Isaiah Berlin solía recordar aquel viejo cuento judío según el cual un rabino iba cierta noche por un oscuro bosque.
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De pronto le salió al paso un espantable monstruo. Lo vio el rabino y exclamó:
-¡Bendito sea el Señor nuestro Dios, que tanta variedad puso en sus criaturas!
La idea de igualdad puede ser muy tentadora, pero en el fondo es peligrosa. Es lo que han buscado todos los totalitarismos. Lo verdaderamente humano es la diversidad, que nos distingue de otros seres animados iguales entre sí, y donde cada miembro de la especie hace lo mismo que los demás.
El hombre no es una hormiga ni una abeja. Sus posibilidades de ser y hacer son infinitas. No sólo hay Bach: hay también Mozart, y Beethoven y Brahms. (Y los Beatles, y Lara, y José Alfredo).
Lo mejor que me puede pasar es que no todos sean como yo. Si lo fueran, el mundo sería muy aburrido. (Y ciertamente no muy bueno).
No sólo debemos admitir la diversidad, o tolerarla: debemos también agradecerla. Nos enriquece; nos hace plenamente humanos.
Bendita sea la diversidad. Gracias a ella todos podemos serlo todo.
¡Hasta mañana!...