El símbolo
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Con acierto afirma Diel que
el símbolo es a la vez un vehículo
universal y particular.
Universal, pues trasciende la historia;
particular, por corresponder
a una época precisa.
Juan Eduardo Cirlot
Parece que fue Aristóteles quien dijo que el inconsciente habla al consciente a través de imágenes, imágenes visuales, auditivas, olfativas. Éstas devienen símbolos y alegorías en cuyo centro se repliega nuestra idea del mundo y nuestra verdadera identidad. El hombre ha construido símbolos desde siempre. En ellos ha depositado su miedo y su incertidumbre, su duda y su asombro. Pero ¿qué es un símbolo?
La cruz del cristianismo, el águila devorando a la serpiente, el Loco del Tarot, las figuras de la heráldica, la fórmula icónica de la masonería, el ojo omnisciente y piramidal, la lira de Orfeo, ¿qué hondo significado entrañan? Frazer, Eliade, Gombrich, Panovsky y otros sabios contemporáneos ofrecen variadas respuestas pero, con ser esclarecedoras, no parecen ser suficientes.
Los símbolos se tocan, aunque estén lejanos en el espacio y en el tiempo. No hablan un idioma: hablan el idioma. Y los asimilamos menos con el intelecto que con la intuición y el ánima. Los símbolos están cargados de tiempo histórico pero también de atemporalidad, de sentido tribal y de pasión humana. La imagen del águila y la serpiente, por ejemplo, entraña una fábula cosmogónica y moralizante muy cara a los mexicanos, aunque de ninguna manera exclusiva de éstos. ¿Qué nos dice? ¿Cómo la percibimos, al margen de la retórica y de la oratoria nacionalista?
Los símbolos se alimentan de nosotros y nosotros de ellos. Imposible una simbiosis más perfecta. Veo en esta relación dialéctica la sustancia original de nuestro diálogo con la Divinidad. ¿Es este diálogo un soliloquio? Esquilo se convierte en Beckett: los hombres solamente esperan; en el páramo, un árbol simbólico; el anuncio crepuscular de que tendrán que seguir esperando. El ritual y la alegoría: la criatura, el espacio, la expulsión, la espera, el Creador y vuelta a empezar. ¿El árbol de la ciencia es el árbol de la vida? La artesanía mexicana, tan elocuente y críptica como la Kabbalah.
El artífice de símbolos se pierde en la oscuridad. No es Platón, sino Legión, y Legión antiquísima. Pero otros -los poetas, los artistas, los mercaderes- también han sido creadores de símbolos. Marilyn Monroe, Marlon Brando, James Dean fueron diseñados como "símbolos sexuales", pero su talento y las masas rebasaron a la mercadotécnica. Ernesto Guevara se ha convertido en símbolo, ¿pero qué simboliza -y para quién(es)? ¿La libertad, la rebeldía ante determinado stablishment? ¿Y el equívoco culto a la imagen de Mao o a la de Stalin, transformados de pronto en santos de una "revolución socialista" hace unas décadas? Cuidado: la aparatosa máquina del mundo es también una fábrica de símbolos de barro. Un símbolo atraviesa las eras y la ambiciosa banalidad política de ciertas circunstancias, y aunque viva de contradicciones, éstas encarnan la animosidad de la tribu, a la que no se soborna fácil o indefinidamente. Un buen título para un estudio antropológico: El símbolo y el chantaje ideológico.
El psicoanálisis y el estructuralismo, la iconología y la hermenéutica, la semiótica y la fenomenología han utilizado su instrumental en el análisis del símbolo. Y mucho se ha descubierto, pero el iceberg sigue mostrando sólo su cima. La sonata de Venteuil se escucha a lo lejos: Proust sigue su tema serpenteante y esa frase que regresa una y otra vez lo conduce por galerías memoriosas. Su búsqueda no rinde el fruto que desea, pero cuántos hallazgos, cuántas respuestas alternas. La música no revela el secreto, el velo no se corre, el sentido último se obstina en la mudez, pero viajar en ese oleaje sonoro ya es descubrir. ¿Qué dice la música? ¿Qué me dice? Y lo que dice ¿lo dice también a otros? ¿El símbolo emite sentidos universales?
Si el símbolo nos dice es que nos representa. Somos en él. Estamos representados en él. Por eso nos conmueven la serpiente y el águila.
Por eso nos estremecen la cruz y el árbol sefirótico. Por eso el poema, el drama, el lienzo, el corrido o la pantalla pueden ejercer sobre nosotros una hipnótica seducción. Por eso ciertos juegos de azar como el de "La Lotería" y el de "Serpientes y escaleras" son, en México, tan estremecedores. La representación siempre es simbólica. Cuando es auténtica resulta infalible.