Mis demonios

Opinión
/ 2 octubre 2015

Yo, la verdad, no creo en el demonio. Creo, sí, en los demonios; en esos fantasmas que llevamos dentro, oscuras sombras de pasadas culpas, remordimientos, frustraciones, envidias, celos, odios. Todo eso, en fin, que enferma al alma al par que al cuerpo, y que va en nuestro subconsciente como pesada carga de maldad. Dicho de otra manera, en esto de los demonios creo más en Freud que en Milton.

Muchos hay que creen en el diablo, al menos para echarle la culpa del mal que hacen. "Se me metió el diablo", dicen algunos para justificar sus chingaderas. (Creo que se me acaba de meter el diablo. ¿Cómo explicar entonces que haya usado yo esa palabra tan corriente?). Y lo imaginan con el pergeño del diablito de la lotería: cuernos y cola; una pata de chivo, otra de gallo. (Hago notar, entre paréntesis, que esos dos animales, el gallo y el chivo, son caracterizados como lúbricos. Del gallo dice un decir popular: "¡Ay, quién tuviera la dicha del gallo, / que nomás se le antoja y se monta a caballo!". Y el chivo es famoso por su continua verriondez. No debe extrañar, entonces, que si en la tradición cristiana la carne y el sexo son considerados enemigos del alma y puerta abierta a la condenación, en la imaginación popular el diablo muestre atributos propios de los animales más cachondos).

 No creo andar tan desencaminado cuando digo que no creo en el demonio. Antes de escribir este artículo hice algunas consultas pertinentes, y en la voluminosa "Encyclopedia of Catholicism", obra en que se contienen las nuevas tesis y doctrinas de la Iglesia Católica, encontré, bajo el rubro de "Satán", estas palabras: ". Muchos modernos teólogos consideran que el demonio es más un símbolo de las fuerzas del mal, y de las inclinaciones malas, que una figura personal y espiritual.". Símbolo, pues; no ente o persona que pueda meterse o sacarse.

Y sin embargo supe ayer, por VANGUARDIA, que en Saltillo hay todavía posesiones diabólicas, como aquellas del medioevo o la película de Linda Blair. Es una pena que el Maligno no haya leído la enciclopedia que cité, y que todavía ande por aquí asustando gente hasta el grado de obligar a que intervenga un exorcista, tan ocupados que están ahora los padrecitos. Para colmo de males, a alguien se le metió el diablo, y llamó a la televisión para que filmara el interesante ritual. Ante cámaras y micrófonos, pues, se llevó a cabo el exorcismo. De eso no tienen culpa, claro, ni el poseído ni su familia. Tampoco se ha de culpar a la televisora, dedicada como está a tratar de encontrar cosas de interés para su público. Vuelvo a la ya mencionada enciclopedia. En el artículo relativo al exorcismo dice: ". La Iglesia Católica ha procedido siempre con extremo cuidado en los casos de supuesta posesión. Requiere la Iglesia que el paciente sea objeto de exámenes físicos y psicológicos antes de considerar la posibilidad de un exorcismo. En raras ocasiones se escoge a un sacerdote de excepcional talento y personalidad equilibrada parallevar a cabo el rito, según se encuentra en el Ritual Romano. No obstante eso, la mayoría de los casos de supuesta posesión deben ser remitidos a un psiquiatra profesional para que se encargue del tratamiento del paciente.".

Debo decir entonces, con el mayor respeto, que en el caso que nos ocupa alguien no ejercitó la virtud de la prudencia, que es una de las cuatro virtudes cardinales, junto con la justicia, la fortaleza y la templanza. Faltó una mano que oportunamente interviniera para evitar que llegara a la pantalla chica lo que algunos pueden juzgar superchería grande.

Sea lo que fuere, espero que este modesto artículo no autorice a nadie a suponer que estoy poseído por el demonio, y quiera someterme a un exorcismo para sacarme el diablo. Muy probablemente soy material para el psiquiatra, lo reconozco, pero para el exorcista no. Si se me acerca uno me pondré fuera de mí, como poseso, y le arrojaré a la cabeza la moderna y robusta "Encyclopedia of Catholicism". A ver quién queda más exorcizado.

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