Camino de Santiago

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Ah, son mexicanos, vengan, siéntense.
Y extiende el mantel de cuadros y trae la sopa de arroz y un pan blanco, una copa de vino y una servilleta. Es una monja catalana que estuvo en América e hizo muchos amigos en México. Los viajeros, que están ya en el primer lugar de la fila de espera, pasan y se sientan sonrientes al ver la hospitalidad de la religiosa en esta asistencia a vagabundos y peregrinos, en Santiago de Compostela.
Los viajeros son estudiantes universitarios. Vienen un poco mojados por el constante orballo que humedece las piedras reverdecidas de los añosos edificios. Traen los bolsillos sin pesetas. Sólo conservan el kilométrico. Les da derecho al viaje de regreso en tren. Esta España, todavía franquista, da esa prerrogativa vacacional a los estudiantes de América todos los veranos.
-Cuenten, cuenten, qué andan haciendo tan lejos y cómo les fue en el camino de Santiago- escuchan los estudiantes. Tienen que confesar que no son precisamente peregrinos, aunque sí curiosos que han estado callejoneando. Cuentan cómo en las rías gallegas se perdieron en la vegetación voraz hasta que encontraron la pequeña capilla del bosque. El capellán, al verlos en ayunas, les sirvió un poco de vino añejo, con una rebanada de queso y una hogaza esponjada y generosa.
Agradecidos por la comida de arroz y patatas se despiden los universitarios y deambulan hasta la catedral. Las campanas son una racha de tonalidades solemnes y juguetonas que combinan la gracia de las esquilas con la solemnidad de enormes campanas, con badajos gigantescos.
Ahí, ya adentro, está el botafumeiro. Enorme incensario que, en ese mismo instante empieza su movimiento pendular. Arroja las fragancias a las naves para disipar los olores sudorosos de la multitud peregrina.
Al salir se quedan embelesados contemplando la piedra esculpida del amplio pórtico. Sigue cayendo esa lluvia diminuta que mantiene húmeda toda la región. Se encaminan a la estación.
Por la ventanilla puede verse la puesta del sol. Recuerdan la canción que en las rías les enseñó un niño pastor. Uno lee la letra que apuntó en su libreta: A viryen de Guadalupe cuando va pa la riveira, descalciña por la area parece una riancheira, a barquina que aleva era de pao de naranyo... ondiñas veñin, ondiñas veñin, ai van...Empieza a caer la noche mientras los viajeros duermen, sobre sus mochilas, en los asientos de tercera del tren traqueteante que los lleva