Tarde de ciencias y noche de estrellas

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La tarde es plácida. Se divisa desde lo alto la ciudad en pleno crecimiento. Abajo, todo se mueve; arriba, aún hay reposo, calma, pero pronto se verá gratamente invadido de pequeños interesados en "los por qués".
Estamos en el Museo del Desierto, en lo que es el preludio de la "Noche de Estrellas". Hace un año, explica Claudia Luna, se organizó el "Reto México", donde se pretendía lograr reunir el mayor número de telescopios posibles. Ahora, el propósito es el de observar las estrellas, y seguramente con ello intensificar entusiasmos e incluso motivar vocaciones orientadas al estudio de las ciencias astronómicas.
A las cinco de la tarde se veían distribuidas en treinta carpas en una de las explanadas del Museo. Los preparativos de cada pabellón estaban a la orden del día, y no sin exceptuar el humor y la sonrisa. Mientras los de uno de ellos se afanaban en inflar globos por sus propios medios -léase aquí: auxiliados con la boca-, los del pabellón vecino empleaban una bomba de mano útil para el caso. Al darse cuenta de ello, no paraban de reír unos de otros, mientras algún globo difícilmente inflado se les escapaba e iba a parar a las manos de un ansioso chiquillo ajeno a las bromas.
Mostradores pertenecientes a la Facultad de Ciencias Químicas de la Universidad Autónoma de Coahuila, Universidad Tecnológica de Coahuila, Observatorio de la Facultad de Ciencias Físico Matemáticos, Universidad de Valle de México, ITESM, Museo de las Aves, Consejo Estatal de Ciencia y Tecnología, Museo del Giroscopio, Embotelladoras Arca, Sociedad Astronómica de Saltillo, Parque Las Maravillas y al propio Museo del Desierto, instancias preocupadas de la protección del medio ambiente y también de la promoción y difusión del conocimiento científico.
Arrancan las actividades. Se observa a un grupo de niños alrededor de uno de los instructores, pertenecientes a la Facultad de Ciencias Químicas. Vestidos con bata, los instructores facilitan a niños y jóvenes a hacer por ellos mismos el experimento. Han vaciado previamente un poco de vinagre y agua en una botella de plástico. Dentro colocaron un pequeño pañuelo que envuelve bicarbonato, y el extremo de la botella rematará con un corcho adornado con cintas de colores. Luego de agitarlo, el gas expulsa el corcho con todo y cintas de colores: "la mezcla produce un gas", explican a los azorados niños y adultos, deslumbrados del efecto propulsor, y tan emocionados que desean intentarlo de nuevo.
Infantes más pequeños asisten a la práctica de otro experimento; en un vasito de plástico mezclan un poco de resistol, fécula, harina y colorante. Con ello consiguen una mezcla muy parecida a la plastilina, con la que forman figuras del tamaño de la uña pulgar. Salen del mostrador encantados.
Como así se vio a los adultos, cuando en el pabellón donde fueron invitados por una maestra a hundir sus manos hasta el fondo en un recipiente colmado de fécula de maíz y agua: "Dos medidas de fécula, por una de agua". Luego de haber mezclado bien, la instructora pide que saquen sus manos de la vasija; lo hacen con cierto temor, y parece ser que se les dificulta un poco. Al final lo consiguen y de sus manos se escurre, en hilos, la mezcla. Apareció la sorpresa en el rostro de ambas mujeres, que rebasan los setenta años, cuando veían descender los chorros del batidillo; en el momento en que la instructora avisaba que golpearía la superficie, las dos se echaron para atrás, pensando en que las alcanzaría una salpicadura. Nada de eso. La mezcla demostró ser más dura que una tabla de madera. "Este, explica la química, es el mismo principio que se utiliza para los chalecos antibalas".
Casi las siete de la noche. Se va poniendo el sol. Algunos de los visitantes lo observaron a través del telescopio: "en este momento no se alcanza a distinguir bien por el movimiento de esas nubes", advirtió el encargado del aparato, miembro de la Sociedad Astronómica de Saltillo. Aún así, la vista resultaba grandiosa. El lente del telescopio se llenó del inimitable color amarillo-naranja del atardecer.
En otro espacio, con sillas dispuestas hacia el Oriente, da inicio el lanzamiento de cohetes caseros, elaborados por niños y jóvenes. Proyectados a los aires, brillaban en las alturas con sus alegres diamantinas y sus obligados ornamentos infantiles: colores chillantes o tonos pasteles y suaves. Cohetes algunos que en su centro llevaban el nombre del autor escrito a grandes y negras letras.
Así nos despedimos. Entraba la noche y con ella las estrellas, estrellas esperadas por centenares de personas ansiosas de indagar en "los por qués".
Un evento notablemente interesante. Ahora que Oppenheimer ilustraba que hay países, como Argentina, donde existen cuatro estudiantes de psicología por cada uno de ingeniería (fenómeno común en toda Latinoamérica), la promoción y difusión de actividades científicas tiene un peso específico muy grande, es una magnífica apuesta para el futuro.