Elecciones y redes sociales

Opinión
/ 2 octubre 2015

Gabriela Warkentin

Académica de la Universidad Iberoamericana

La intercampaña (es decir, el periodo de silencio en que estamos, antes de que arranquen formalmente las campañas electorales), ha servido para algunas cosas: escuchar hasta la saciedad el spot de "Héctor Bonilla, el ciudadano"; debatir sobre los debates que no son; hablar de las encuestas de las encuestas de las encuestas (y que cada quien encuentre a su culpable favorito por no tener al frente a su gallo de oro); atizar pleitos entre partidos y medios; y hasta reflexionar sobre algunos temas sustantivos.

Para los que somos habitantes también del ciberespacio, la pregunta más recurrente en fechas recientes ha sido: ¿qué papel jugarán las redes sociales (léase Facebook, Twitter, YouTube, etc.) en las elecciones del 2012?, ¿cómo medirlas?, ¿cómo entenderlas? Lo cual, si hurgamos entre líneas, significa algo así como "y qué hacemos con eso que ahí se mueve y no terminamos de controlar"; ¿qué hacemos con esos millones de mexicanos que diario pasan horas en las redes sociales haciendo "quién sabe qué", ni "cómo", ni "manipulados por quiénes"?

Las redes sociales son importantes porque amplifican las conversaciones, visibilizan los temas, exhiben defectos y virtudes, intensifican campos de batalla. pero son importantes, sobre todo, porque son espacios de conversación. Y tal vez eso sea lo más difícil de entender. Nuestra cultura política (y electoral) no es todavía de conversaciones ni de vocación ciudadanas. Por ello, la posibilidad de una horizontalidad de estas magnitudes es casi aterradora. De cara a nuestra cultura política (y electoral) que es, si acaso, de dinámicas clientelares y sospechas verticales, se impone la interrogante: ¿cómo lidiar con ésos que en las redes merodean y hablan, discuten, festejan, propagan rumores, se mofan, ligan y reconocen a sus propios influenciadores?

La respuesta que hemos visto hasta ahora no es muy alentadora. Las bonitas prácticas del acarreo para llenar la plaza pública se están queriendo traducir al entorno virtual, por ejemplo. Bots y bots y bots. Unos mejor hechos que otros, unos más astutos que los de junto. Pero ahí están (un bot -abreviatura de robot- "es un programa que realiza funciones imitando las de un ser humano"). Ahí están, y aplicados al entorno en el que nos movemos son como mapaches virtuales: atacan, replican, se meten. y ensucian la simple posibilidad de la interacción.

En México, y lo decía el especialista Diego Beas hace tan sólo unos días, estamos trasladando las viejas formas y los más viejos debates a las nuevas plataformas. Habríamos de hacerle ver a los candidatos que un bot no es un voto, aunque eso de tener miles de seguidores sea casi tan enriquecedor al alma como una plaza pública repleta de acarreados. Los segundos llegaron en camiones y por la promesa de algún beneficio inmediato. Los primeros. simplemente fueron creados. ¿Se acuerdan de Al Pacino adorando en silencio a S1m0ne, su bot? Si nos descuidamos, las redes serán la S1m0ne de todos nuestros egos.

Escenario así planteado, soy con todo una convencida de que la horizontalidad que las redes sociales del ciberespacio han traído consigo contribuye a causas, debates y empoderamiento de grupos. Los Miguel Sacal, la Ley 5 de junio, el #QuitaUnAnuncio; las leyes ACTA, SOPA, InternetNecesario; muchos movimientos que sin la integración de la conversación amplificada no se hubieran consolidado de la misma manera. Tocará implementar mejores estrategias para que el empobrecido debate público no sea la constante, sino sólo una etapa hacia una ciudadanía con mejores herramientas y horizontes.

En unas semanas más terminará la intercampaña (y a esas alturas ya hasta me habré encariñado con "Héctor Bonilla, el ciudadano", que me acompaña tres veces a la hora en cada estación de radio). Y más adelante, cuando termine la campaña misma, tocará revisar a fondo el modelo de comunicación política por el que estamos optando. A ver si algún bot se anima.

@warkentin

EL UNIVERSAL




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