Lo que no tiene nombre
COMPARTIR
TEMAS
Una mente humana difícilmente puede procesar las declaraciones de quien narraba paso a paso, detalle a detalle, cómo habían manipulado un cerro de cuerpos vivos y muertos y lo que siguió después. Ninguna descripción literaria del infierno se puede acercar ni tantito a esta realidad en crudo. Jóvenes que manipulan los cadáveres de otros jóvenes y que describen los hechos con frialdad y naturalidad, como si muchas veces lo hubieran hecho. La diferencia es que ahora eran hartos.
Estupefacción, horror, impotencia, coraje, desesperanza, rabia ya no contenida. Intentos por entender, pretensión de explicar lo que parece inexplicable, de nombrar de algún modo lo que no tiene nombre.
El discurso presidencial se mantiene intacto. No cambia ni el tono. Ofrece llegar hasta las últimas consecuencias. Las frases suenan cada vez más y más huecas. La impostura incomoda. Se insiste en seguir un guión que quedó atrás porque lo alcanzó la tragedia.
El caiga quien caiga no tiene ya significado alguno. La salida de un gobernador y la cárcel para un presidente municipal no son para nada suficientes. No se va a poder reconstruir un tejido social sano si no se curan cientos de llagas expuestas por todo el territorio de la Nación.
Hemos venido escuchado, desde hace ya buen tiempo, que el combate al narco estaba provocando una espiral de violencia. ¿En qué punto de la espiral estamos? ¿Tiene fin? Si enfrentamos una escalada de violencia. ¿Con qué escala nos estamos midiendo? Muchos expresan su deseo de que este sea el punto de inflexión y de que ya estemos tocando fondo. ¿Será? Nos sentimos atrapados en el fango entre cadáveres y los restos de instituciones que se mueven con torpeza y que parecen estar al límite. Los pocos esfuerzos tardíos y desarticulados resultan insuficientes. ¿Quién puede colocar sobre sus hombros al Estado de Derecho?
Estado fallido, dicen algunos. Es un Estado que ha fallado, pero no precisamente por no poder garantizar la seguridad mínima, sino por no ofrecer opciones a sus jóvenes. Ha fallado en educación, en combate a la pobreza, en romper las brechas de desigualdad, en acercarse un poco al Estado de Bienestar. Perseguir hasta las últimas consecuencias al crimen organizado o atender a las primeras causas de la descomposición no es realmente un dilema.
Las alternativas para los jóvenes del medio rural no pueden seguir siendo migrar o ser cooptado por la guerrilla o el narco. Claro, también está la opción de ser maestro que, con más instrucción, toma conciencia de las injusticias y desigualdades que han marcado su carne propia y su propia vida. ¿De dónde nace si no el resentimiento?
San Fernando fue igualmente dantesco, era la antesala de un dolor mayor y no caló de la misma manera. Aunque hubo horror, no se tocaron tantas fibras sensibles. Esta vez, la evidencia de que la policía desapareció a los jóvenes puso al Estado en el banquillo. Las huellas de las frases que dejan las pintas trascienden muros y monumentos.
Las movilizaciones muestran que estamos dejando atrás el país del no pasa nada. Se ven las calles colmadas de gente que fue sacada a punta de dolor de la indiferencia y el individuo, ya separado de la masa solidaria, no se va tranquilo a casa porque no se lo permite el horror, la indignación y el duelo. ¿Qué hacer? nos preguntamos todos.
Compartir opiniones con otros ayuda a la catarsis colectiva.
La desaparición de los jóvenes, al mismo tiempo que ensombreció el futuro y truncó muchos sueños, está haciendo aparecer un atisbo de esperanza. Ahí está la solidaridad que viene, como ya es tradición, después de la tragedia.
No es Guerrero, no es Tamaulipas, no es Michoacán, no es Veracruz, es México y si nos duele como nos duele, es necesario transformar nuestra impotencia en potencia. ¿Cómo?
*Profesora investigadora del CIDE