Mirador

Opinión
/ 2 octubre 2015

Por la ventana de la casa campesina veo la huerta, arrellanada en la penumbra del amanecer. Los manzanos entregaron ya su último fruto, y sus hojas empiezan a pintarse de color sepia, pues se disponen a salir en el retrato del otoño.

Sobre la loma, al otro lado del arroyo, el caserío es como un barco inmóvil en el quieto horizonte de la madrugada. La ropa tendida se agita en el aire recién creado, y finge los gallardetes de la nave.

Se vuelve claro el cielo. Miro los campos en reposo: cumplida la faena se han echado a descansar igual que un manso perro. Termina de lavarse la mañana y sale goteando de rocío. En la copa del álamo se vierte el primer rayo de sol.

La vida tiende una indulgencia plenaria sobre el mundo. Entra por la ventana esa bendición y me toma en sus brazos como una amante que me poseyera, húmeda de amor.

¡Hasta mañana!...




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