Dichos y dicharachos del nordeste

Opinión
/ 2 octubre 2015

A mí no me gusta sacar conclusiones a primera vista. Ni a segunda. Hay señores muy perspicaces que de un pequeño dato sacan todo un océano de posibilidades. Dicen, por ejemplo:

-En la plaza de esta ciudad hay una palma datilera. Eso quiere decir que sus pobladores son gente de aspiraciones elevadas y carácter dulce, con un cierto trasunto arábigo en su concepción del mundo y de la vida, y al mismo tiempo con la fortaleza de los beduinos del desierto.

Yo admiro a esos eruditos que tan fácilmente transitan de lo particular a lo general. No necesitan ver un árbol: con ver el pedúnculo -dicho sea sin mala intención- de una hoja ya pueden decir cómo es el bosque y cómo son todas las criaturas que lo habitan, y sacan además en el mismo acto la prospectiva de las actividades silvícolas de la comarca.

Tan gran discernimiento a mí me deja turulato, pues soy bastante lerdo para sacar conclusiones, y más cuando no las hay. En tratándose de análisis me atengo a la sensata observación de Freud: Hay veces en que un puro es simplemente un puro. Lo demás es gongorismo intelectual, que es peor aún que el de la letra.

Una cosa me ha ocurrido pensar, no obstante, en el curso de mis andanzas por tierras de arriba a mi derecha, es decir, del nordeste mexicano. Observo que conforme se avanza de oriente a occidente el carácter de las personas -hablo en lo general- se va haciendo más serio, adusto y seco. Los tamaulipecos son decidores pícaros; su música es vivaz: los sones de Tamaulipas son como los veracruzanos: De Altamira, Tamaulipas, traigo esta alegre canción.... Llega uno a Nuevo León y empiezan a cambiar las cosas, aunque no mucho. El Piporro viste cuera tamaulipeca, pero el son huasteco es sustituído por la polka y por ritmos más lentos y más sobrios: el chotis, la redova, y aun el vals. Todo eso tocan los farafaras y conjuntos de cuerdas en las insignes cantinas regiomontanas -como el Tolos y Los Aguacates- que suelo visitar cuando mi buena fortuna lo permite.

Luego sigue Coahuila. El habla ya no tiene entre nosotros el cantadito que se escucha en El Cercado, Linares o Montemorelos. Cuando una mujer de ahí te dice: -¿Cómo estás manito?, recorre en su saludo toda la escala musical. Acá el tono se endurece. Voy a tierras del sur, a Oaxaca o Yucatán, y la gente me dice que hablo muy golpeado. Tenemos música de jarabe, pero es un jarabe lento, meditativo casi, como el Pateño que nos tocaba el maestro Jonás Yeverino Cárdenas cuando las muchachas no le decían: -Profesor: toque Celos.

¿Y Chihuahua? Ahí la gente es seria. Chihuahua es el centro de la seriedad. De ese Estado hacia el poniente las cosas empiezan a cambiar de nuevo, a hacerse más alegres y vivaces. Es por la cercanía del mar, seguramente. El habla de Sonora es pintoresca, según lo ha demostrado el señor Sobarzo, y cuando llegas a Sinaloa te espera ya una banda con bordoneo de tuba y estrépito de bombos, platillos y tarolas.

Esta campanuda generalización sirve de prólogo a un nuevo espigueo de dichos que recogí en nuestras tierras de arriba a mi derecha, y que pondré mañana aquí, Deo volente.




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