Mayo de 1863: la otra batalla
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Se dirá que en aquella ocasión perdimos la guerra, y con los franceses no. Pero es que pocos conocen el desenlace de lo del 5 de mayo.
El año pasado se celebraron los 150 años de la batalla del 5 de mayo. Justo se filmó una película a propósito de ese evento, exhibida hace algunas semanas. Es un buen filme, con buena producción técnica y apegada a la historia. Incluso se reconoce el hecho de que la balanza se inclinó en favor de los mexicanos gracias a Porfirio Díaz (algo que la historia oficial le ha escatimado). Díaz fue ordenado por Ignacio Zaragoza mantenerse a la defensiva; en un momento en que los franceses pudieron haberse anotado una victoria, el joven Porfirio decidió actuar por encima de sus instrucciones (manía mexicana, por cierto) y obligó a los invasores a emprender la retirada. Técnicamente hubo un empate, pues de cerca de 6 mil elementos con que contaba cada bando, murieron como 500 en cada uno. Pero fue derrota francesa al no poder tomar Puebla, según sus planes.
Dice Francisco Bulnes que en estricto sentido deberíamos celebrar con mayor enjundia (o celebrar, a secas) otra batalla, la de Monterrey de 1847 en contra del ejército estadounidense, pues en tal caso 600 soldados mexicanos derrotaron a 2 mil efectivos norteamericanos. Pero nadie conoce esa victoria ni recuerda a su respectivo héroe, el general Manuel Balbotín (un absoluto desconocido para los mexicanos, lo que contrasta con la popularidad de Zaragoza). Pocas victorias militares tuvimos como para encima escatimarlas (otros países celebran todas y cada una de ellas, pero aquí somos bastante extraños).
Se dirá que en aquella ocasión perdimos la guerra, y con los franceses no. Pero es que pocos conocen el desenlace de lo del 5 de mayo. Primeramente, poco después de esa célebre batalla, Zaragoza decidió perseguir al ejército francés que se había replegado en Orizaba. Las fuerzas mexicanas, debidamente reforzadas, sumaban ahora 14 mil efectivos que hubieran podido aniquilar a los 5 mil restantes de los franceses. Pero ocurrió uno de esos incidentes que parecen marcar nuestra historia militar; apostados los mexicanos en Cerro Borrego, justo frente al campamento francés, una patrulla gala conformada por 75 soldados se topó con la vanguardia del ejército mexicano. Era de noche, por lo que los franceses creyeron encontrar un piquete mexicano aislado del resto del ejército republicano, así que decidieron atacar sin miramientos. El error se repitió entre los mexicanos, pero a la inversa; éstos no creían haber sido atacados por una pequeña patrulla, sino con el grueso del ejército francés. La sorpresa y el desconcierto provocaron estragos entre nuestras filas; dos bajas francesas frente a 200 mexicanos fallecidos, además de otros 200 presos, fue el saldo. Ante el desastre, los oficiales mexicanos decidieron retirarse y regresar a Puebla, perdiendo una oportunidad de oro para al menos hacer más costoso a los franceses su invasión.
Comprensiblemente, después de la inverosímil derrota de Cerro Borrego, los mexicanos cayeron en una profunda desmoralización. La confianza que habían adquirido el 5 de mayo se desmoronó de inmediato, y volvió a ocupar su lugar el sentimiento de inferioridad frente al afamado ejército francés, que de nuevo fue visto como invencible. Evidentemente, ese episodio no aparece por ningún lado de la historia oficial.
Durante los siguientes meses el ejército francés recibió refuerzos de su patria hasta sumar más de 20 mil efectivos. Zaragoza había ya muerto y fue sustituido en el mando por el general González Ortega (vencedor de los conservadores en la guerra de Reforma). Un contingente de 7 mil hombres al mando del ex presidente Ignacio Comonfort llegó para reforzar al ejército mexicano, pero en lugar de enfrentar a las huestes francesas se dedicó solamente a quemar ranchos aledaños para complicar el abasto de alimentos al enemigo. Hasta que un comando franco-mexicano logró introducirse en su campamento de noche, sorprendiendo en la madrugada a las fuerzas mexicanas y las dispersó.
La derrota mexicana fue contundente. Del lado francés se registraron apenas 185 muertos y mil heridos, pero se logró capturar a 12 mil prisioneros mexicanos. Antes de rendirse, Ortega ordenó destruir la artillería para que no fuera utilizada por los franceses, pero la tarea no fue hecha con diligencia y quedó un considerable número de cañones en muy buenas condiciones, que en adelante se volverían contra las fuerzas mexicanas. Los franceses no tuvieron ya resistencia eficaz; hubo de culminar la guerra civil en Estados Unidos (con la advertencia a Napoleón III de retirarse de México), y ser amenazada por Prusia, para que Francia ordenara el retiro de sus tropas, abandonando a Maximiliano a su suerte.
Por José Antonio Crespo