Sicalíptico cuento

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Doña Tebaida Tridua le dijo a un doctor: "Soy anémica, bulímica, corásica, chahuístlica, diftérica, estíptica, fibrósica, gastrálgica, hidrópica, ictérica, jiótica, kinésica, lipotímica, menopáusica, neurasténica, ñacárica, osteoporósica, palúdica, quística, rubeólica, septicémica, tísica, urémica, virósica, wolfrámica, xifoidéica, yodúrica y zafónica". Tras oír esa profusa enumeración de males dictaminó el facultativo: "Señora: pienso que es usted hipocondríaca". "¡Dios mío! -se consternó doña Tebaida-. ¿También eso?". Pues bien: a todos esos alifafes que según ella padece, la ilustre dama defensora de la pública moral añadió otro, el llamado espasmo pruriginoso glúteo-femoral, por el cual en los momentos de tensión las posaderas le suben y bajan en forma alternativa, por arriba hasta la espalda, y por abajo hasta el jarrete o corva de las piernas. En el caso de doña Tebaida, que tiene mucho con qué sentarse, por no decir que es nalgona, ese fenómeno espástico es muy de ver, y atrae siempre una nutrida concurrencia que aplaude llena de entusiasmo y saluda con ¡olés! y ¡vivas! el saleroso sube y baja de las pompas de la distinguida dama. Ella no se apena; antes bien se da vueltas con mucha gentileza para que todos los asistentes puedan ver el espectáculo, y cuando el espasmo termina hace graciosas caravanas en agradecimiento del favor que le dispensa el bondadoso público. En esta última ocasión el arrechucho le fue provocado a doña Tebaida por la lectura del vitando chascarrillo que viene al final de esta columna: el cuento intitulado "La pe muda". Léanlo mis cuatro lectores, pero si entre ellos hay alguno que sufra tiquismiquis de pudicia, mejor sáltese hasta donde dice "Fin". Antes de enarrar el dicho cuento daré salida a otros de menor sustancia y entidad. El empleado de la farmacia se jactaba de que podía adivinar, tan pronto un cliente entraba, lo que iba a pedir. El dueño le dijo que si acertaba tres veces seguidas le daría un aumento de sueldo. Entró una señora de cara hosca. "Pedirá un laxante" -dijo el dependiente. En efecto, eso fue lo que la mujer pidió. Llegó un señor de edad madura. Y aventuró el empleado: "Pedirá una pastilla que le aumente la viripotencia". Y acertó. Entró una muchacha joven. Arriesgó el empleado: "Pedirá un paquete de toallas sanitarias". La chica pidió una caja de supositorios. Le dice el jefe al empleado: "Te equivocaste". "Sí -reconoce él-. "Pero sólo por un centímetro". Una importante empresa automotriz publicó este anuncio en los periódicos: "Se solicita operador para robot cibiocibernético de espectro múltiple con multidifusión radiada periaxial, elicitancia plurisémica y polivalencia catalítica integral". Babalucas se presentó a pedir el puesto. "¿Tiene usted experiencia en mecatrónica?" -le preguntó el jefe de personal. "Ninguna -respondió el badulaque-. Pero quiero un sueldo de 50 mil pesos al mes". "¡Recórcholis! -exclamó el jefe, que por esos días estaba leyendo "La venganza de la Petra", comedia de risa loca del español Carlos Arniches-. Tratándose de alguien que no tiene ninguna experiencia pide usted un salario muy alto". Explica Babalucas: "Es que cuando no sabes hacer algo cuesta más trabajo hacerlo". Viene ahora el supradicho cuento: "La pe muda". No desestimen mis lectores la advertencia que antes hice: este relato es sumamente sicalíptico; las personas púdicas harían bien en abstenerse de leerlo. Cierto individuo con aspecto rústico acudió al consultorio de un célebre analista, y le preguntó a la encargada de la recepción: "Disculpe, señorita: ¿está el p-siquiatra?". Al decir esa palabra pronunció con mucho énfasis la pe, separándola en forma muy notable del resto del vocablo. Tratando de disimular una sonrisa le contestó la chica: "Señor: la pe no se pronuncia. Y el doctor no está". "Muy bien -responde el tipo-. Cuando regrese dígale or favor que vino erico eríquez, el aciente al que no se le ara el ito". FIN.