MIRADOR

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Creo en Dios, pero mi fe vacila en tratándose del diablo.
Sé bien que por elemental criterio de equidad debería también creer en él. Los hombres de religión afirman su existencia, y en el temor al diablo fincan buena parte de su éxito. Pero a mí me resulta creer en dos espíritus, uno bueno y otro malo, que luchan en igualdad de circunstancias para ganarse al hombre y arrebatarlo a su rival. Yo creo en un Dios amoroso cuya gracia lo llena todo. Si hay mal en el mundo eso no es cosa del demonio: se debe a que nosotros renunciamos a la gracia y al amor de Dios.
Aun sin creer en el maligno rezo a veces la oración de San Ignacio, esa que dice: ". del enemigo malo defiéndeme.". Solo que para mí el enemigo malo no es el diablo: soy yo mismo. Le pido al señor que me defienda de mi egoísmo, de mi soberbia, de mi envidia, de mis vanidades, de mi indiferencia por los demás, de mi rencor.
Yo mismo soy a veces mi mayor enemigo. Yo soy el enemigo malo.
¡Hasta mañana!...