Mirador

Opinión
/ 2 octubre 2015

San Virila salió de su convento a buscar el pan para los pobres.

Al ir por el camino vio a un grupo de hombres y mujeres que gritaban con desesperación en la orilla del río.

Era que un niño había caído al agua, y la corriente lo iba a ahogar.       

El frailecito se acercó e hizo un ademán. Un rayo de sol llegó hasta el niño, lo enlazó y lo llevó sano y salvo a la ribera.

-¡Milagro! –gritaron todos.

-No –dijo San Virila-. Lo que hice fue un truco elemental. El verdadero milagro, del cual ni siquiera nos damos cuenta, es que a todos nos lleguen los rayos del Sol.

¡Hasta mañana!...


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