Cuando fallan los sistemas

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Avanza la medicina, las ciencias químicas y biológicas, la lingüística, sin duda, y también la ecología. Uno no deja de preguntarse por qué no avanza la política o la jurisprudencia. Éstas parece que se quedaron en el siglo 16, o por esos tiempos. Si fuera cierto que Montesquieu fue el autor de la idea de la división de los tres poderes para que funcionara bien una nación (porque es mentira, él no lo propuso, al menos no así) entonces estamos lejos de ese ideal. Después de los reyes absolutistas, que tenían derecho aún a la vida de los demás, no se diga en otros aspectos, se pensó que si el ejecutivo era el que visiblemente mandaba, debería tener contrapesos para evitar las injusticias. Implantar la justicia, es evidente, era y debería ser, la meta de toda convivencia humana. En el Antiguo Testamento se encuentra ya dibujado el hombre ideal: es el justo. Justo es quien da a cada cual lo que le corresponde. En el Nuevo Testamento ese concepto se transforma cualitativamente cuando se deja al justo como individuo y se propone para la sociedad. Jesús dice que es necesario construir un reino de justicia, de amor y de paz. Y no se le puede o debe enmendar la plana al Maestro. El orden de su frase es: justicia, en primer lugar, y luego amor y paz, lo que significa, sin la menor de las dudas, que Cristo pensaba que sin justicia lo otro ni siquiera es pensable. Así que vamos por orden de preferencia.
En el caso de que fuera verdad eso de los tres poderes, al menos así lo manda nuestra Constitución, el ciudadano común podría confiar en que no será un juguete de los caprichos del Ejecutivo. Habría alternativas al poder omnímodo. Podríamos refugiarnos en la protección de la Justicia o del Diputado que te representa ante los poderes federales o locales.
Por esto suena a fracaso la comedia o la farsa que representa cotidianamente el poder judicial. ¿Quién podrá liberarnos de ese poder? Sería agradable poder decir que los otros dos poderes, pero ambos están enfrascados en luchas personales por más poder, dinero o para eternizarse en él. Veamos. El caso Florence Cassez está en la mente del auditorio. Una chica francesa que es, sin duda, culpable, fue objeto de una telenovela bien realizada por Televisa, con el apoyo del Poder Judicial (en mayúsculas). El Presidente francés, de derecha, está preocupadísimo por su conciudadana, que acá torturó a una mujer y, sobre todo, a un niño.
Otro caso que ingresará en los anales de la historia mundial es el de la señora indígena que solita y con sus uñas como único instrumento, secuestró a seis fieros policías judiciales con AK47 y otras armas. El caso de ese "juicio" que condenó a la mujer a años de cárcel era tan patético que el Presidente Calderón usó su poder para otorgarle clemencia (que está dentro de sus atribuciones).
Un tercer caso es el de la niña Paulette, por encima de todos en cuanto a estupidez, mala fe, corrupción, ignorancia, perversión. La niña se perdió y duró nueve días extraviada. Pobrecita. Al noveno la encontraron en su propia cama, muerta hacía nueve días, exactamente. En esa cama durmió su nana; esa cama la revisaron expertos policías con perros amaestrados. La cama era tendida después de usarla. ¡Milagro!, ahí estaba dormidita para siempre Paulette. Añadamos que, de nuevo, Televisa estuvo en primera fila. Carlos Loret de Mola (hoy en día muy elogiado por una película tendenciosa) escogió al culpable y lo sentenció en su programa. ¡Oh sorpresa!, Loret de Mola coincidía con (adivine con quién), con Enrique Peña Nieto, por supuesto. Éste, sin respetar la división de poderes, intervino en todo sin la menor delicadeza. Las casualidades existen.
Así que ese tercer poder, el Judicial, que está ahí para defender al ciudadano de los excesos de los gobernantes y para impartir e implantar justicia, anda en la Luna. ¿Qué hacer?, se preguntará usted. Respuestas las hay y contundentes, pero no aplicables a nuestros caducos magistrados de la Suprema Corte o a los policías judiciales, al Ministerio Público y demás.