Una nueva visión de los valores y las creencias

Opinión
/ 2 octubre 2015

Las creencias sobre lo que significa ser hombre o mujer, o sobre lo que es masculino o femenino, no son elecciones personales conscientes, que podemos aceptar o desechar de manera individual.

Las creencias y valores surgen del espacio colectivo, de la herencia familiar, de todos los espacios en los que participamos al construir la historia personal. Las creencias sobre lo que debe ser cada persona según su sexo, se potencian de ciertas características y habilidades, en tanto que otras son inhibidas y hasta atrofiadas mediante la educación y a lo largo de toda nuestra vida.

Desde la niñez comienza nuestro entrenamiento para cumplir con las expectativas que se tienen de nosotros: a las niñas se les regala muñecas, cunas, trastos de cocina, artículos de belleza, utensilios para el aseo del hogar., ya que se espera que tengan como actividad principal los quehaceres del hogar, el cuidado de las hijas e hijos. En cambio, a los niños se les obsequia carritos, herramientas, armas, objetos que van modelando sus conductas "masculinas" y van delineando las actividades que habrán de desarrollar en virtud de que serán los principales proveedores del hogar.

Si bien el entrenamiento que recibimos desde la niñez es estereotipado, a las actividades consideradas tradicionalmente femeninas, se les suele dar poco valor debido a que son realizadas por las mujeres. Es sobre esta desvalorización de lo femenino que se fundamenta la subordinación de las mujeres y su posición de desventaja en la sociedad con respecto a los hombres.

Esta diferente valoración social es la que impide que ambos, mujeres y hombres, tengan el mismo acceso a oportunidades para su desarrollo personal y como grupo.

Ser capaces de observar esta visión que nos reduce la gama de oportunidades para transformarla en otra que expanda el mundo de posibilidades, implica un arduo trabajo de cuestionamiento y de construcción a estas creencias tan arraigadas en la persona y la sociedad.

Desde nuestros primeros días de vida, las personas que nos rodean nos señalan mediante normas y actitudes lo que socialmente debe ser una mujer o un hombre.

Aún es muy arraigada y extendida la creencia de que las mujeres deben llegar vírgenes al matrimonio. En algunas comunidades de México, la mujer recién casada debe demostrar su virginidad mediante la exhibición pública de la sábana manchada de sangre al día siguiente de la noche de bodas. Detrás de esta costumbre, está la idea del control de la sexualidad femenina.

Las diferencias de trato entre mujeres y hombres se expresan también en una distribución desigual de los recursos; por ejemplo, no es raro que se piense que a los hombres se les debe dar más comida porque necesitan más fuerza para trabajar; es decir, para cumplir su función de proveedores del hogar. La manifestación de los sentimientos también está determinada según el sexo; "los hombres no lloran", se indica a los niños. Detrás de esta norma está la creencia de que el llanto es una exteriorización de debilidad o sentimentalismo, sólo aceptable en las mujeres.

Sabemos que actualmente muchas mujeres salen a trabajar fuera de la casa y participan en infinidad de actividades en los partidos políticos, en las organizaciones comunitarias, en las universidades, en las artes... Sin embargo, persiste la creencia de que las principales actividades de las mujeres se desarrollan en el ámbito doméstico, éste es considerado su espacio "natural", por ello se piensa que el trabajo que realizan las mujeres para obtener algún ingreso constituye sólo una "ayuda" para los gastos del hogar.

Por su parte, a los hombres se les ha asignado la obligación de ganar el sustento para la familia, que si bien puede resultar agobiante, también les da la oportunidad de desenvolverse en el ámbito de lo público y de tener acceso a relaciones y recursos para su desarrollo personal y profesional.

Se cree que las diferencias de comportamiento y actividades que desarrollan mujeres y hombres son naturales; es decir, determinadas por la biología. Y lo que es natural se supone que es también inalterable, inmutable, aun cuando nos demos cuenta de que eso es injusto o indeseable. En consecuencia, es común pensar que las actividades y roles asignados a mujeres y hombres, al ser determinados por la naturaleza, no se pueden cambiar.

Sabemos que mujeres y hombres somos diferentes, pero, ¿hasta dónde esa diferencia es natural y hasta dónde ésta se construye socialmente? El 8 de marzo, Día internacional de las Mujeres, es un espacio propicio para modificar creencias y estereotipos que propician la desigualdad de género.


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