Mirador

Opinión
/ 2 octubre 2015

Jean Cusset, ateo con excepción de la primera vez que estuvo frente a la Catedral de Chartres, dio un nuevo sorbo a su martini –con dos aceitunas, como siempre- y continuó:

-Yo suelo arrepentirme más de lo que he dejado de hacer que de lo que he hecho. A cada pregunta que la vida me hace yo contesto: Sí. Cada camino que me enseña lo recorro. Remonto cada río, y trato de ver qué hay del otro lado de todas las montañas. A veces, claro, me topo con el dolor o la tristeza. Pero también la tristeza y el dolor me sirven para sentir que estoy vivo.

-Debe ser cosa triste -siguió diciendo Jean Cusset- llegar a la vejez sin nada de qué acordarse, aparte de un largo vacío. Por eso yo nunca le digo no a la vida. Me doy todo a ella, y todo le pido que me dé. Vivo intensamente: estoy haciendo recuerdos para cuando no pueda hacer nada más que recordar.

Así dijo Jean Cusset. Y dio el último sorbo a su martini. Con dos aceitunas, como siempre.

¡Hasta mañana!...




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