Mexicanita ya te atrapó la migra

Opinión
/ 2 octubre 2015

Los días de Nueva York se encuentran entre los más felices de mi adelina vida. Y no, querido lector, no es que uno se derrote ante el imperio para ponerlo en términos pejistas, sino que allá la vida es "más mejor".

¡Ajá! Aunque me linchen por la sintaxis y por lo dicho. Más árboles, más parques, más bicicletas, más tiendas y, en mi caso, más tiempo de ocio porque durante mis dos años de estancia en la ciudad del fruto prohibido yo recibía aún una mesada paterna. No se trataba de la gran fortuna y tampoco era necesaria. La vida en la isla de Manhattan transcurría al ritmo de paseos gratuitos por el Riverside Park, muy cercano a la Universidad de Columbia, recorridos en Metro hasta Soho cada mañana rumbo al Culinary Institute, donde intentaba coronarme con una "Toque Blanche" de chef y conciertos al aire libre o tardes encerradas de televisión, a según la estación del año.

En Nueva York, uno se sentía ciudadano del mundo hasta que alguien te recordaba que eras mexicano. Y mire que en mi caso, y a pesar de mi acento empañado (¿o será emPeñado?) por el uso de d's demasiado arrastradas, lo rubia me hacía a simple vista una gringa del montón o echándole ganitas hasta parecía parisina.

Me enteré de mi mexicaneidad una tarde de lluvias inesperadas. Su Adelita paseaba a Lucky, perro de "BR" -suena, bi-ar- mi entonces pareja y, él sí, el de cuatro patas, mi amor "verdadero" en los años de Nueva York, cuando un policía me hizo notar mi estatus migratorio. Loquito, como le llamaba yo para hispanizarlo un poco -podría asegurar que el can se hizo bilingüe porque reaccionaba igual ante un ¡aiiguey! que un ¡ohhhshit!- caminaba a mi lado cuando, literal, fuimos apañados. La rutina matutina era sencilla y casi inamovible. BR se despedía al pie de la escalera del apartamento en Tieman Place (al mudarme con el susodicho dejé de pagar renta y pasé a mejor vida aunque cometiendo un pequeño fraude contra mi padre, cabe confesar). Lucky y su Adelita lo mirábamos caminar hasta la estación del Metro en la 125 para luego, en sentido opuesto, recorrer dos cuestas y caer en el River Side Park que corría a lo largo del Río Hudson. Los vecinos, en su mayoría afroamericanos y dominicanos, pues la avenida Tieman era la puerta de entrada a Harlem, nos saludaban, mientras que Loquito cargaba su correa en el belfo y contoneaba su enorme trasero negro de oso polar -el perro era un espectacular Terranova negro de 45 kilos. La colonia en teoría era peligrosa, pero en realidad lo "in" o "hipster" para sonar muy Nylon (New York-London) era mudarse, como Bill Clinton, quien montó oficina ahí mismo, hacia zonas diversas que se caracterizaban por el hervidero de estudiantes, migrantes y antros de jazz en el caso del Upper West Side. Su Adelita era migrada legal y sin contar con las credenciales de alumna de Columbia daba el gatazo de pertenecer a ese barrio multicultural. El problema es que la policía, no importa de qué ciudad del mundo sea, rara vez avanza (y hablo en términos evolutivos) al ritmo de sus jóvenes o "masas educadas".

Y he ahí que la que fabulea cayó en garras de esos retrógradas que hasta la pusieron de manos y piernas ¡semi abiertas! contra la patrulla a falta de documentos que les convencieran a tratarme con un mínimo de dignidad.

Siempre antes de ingresar al parque tomaba del hocico de Lucky la correa, lo sujetaba a ella y emprendíamos un viaje a ninguna parte hasta que el cansancio nos derrotara. Ese día, sin embargo, instantes antes de amarrarlo nos sorprendió un súbito chubasco que en segundos nos empapó. A escasos metros observaban plácidamente un par de policías desde la comodidad de su patrulla. Intenté cruzar miradas con uno de ellos, como en busca de aprobación para soltar al perro. Me arrimé a un árbol para protegerme de los gotones que nos propinaba el cielo y dejé libre a loquito para que orinara. Tres minutos después de la tormenta volvió el sol y con la pausa acuática un oficial descendió del auto.

Se acercó y en vez de un "good morning" o el clásico "you are under arrest', arrojó un "you broke the law".Ajá. Mi mente visualizó casi como por reflejo a la legendaria banda Judas Priest, con las reservas de que la que escribe llevaba vestidito rosa, cara de niña, zapatito de moño y, sobre todo, nada metalero que cuadrara con la imagen de los "fuera de la ley".

-"Ohhh, ahhh, nooo". Balabucié y solté un suicida "es que no sabía porque no soy de acá".

Mi dicho me transformó y sin escalas de la ama del perro a su fina "criada" con toda la tremenda carga del horrendo terminajo. Yo era ante los ojos del policía una extranjera que hablaba español y paseaba un perro que a todas luces sí era un "national". Pidió mis papeles y ahí todo se puso peor.

-"No tengo", dije sin comprender que el oficial deduciría que el no tener era un absoluto "dont have" muy distinto a un "no los llevo".

Me arrestaron. Lucky observaba con el hocico muy abierto y al borde de un gruñido, pero como el perro sí era de allá, deduzco reconocía y, por ende, respetaba a la autoridad. Estuvieron a punto de meterme a la patrulla, no sin antes llamar a los de migración, aclaro, cuando un vecino gringo empezó a gritar mi nombre. A él, con un inglés similar al mío pero acento muy americano, decidieron hacerle caso y finalmente pudimos explicar que en el apartamento yacían mis papeles. Así pues, bajo la mirada atónita y el murmuro viperino de la vecindad, me escoltaron hasta el hogar y no sólo eso, se metieron a él -hoy pienso que los pude haber demandado por miles de dólares por allanar mi morada.

Checaron mi visa, llamaron nuevamente a migración (hecho también no lícito en Nueva York, pues supone que se discrimina al detenido al presumirlo ilegal) y me dieron mi multa porque loquito orinó sin llevar correa y amo a un lado.

Casi 300 dólares. Se despidieron. Les extendí la mano. No la tomaron.

Pues si no viene la "mano amiga", pensé, pues que "somebody else" les paguesu "ticket", pensé. Y así mero fue. Al mes compré otro "ticket", pero destino a México. Besé a Lucky en la frente y hocico, gruñí al amo del perro, que en eso del ojo alegre parecía más bien mexicano, y dejé en su buró como despedida, la deuda que a esas alturas ya estaba encarecida. ¡Ya viste güerito, a ti también te agarró la migra!

El Universal




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