Negocios

Opinión
/ 2 octubre 2015

Me parece que este desprecio por las áreas de negocios es un síntoma muy claro de nuestro problema mental

En el viaje a China, una guía me preguntó a qué me dedicaba en México. Le dije que era profesor. Le pareció interesante, pero no demasiado, y preguntó de qué daba clases

Cuando le dije que de negocios, todo cambió. Hizo gestos de admiración y me explicó que en China ser profesor era algo importante, pero ser profesor de negocios era algo muy superior.

Ese breve intercambio me hizo darme cuenta de algo: a diferencia de lo que ocurre en los países desarrollados, o de aquéllos que aceleradamente se desarrollan, en México los temas de administración y negocios nos parecen algo "malo". Déjeme explicarme. Para nosotros, estudiar administración es poco menos que no estudiar. Así lo vemos en México. Quienes tienen habilidades para las matemáticas, estudian ingeniería, o más recientemente, economía. Quienes están interesados en cuestiones sociales, o en que el país avance, estudian humanidades y ciencias sociales. A administración llegan los que no tienen interés en los demás, ni habilidad matemática, según se cree.

Durante mucho tiempo (no sé si sigue así) Conacyt no daba becas para estudiar administración (o áreas parecidas) en el extranjero. Con la excusa de que quien estudia administración seguramente va a hacer dinero, pues nada de becas. Otras áreas de conocimiento, especialmente ciencias sociales y humanidades, nunca sufrieron mucho por ello.

Me parece que este desprecio por las áreas de negocios es un síntoma muy claro de nuestro problema mental. La generación de riqueza, que eso son los negocios, nos parece algo inmoral, porque así lo aprendemos desde niños, en esos libros de texto gratuito que tan dañinos han resultado. Y puesto que, en la óptica general, los negocios son despreciables, pues no los hacemos, ni los jóvenes estudian las disciplinas necesarias para que esos negocios funcionen cada vez mejor. Y entonces se cumple la profecía: puesto que se desprecia el área, llegan a ella muchos jóvenes que en verdad no tienen ningún interés ni habilidad para los negocios, y al final resulta que muchos de los que estudian administración efectivamente no aportan nada. Pero esto es una profecía autocumplida, no otra cosa.

Si algo falta en México son empresarios, o más claramente, emprendedores. Justo ayer escuchaba una mesa económica en un noticiero matutino de radio en donde los involucrados, personas capaces e inteligentes, no podían sino repetir estas creencias aprendidas en nuestro sesgado sistema educativo: emprendedor es algo que viene del extranjero, incubar negocios no tiene mucho sentido, lo que debería impulsarse es innovación tecnológica y no empresas que sólo venden tamales, y más en ese tono.
Una tragedia, indudablemente. El que personas de gran calificación e inteligencia no puedan comprender la importancia de los negocios en la economía es una señal muy clara de que tenemos problemas muy profundos. La única generación de riqueza en la economía moderna ocurre en los negocios, y éstos son mejores o peores dependiendo de las capacidades de sus líderes. Si estos son emprendedores, entonces competirán entre sí por hacer las cosas mejor que los demás para vender más. Eso es la productividad, el reto más importante de México.

Pero en nuestra interpretación del mundo, la riqueza que genera una empresa tiene una connotación negativa, porque se trata de algo que se obtuvo explotando al pueblo. Insisto, eso aprendimos en nuestros libros de texto, y así era el discurso público cuando yo era niño y adolescente. Entonces un discurso público totalitario, porque no había otro. Después, en los últimos treinta años, ese discurso dejó de ser único, pero sigue siendo el que más representantes tiene en los medios de comunicación y la academia. ¿Cómo cuántos analistas, columnistas o comentaristas conoce usted que se dediquen a negocios? Sea como estudiosos del tema o como emprendedores ellos mismos. Creo que pocos.

Para que una economía sea productiva es imprescindible que haya competencia, y ésta sólo ocurre cuando hay emprendedores dispuestos a enfrentarse en el mercado. Y como ocurre con todos los enfrentamientos, el que gana, gana y el que pierde, pierde. Sonará a Perogrullo, pero no es tan obvio. Si en una economía no se permite que los perdedores pierdan, y se les rescata de su derrota, entonces esa economía jamás será productiva. Lo lamento, pero así funcionan las cosas. Sólo cuando se permite a unas empresas quebrar pueden otras empresas producir riqueza. Si un país tiene una cultura que se concentra en defender a los perdedores, o peor, incluso a ensalzarlos, jamás podrá ser un país generador de riqueza. Puede ser otras cosas, pero no eso.

México, durante el siglo XX, se convirtió en un país de derrotados. No lo fue durante el Liberalismo Triunfante, de Juárez y Díaz, pero sí desde la Revolución. Desde entonces hemos construido una lógica en la que los extranjeros y los empresarios son malos, y los buenos son los obreros y los campesinos. Y fortalecimos nuestra evasión del conflicto, limitando la competencia. No dejamos que los derrotados sufran, y por lo mismo no dejamos que haya ganadores (porque si los hubiera, habría derrotados). En esas condiciones, las necesidades de la población quedaron en manos del Estado: todas. Unas las cubría éste directamente, otras a través de los socios, seudoempresarios que habían sido políticos, o que a nombre de ellos ocupaban el espacio que no queríamos dejarle a la competencia.

En Estados Unidos, en Francia, en China, quienes se dedican a negocios, como estudiosos o como practicantes, cuentan con el respeto y admiración de los demás. Son los que generan la riqueza del país. Acá, son despreciables. Y luego nos preguntamos por qué no podemos generar riqueza. Bueno, creo que está claro.

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