad y uso excesivo de la fuerza durante un arresto. Estuvo casado y tuvo varios hijos.
Durante las investigaciones de los homicidios y el posterior juicio, su esposa declaró que Macario “se siente superior a todo aquel que lo rodea”. Fue detenido por el crimen de una mujer de nombre Julia, quien fue hallada muerta en un hotel en septiembre de 1962.
En el espejo, Macario dejó un recado escrito con lápiz labial que decía: “Jack mexicano, reto a Cueto”, el entonces jefe de la policía. Ese mismo mes fue detenido y llevado a prisión, condenado a una pena de 60 años.
“LAS POQUIANCHIS”, LAS SANGUINARIAS HERMANAS GONZÁLEZ VALENZUELA
Así fueron conocidas las hermanas González Valenzuela –María Luisa, Delfina, María de Jesús y Carmen–, a quienes atribuyeron el asesinato de al menos 150 personas, la mayoría prostitutas que trabajaban en sus burdeles.
Las autoridades presumieron que a muchas de sus víctimas las enterraron vivas. Eran originarias de El Salto, Jalisco, y durante su infancia fueron víctimas de violencia familiar. Para huir del maltrato de su padre, Carmen se fugó con su novio, cuando era una adolescente. Pero su padre la encontró y la encarceló en la prisión municipal.
Las hermanas trabajaban como obreras en una fábrica textil, donde recibían sueldos miserables. Al morir sus padres, recibieron una modesta herencia que ocupan para abrir un prostíbulo y comenzar con sus crímenes.
Ganaron fama por su bar en San Francisco del Rincón, Guanajuato, donde las llamaron “Las Poquianchis”.
Reclutaban mujeres con engaños y las obligaban a dar sexoservicio. El 6 de enero de 1964 fueron detenidas después de que una de sus víctimas escapó y las denunció.
Las autoridades encontraron un pequeño cementerio con restos humanos de sus víctimas. Su historia inspiró a Jorge Ibargüengoitia para escribir su novela “Las Muertas”, que sirvió de guion para una película del mismo nombre dirigida por Felipe Cazals.
JUANA BARRAZA SAMPERIO “LA MATAVIEJITAS”
Como luchadora se llamaba “La dama del silencio”. Esta mujer fue hallada responsable de al menos 12 robos y 16 asesinatos de personas de la tercera edad cometidos entre 1990 y 2006, en la Ciudad de México.
Entraba a su casa haciéndose pasar por enfermera y después los mataba y robaba. Por ello la prensa la identificó como “La Mataviejitas”.
Fue sentenciada a 759 años de cárcel y sigue presa en el penal de Santa Martha, donde ha reclamado su inocencia en distintas entrevistas con la prensa.
Tras nueve años en prisión, en julio de 2015 contrajo matrimonio con otro interno pero un año después se divorciaron. Un dato llamaba la atención de ella: siempre vestía de rojo al cometer sus crímenes.
RAÚL OSIEL MARROQUÍN “EL SÁDICO”
Secuestraba a su víctimas, todos homosexuales a quienes ahorcaba, descuartizaba y colocaba su cuerpo en maletas que abandonaba en las inmediaciones del Metro Chabacano y la colonia Asturias, en la Ciudad de México.
“No me arrepiento de lo que hice. De tener la oportunidad, lo volvería a hacer, sólo que sería más cuidadoso para no ser atrapado y no cometería los mismos errores que llevaron a mi captura. De lo único que me arrepiento es por lo que está pasando mi familia ahora”, dijo luego de su detención en enero de 2006. Fue condenado a 288 años de prisión.
JOSÉ LUIS CALVA ZEPEDA “EL CANÍBAL DE LA GUERRERO”
Las autoridades lo señalaron como responsable de tres homicidios de mujeres: su pareja, una ex novia y una prostituta. Pero no sólo eso: comprobaron que se comía partes de sus cuerpos y por eso lo llamaron “El caníbal de la Guerrero”, por que vivía y operaba en esa colonia del centro de la Ciudad de México.
Fue detenido el 8 de octubre de 2007 y murió el 11 de diciembre de ese mismo año tras suicidarse en una celda de la cárcel con un cinturón.
‘EL MONSTRUO DE ECATEPEC’, EL ASESINO SERIAL QUE SE COMÍA A SUS VÍCTIMAS Y SU OBJETIVO ERA MATAR MÁS DE CIEN MUJERES
Juan Carlos Hernández Bejar, conocido como el “Monstruo de Ecatepec”, fue capturado en el año 2018 junto con su pareja y fueron señalados de varios crímenes terribles.
Al momento del arresto en octubre iba su pareja -de nombre Patricia Martínez Bernal- y ambos llevaban una carriola donde había un torso de mujer que pensaban tirar en un basurero.
Juan Carlos se dedicó a cazar a sus víctimas junto con su pareja, identificada como Patricia, durante seis años.
No se sabe a cuántas asesinó. Cuando fue detenido confesó el homicidio de 20 mujeres, pero los investigadores creen que pueden ser más.
Al principio, las víctimas eran chicas que les gustaban al acusado, pero después fueron las que lograban engañar.
Patricia vendía ropa usada, queso y esquites, un alimento preparado con granos de maíz. Juan Carlos, de 38 años de edad, comerciaba con perfumes, ropa y teléfonos móviles.
Con esta actividad se acercaban a las chicas, a quienes solían citar en su casa en Jardines de Morelos, un barrio de clase media-baja a 31 kilómetros del centro de Ciudad de México.
La forma de operar de la pareja consistía en que Patricia Martínez enganchaba a las víctimas, todas conocidas, con engaños las conducía a su casa, donde Juan Carlos las agredía.
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Patricia confesó que en varias ocasiones ayudó a someter a las víctimas y participó en los abusos sexuales contra estas, Juan Carlos violaba, degollaba o estrangulaba a sus víctimas, después descuartizaba los cuerpos, todo mientras Patricia se mantenía con sus hijos fuera de la casa o en una habitación adjunta, algunas partes de carne y grasa fueron cocinados por Patricia y comidos por ambos, también les dieron pedazos de carne humana a sus perros.
Algunos órganos como corazones fueron conservados en frascos con alcohol que Juan Carlos ofrendaba a la Santa Muerte. Otros restos los depositaba en un terreno baldío cerca de su casa y algunos más los conservaba en cubetas, bolsas de plástico y una nevera.
De acuerdo a Martínez, Juan Carlos también llegó a practicar la necrofilia con al menos uno de los cuerpos.