Un pintor y los bomberos

Opinión
/ 2 octubre 2015

Recuerdo con vaguedad a un pintor europeo que tenía un taller con discípulos. Me cautivó su historia, su pasión por el fuego y me olvidé de su nombre, el cual es un campo vacío que espero Javier Villarreal Lozano subsane, de ser posible, pues conocí la anécdota gracias a la espléndida exposición "Viento Detenido" que tuvo a bien traer a Saltillo hace varios años. Contrario a los usos generales de la época -contaba una experta- donde lo común era pintar en un estudio, el pintor que he olvidado, acudía al exterior y extendía su caballete para pintar en tiempo real sus escenarios; pero lo extraño era que provocaba incendios en casas abandonadas para pintar; es decir, para estar frente a frente con el fuego que deseaba inmortalizar en el lienzo; digamos que se pasaba de la raya el hombre inevitablemente, y digamos que fue a parar a la cárcel varias veces por sus fechorías piromaniacas.

Pero mi hechizo fue intenso cuando me asomé a uno de los biombos coloreados por él, era poesía pura preservada por los curadores y por el tiempo: el fuego realmente parecía crepitar sobre la madera de ese antiguo biombo. Estuve mirando esa pequeña escena un buen rato, iba y venía, no podía ni quería quitar los ojos de allí. Tuve la fortuna de ver ese biombo en vivo y directo, junto con otros (no en fotografía que eso le resta fuerza), en un curso generoso para hacer más profesional el trabajo educativo en los museos locales; así, tuvimos la suerte de recibir esta exposición del Museo Soumaya, institución que alberga una importante colección de arte europeo y que contiene, por ejemplo, algunas piezas de Gustave Rodin, entre otras delicias. No tuve tiempo de agradecerle a Javier ese exquisito bocado para los ojos y el ánima que además fue visto por la comunidad en forma gratuita.

El fuego ha provocado infinidad de metáforas, pero también el terror ante su posibilidad real e incontrolada. El fuego inducido por unos, a voluntad, es apagado por otros, también a voluntad. Y aquí es donde me voy a otro extremo del mismo hilo: quienes apagan el fuego. No hablaré de artes plásticas, hablaré de la vida, de donde se nutre el arte: los bomberos.

Sí, los bomberos, esos hombres y mujeres que arriesgan su vida por desconocidos, y no es metáfora. A quienes impulsa un amplio sentido de protección de la vida y la colectividad. El tema surgió en un desayuno con un grupo de amigos, cuando una escritora a quien quiero mucho contó que tiene un tanque estacionario inmenso, y con el frío de estos días, registró una falla técnica, la cual, de no ser por el valor y la prontitud de unos bomberos, hubiera provocado la explosión de su casa y las del resto de la cuadra. Dice que no supo agradecerles en ese momento y se arrepiente.

Otro amigo comentaba que lo bueno y lo malo de este oficio es que no se presta a sobornos, aquí no hay negocio, tal vez por eso los bomberos sean quienes menos figuren en las listas de intereses prioritarios de muchos. Sí, se estima deficiente el trabajo de los bomberos, aun y cuando son ellos quienes sin ser de nuestra familia, acuden a exponer su integridad literalmente. Estuvimos de acuerdo que los bomberos sería la única causa a la que donaríamos nuestro dinero, y así lo hicimos cuando salieron a las calles con sus uniformes; ellos no son como otras instituciones gigantescas que evaden los impuestos anuales al organizar campañas de colecta.

Y en este tenor, recuerdo de pequeña, mientras que yo elegía la ficción absoluta deseando ser Superniña con una toalla amarrada a mi cuello, algunos de ellos soñaban con ser bomberos.

Yo incluso a esa edad, con la cabeza llena de ciencia ficción de lo más comercial, intuía lo peligroso que era ser bombero; quienes escogían esa caracterización merecían desde aquel campo del juego mi veneración absoluta y con la boca abierta los miraba andar. Los miraba como verdaderos héroes.

Entonces, para seguir yéndome de un extremo a otro: ¿quién dijo que esta ciudad no tiene héroes? Aquí hay un grupo que vive en casas de lo más comunes, que come comida de lo más común y que se viste de lo más común, como muchos de nosotros, la diferencia es que ellos entran a voluntad por una de las puertas más peligrosas y encendidas de la vida. Digo, qué fácil es escribir; qué difícil o imposible vivir con el valor de ellos.

A Seferino Moreno, por su amor a la filosofía

claudiadesierto@gmail.com

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