Que hoy sople el viento
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Los actos violentos ocurridos en diversos campos del futbol mexicano deben erradicarse de tajo, por el bien del espectáculo.
Hoy, derivado de los acontecimientos violentos que han empañado a nuestro futbol he querido hacer una reflexión profunda de lo que se ha perdido en la esencia del espectáculo de este deporte.
¿Qué lleva al hombre a sucumbir ante sus más básicos instintos animales y transformar un lugar concebido para su entretenimiento en no más que un campo de batalla? Será el estrés constante del vaivén de la ciudad que nos envuelve en un ritmo que el mismo cuerpo no logra aceptar o comprender y que en su incansable lucha por desahogar su inconformidad nos obliga a desprendernos del verdadero motivo que nos ha llevado ahí.
O será el grito agónico de la impotencia que se experimenta en el torbellino de una vida envuelta en problemas sociales, económicos y hasta existenciales, carente de satisfacciones que alimenten el alma. O tal vez algo tan simple como la transformación del sentimiento que provocan los
colores sagrados de nuestro equipo, que al verse envueltos en la decepción de haber encarado una turbia realidad han cambiado la faz de nuestro sentir por ellos.
Que hoy sople el viento, que sople tan fuerte que sea capaz de contrarrestar el mismo aliento de quien empaña y enardece las voces del descontento y la amargura. Que traiga un aire fresco que renueve el ambiente y nos llene de brío para volver a corear con alegría y gozo el himno del equipo querido.
Que regrese el placer que nos envolvía cuando llegado el día del partido, en familia iniciábamos el ritual que tenía como destino final el aplaudir el esfuerzo de nuestro equipo desde las gradas, sin cuestionarnos un segundo si sería una buena idea el que todo miembro, por grande o pequeño que fuese, pudiera formar parte de ese jolgorio que siempre tuvo la magia de estrechar los lazos de unión familiar.
Que regrese el sentir incomparable de vencer o ser vencido ante el rival que a lo largo de los años, igual que nos ha permitido llenarnos de gloria nos ha robado la ilusión de triunfar. Pero que a pesar de ello siempre lo veremos con el respeto que se tienen los contrincantes semejantes en fuerza, valor y espíritu de competencia y a quienes las miles de batallas libradas no los han convertido nunca en enemigos.