Seis y cuatro

Opinión
/ 2 octubre 2015

La historia determina. Cuando el régimen de la Revolución inició su caída, en 1986, el mapa político nacional se abrió a izquierda y derecha. La multitud de partiditos de izquierda habían iniciado ya una serie de fusiones, que se potenció con la salida de la Corriente Democrática del PRI y a la postre se convirtió en el PRD, una opción real de poder. En el otro lado del espectro, el PAN sufrió una transformación interna con el mismo resultado: un partido que podía competir realmente por el poder político.

Desde el principio, el PRD fue más un frente que un partido, que se decantó en dos grandes facciones: una que sumaba el nacionalismo revolucionario proveniente del PRI a los grupos más recalcitrantes de la izquierda, comunistas y maoístas; la otra agrupaba a socialdemócratas de todo tipo. En el PAN, la división viene desde el origen: los conservadores amenazados por la Revolución y los liberales enfrentados tan sólo a su régimen.

El PRI, que hoy cumple años y cambia dirigente, un partido creado desde el Estado, que abarcaba prácticamente todas las opciones ideológicas imaginables, mantuvo esa diversidad interna, a pesar de la hegemonía que logró tener por unos años el grupo de Carlos Salinas.

El derrumbe definitivo del régimen en 1997 acabó con la Presidencia como la conocíamos, y dejó al PRI sin el árbitro que permitía mantener esa gran diversidad interna bajo control. Un partido que aspira a contener toda la diversidad es incompatible con la democracia y, en consecuencia, el PRI se transformó, en los hechos, en una alianza de modernizadores y tradicionalistas imposibilitado de ganar la Presidencia. Los dos grupos se neutralizan cuando se trata de alcanzar ese puesto.

En consecuencia, tenemos en realidad seis fuerzas políticas relevantes en México, producto de la manera en que se liberalizó el sistema. De esas seis, sólo en la izquierda existe la posibilidad de que haya dos opciones en la elección, gracias a los pequeños partidos que respaldan la versión de nacionalismo revolucionario que hoy encabeza López Obrador. En el PAN y en el PRI, el conflicto interno tendrá que resolverse antes de la elección.

La conversión de esas seis opciones en cuatro no es un asunto sencillo. Como decíamos, al interior del PRI no existe manera de resolver el conflicto de visiones, como no ha existido en las elecciones presidenciales desde 1997. No existe incentivo alguno para el grupo opuesto al candidato presidencial, quien sea éste. En la izquierda, el dilema es el opuesto: cómo impedir que se hagan realidad dos opciones en la boleta, porque la dispersión del voto puede ser, en esta ocasión, fatal. En esta perspectiva, el dilema del PAN es cómo aprovechar la división de sus oponentes superando la propia.

El sistema no es estable. Es producto del fin del viejo régimen, de las posibilidades que se fueron abriendo, pero no es sostenible en un marco democrático, porque los partidos no tienen una oferta clara para los votantes. Éste es sin duda un elemento que ayuda a explicar el cansancio de los mexicanos con el sistema de partidos (que, por otra parte, magnifican muchos medios y opinadores en beneficio de sus intereses).

Como se comentó aquí mismo hace algunas semanas, estamos a casi nada de lograr un cambio de trayectoria para el país: las reformas laboral, de competencia, fiscal y política son cada vez menos imaginarias. El interregno, ese periodo en el que se mezclan pasado y futuro de manera confusa, se acerca a su fin. No está claro aún cómo puede terminar, pero hay una probabilidad muy elevada de que logremos consolidar la opción democrática, a pesar del grave deterioro que ha sufrido la vida pública en estos 13 años.

En esta perspectiva, la mejor opción sería la concreción de una coalición liberal que superase este mapa partidista, inadecuado e inestable, y ofreciese a los votantes definiciones del México del siglo XXI. La mayoría silenciosa que quiere un país exitoso está esperando esta posibilidad, como muestra el muy interesante trabajo demoscópico que Nexos publicó en febrero.

Si se ve desde el pasado, e incluso el presente, esta posibilidad es absurda. Si se ve en la lógica del fin del interregno, es decir, en términos de lo que existirá a partir de 2012, es una opción ganadora, en todo sentido. ¿Pueden los líderes apostar por ello? Ya lo sabremos.

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Twitter: @mschetti

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