Los maestros sí leen

Opinión
/ 1 mayo 2015

Me sorprendió gratamente ser invitada al Programa de Lectura y Escritura Crítica a cargo de la sección 22 del SNTE-CNTE en la ciudad de Oaxaca, en coordinación con Guillermo Quijas, de Proveedora Escolar, y en cuyo consejo participan escritores como Leonardo Da Jandra y la pintora Agar (artistas que desde sus muchos años viviendo en Huatulco y ahora en la capital oaxaqueña se han involucrado con la promoción, formación y diálogo de lectores y escritores), Rogelio Vargas, de la Casa de las Ciencias, y dirigentes como Flavio Sosa.

Me enfrenté a otra cara de la beligerancia por la que conocemos a la sección. El programa lleva ya tres años funcionando y para un escritor es asombroso interactuar con casi 300 maestros que acuden un sábado del mes a dialogar con el invitado, cuyos libros han leído. Que los maestros no leen (o sólo algunos) es algo que refleja a una sociedad de no lectores como la mexicana (las impresionantes cifras de la cantidad de librerías en Buenos Aires, ahora que México fue país invitado, subrayan nuestro desfase), también resulta un cliché y una frase de cajón que se aplica a adolescentes (así me dijeron los editores en mis primeros intentos por publicar La más faulera), porque no es del todo cierta.

Bajo el sol contundente que alcanzaba a filtrarse por la carpa del patio de la escuela Benito Juárez en el centro de la ciudad, a un costado de Santo Domingo, comprobé que los maestros sí leen. El programa tiene la inteligencia de pedir una reseña crítica a cada maestro para que pueda recibir el siguiente libro de esta especie de club de lectura, donde el gobierno hace la compra de 500 libros de cada autor. Las reseñas no son un vale de despensa, son revisadas y hay retroalimentación para que las capacidades de escritura crítica se desarrollen. Me parece que el diseño del programa es redondo, se lee, se conoce al autor y dialoga con él, si el libro gusta puede formar parte del trabajo en aula, en caso de que el tema y tratamiento fueran aptos para primaria y/o secundaria (de cualquier manera los maestros solicitan la opinión del escritor sobre libros para chicos de secundaria); los libros llegan directamente al maestro, asunto que no es fácil aunque Oaxaca es ya punta de desarrollo cultural del país, y a la tradición plástica impulsada por Toledo así como las bibliotecas en la ciudad se han sumado sellos editoriales, Almadía o Sur y una Feria Internacional anual de creciente prestigio. Hay que crear la relación con el libro.

No se lee por dogma ni consigna, leer es un acto de libertad, donde la conversación alrededor de los libros nos permite elegir qué leer. Los libros cincelan nuestra relación con el entorno, permiten, entre otras cosas, la comprensión de la diferencia, y sostienen el diálogo como premisa. Leer es dialogar con el texto. Imaginar mundos a través de las palabras, proponerlos, llevarlos al terreno político (como dice Flavio Sosa: Aquí en Oaxaca todo lo politizamos). Sin duda, a través de maestros lectores, se pueden hacer pactos que beneficien a la sociedad. Que miren al futuro.

Que un maestro sea lector significa muchas cosas, no sólo para él, que enriquece su experiencia de vida, sino para los afortunados que se benefician de ese contagio. Un maestro apasionado por el acto de leer crea pasión por el libro. No olvido al maestro de ética que un día se volvió el escarabajo con la manzana incrustada en el caparazón mientras nos contaba cómo Gregorio Samsa amaneció transformado. No hubo clase, sino una narración vehemente y delirante de un profesor convertido en personaje.

Aquella tarde de primero de prepa regresé a casa a leer La metamorfosis, de Kafka. Recuerdo la emoción lectora. Por eso sé que hay un fondo luminoso en acercar libros a los maestros e impulsar el diálogo con el autor, que el contagio sucede lenta pero certeramente, y que una vez echada a andar la sed por los libros no hay manera de parar.

Mónica Lavín

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