Querida Leo

Opinión
/ 2 octubre 2015

Mi querida Leo: es extraño escribir su nombre aquí, porque de pronto me entero de que es ése con el que Sor Juana se retrató a sí misma en una de sus obras de teatro, Los empeños de una casa. Hasta este momento relaciono su nombre con el nombre de la máscara que esta mujer entrañable utilizó para exponerse de cuerpo completo ante una época que la aplaudió y la hundió casi al mismo tiempo.

Me alegra que esté usted mejor. Los cambios de estación resultan, para algunos, un fastidio. Del invierno a la primavera o del otoño al invierno muchos nos vemos obligados a emprender la consabida romería hacia el consultorio médico y a cargar luego con un costal de frascos, pastillas, jarabes y toda esa parafernalia de la farmacopea. Ya ve usted mi caso: yo solía cargar con una mochila para llevar un libro, un cuaderno y un lápiz; ahora debo llevarla para acarrear mi propia botica, bastante surtida por cierto.

Es una lástima que no haya podido ver a Juan Carlos. Espero que pueda hacerlo pronto, lo que es igual a decir que quisiera que esté usted recuperada mañana mismo. Y que su ánimo no se vea ensombrecido ni por ese problema infeccioso ni por la tristeza con que, a veces, una indisposición de esta índole viene acompañada.

El texto que me leyó vía telefónica es muy interesante. Ese homenaje a Efraín Huerta, hecho por los integrantes del taller de literatura, tuvo sus aciertos, por lo que dice usted en su escrito. No recuerdo si consigna los nombres de los poemas leídos, aunque sí que se leyeron algunos de los poemínimos huertianos. Ignoro el grado de densidad erótica que haya tenido el video que los muchachos -que usted llama criaturas- presentaron al final de la lectura. Pero por el tono en que leyó usted ese fragmento, supongo que le pareció un tanto fuertecito.

Las cosas han cambiado, Leo. Hoy se tienen hijos a los 15 años, o antes. México es una fiesta de niños concebidos en la algarabía de una pasión instantánea. Pero no seré yo el que adopte una actitud pacata y moralista ante esta contingencia de la sexualidad mexicana. ¿Qué se podía esperar, después de todo, de un pueblo que ha sido estrujado, exprimido y educado en un síncope manipulado por las altas esferas? No hablo de las esferas celestes, sino de las otras, de las de un poder terrestre y muy terrestre.

Me alegra que Monclova siga teniendo el ánimo de emprender actividades como ésta, aunque sea en una institución que desde hace tiempo naufraga en cierta abulia administrativa, dolencia, por lo demás, nada exclusiva de las instancias privadas, ¿eh?, se lo aseguro. En cuanto a lo que dice usted sobre un Efraín Huerta leído por voces de mujer no sé qué pensar. ¿Hay una poesía femenina, una masculina y otra digamos quimérica? ¿No cantaba Lucha Villa –aquí va la analogía- amanecí otra vez / entre tus brazos, aquella canción de José Alfredo? ¿No canta Vicente Fernández La Diferencia, de Juan Gabriel? No sé cómo se escucharía en una voz de hombre un poema como Lamentación de Dido, de Rosario Castellanos, o los poemas de Alejandra Pizarnik.

Y ya que hablo de Lucha y José Alfredo, ¿alguien leyó el poemínimo Luchavillismo en esa noche lunar, como usted la califica? Es muy ingenioso, Leo. Parodiando y homenajeando -¿cuál es la diferencia?- al compositor guanajuatense, Huerta escribe: Encanecí / otra / vez / entre / tus brazos... Pensándolo bien, si las almas son asexuadas, como afirman algunos antiguos y mi Sor Juana de siempre, ¿qué más da si estos o aquellos poemas son leídos en voz alta por hombres o mujeres indistintamente? No entro en los meandros del supuesto del alma porque no viene al caso.

Lo que sí viene al caso son las lágrimas, Leo. Pues ¿de dónde voy a sacar la entereza para ofrecer un gramo de consuelo, si yo mismo doy de manotazos en mi propio charco? No, no. Nada de cuitas, mi querida Leo. No hay dolor en el mundo. No existe el dolor. Borrémoslo del cuadro. Hay mucho qué hacer todavía. Vea usted a Revueltas, a Paz, a Huerta, a Cortázar, a García Márquez y a tantos otros sin fama: en medio de la urgencia hicieron lo que debían hacer, su trabajo. Como lo hace un mecánico, un carpintero, una madre de familia, una camarera, un pintor de brocha gorda. No llore usted, Leo: tenemos muchas, muchas cosas por hacer y no estamos facultados para que todo eso se convierta en líquido humor, no. No.




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