Leyendo `Canción de Tumba'

Opinión
/ 2 octubre 2015

En algún momento de su novela "Canción de Tumba", Julián Herbert dice que la aventura de los pilotos mexicanos que fueron a luchar a la Segunda Guerra Mundial parece una novela de Jorge Ibargüengoitia; y después de leer el recuento de los hechos que ofrece, el lector no puede sino darle la razón.

Pero, ¿qué tiene qué ver la historia del Escuadrón 201 con la vida y muerte de la madre de Herbert, el tema de su novela?

Volvamos a Jorge Ibargüengoitia, porque al leer "Canción de Tumba" parece adecuado aplicar una reflexión del escritor guanajuatense en un prólogo que escribió para "La Regenta": las novelas suelen dar lugar a libros imperfectos, monstruos admirables, en los que el lector se siente cómodo y desea continuar.

"Canción de Tumba" es una muestra de por qué las novelas han capturado durante tanto tiempo la imaginación de los lectores, generando tanta pasión en el camino. Y también un ejemplo de la flexibilidad del género, capaz de dar cabida a todo tipo de voces y contenidos.

El relato carece de una línea temporal rigurosa, pero su centro de gravedad, el punto al que el narrador vuelve una y otra vez, es la estancia en el hospital de su madre, enferma de cáncer. Y mientras la cuida va recordando escenas, anécdotas, sentimientos, su odio y su amor por una mujer que se ganó la vida como prostituta, le dio tres hermanos de padres diferentes, lo trajo consigo de un lado a otro del país, y en algún momento renegó de él.

Pero la novela depara muchas cosas, menos sordidez; Herbert no cae en el amarillismo ni en la autocompasión. Tampoco alimenta el morbo del lector.

Lo que sostiene el relato al principio es un suspenso extraño, difuso; consiste no tanto en saber si la enferma va a morir o no, sino en querer saber más sobre la vida que ha llevado. Paulatinamente, sin embargo, y sin que sea obvio, el interés comienza a residir en otra parte: el lector quiere seguir escuchando -leyendo- lo que el narrador relata, aunque sólo tenga que ver tangencialmente con la vida y muerte de la protagonista.

Herbert usa la enfermedad de su madre para hablar de su relación con ella, pero también de sí mismo. Por las páginas de "Canción de Tumba" aparecen sus amoríos, sus viajes al extranjero para participar en congresos de poesía, su adicción a las drogas, sus opiniones sobre Felipe Calderón, su reacción ante el embarazo de su pareja, su relación con sus hermanos, e incluso sus conversaciones con uno de sus personajes de ficción, el protagonista de una novela malograda.

La narración es como un haz de luz que ilumina pequeñas porciones de vidas enlazadas, hasta que el lector tiene una visión del conjunto, en parte por lo que está leyendo, pero en parte también por lo que imagina, y lo que completa con su propia experiencia.

La magia de la novela

Escritor no académico, Herbert se permite un poderoso vocabulario -"dar las nalgas", "ñango", "no mames", "wanabí", "briago", "enjareta"-, que coexiste con un sutil cuidado por las frases, por el ritmo, por las imágenes que está creando.

En algún momento el narrador dice que es mestizo. Lo mismo le ocurre al Julián Herbert escritor: se nota que también es poeta, más que un novelista purasangre. Ser mestizo es ser imperfecto pero también -como decía su madre- ser mestizo sirve para mejorar la especie, y en casos como este, el arte de la novela.

 @luisalfredops www.librosllamanlibros.com

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