¿Cuántas alas tiene un pollo?
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La pregunta con la cual se da título a la presente colaboración es en serio, muy en serio. Como todo lo planteado en este espacio.
Es, además, una duda legítima. Nos surgió acá, a su charro negro, y al buen Alex -el segundo de mis hijos- mientras esperábamos la entrega de una orden para llevar en un restaurante especializado en alitas. ¿Ha notado usted la proliferación de este tipo de establecimientos en Saltillo?, by the way
El origen de la duda es bastante simple. Es una cuestión de aritmética esencial, de hacer las cuentas y destinar cuatro o cinco neuronas al análisis del asunto La sospecha se vuelve inevitable.
Porque mire usted: nada más en Saltillo -y haciendo una cuenta así, sin mucho rigor- existen alrededor de una docena de establecimientos dedicados específicamente a la venta de alitas en todas sus presentaciones. Adicionalmente, un número importante de establecimientos -bares en su mayoría- ofrecen alitas en su menú.
Cada uno de estos lugares vende docenas de órdenes de alitas todos los días, lo cual se traduce en la comercialización de miles de estas extremidades superiores (¿sí se les puede decir así en el caso de los pollos?), tan sólo en el caso de nuestra ciudad.
¿Cuántos pollos deben sacrificarse diariamente para satisfacer esta auténtica fiebre por las alitas con la cual ha sido infectada la raza humana en los últimos años? Sólo en las órdenes por las cuales esperábamos en aquel momento nosotros, figuraban los despojos de unas 20 aves
Conforme más refinábamos nuestro análisis, más sospechoso se volvía el asunto: si los pollos sólo tienen dos alas -al menos hasta la última ocasión en la cual tuvimos la oportunidad de checar un espécimen vivo- el mercado de las alitas parece desproporcionado.
Porque, viéndolo bien, ¿dónde están los restaurantes especializados en muslos, piernas, pechugas o pescuezos de pollo? ¡No hay! los únicos establecimientos dedicados a la comercialización de una parte específica de la anatomía gallinácea escogieron la parte menos carnosa y proporcionalmente más pequeña de cualquier ave: las alas.
Entonces, al tener muy poca carne es necesario un número importante de alas para satisfacer el apetito de cualquier humano de talla normal No se diga ya la de nuestros congéneres de mayor rodada. Y más aún si están ubicados ente un televisor en el cual se proyecte un partido de la NFL: las alitas se van (nunca mejor usado el término) volando
Pero entonces, ¿de dónde salen tantas alitas? La respuesta simple es, por supuesto, de los pollos. Pero entonces surge un obligado cuestionamiento: ¿y quién se come el resto de los millones y millones de pollos a los cuales deben arrancárseles las alas para satisfacer la demanda de estas piezas?
Y allí surgió la siguiente parte de la duda: si la comercialización de alitas siguiera las reglas de la economía, debía ser un comestible caro. Como el jamón de bellota, el Kopi Luwak, las trufas de Piamonte, el caviar del Mar Caspio, o el azafrán.
Lejos de tal posibilidad, las alitas son más o menos baratas. O al menos no alcanzan un precio elevado, tal como sugiere la regla de la rareza y como debería obligar la alta demanda del platillo.
Piénselo: de acuerdo con las reglas del mercado, la parte más barata del pollo debería ser la pechuga, después la pierna, enseguida el muslo y al final las alas. Porque si todo mundo quiere comer alas y además sólo son dos y tienen muy poca carne, pues deberían ser más caras.
Pero como no es así, entonces nos pusimos a construir hipótesis:
Primera posibilidad: el mercado de alitas es de tal magnitud, que a los productores de pollos les alcanza perfectamente para criarlos, sacrificarlos, quitarles las alas, comercializar únicamente estas piezas y tirar el resto a la basura porque no vale la pena.
Segunda posibilidad: como lo sugería aquella cadena cibernética de principios de siglo, según la cual las empresas dedicadas a la crianza de los pollos los habían alterado genéticamente para no poseer ojos y con ello tenerlos comiendo 24 horas al día, seguro algún científico macabro logró desarrollar una especie de pollos con media docena de alas.
Tercera posibilidad: las alitas a las cuales somos tan afectos no provienen de los pollos Ni de ningún otro animal. Han de ser producidas con una suerte de impresoras 3D gigantescas a las cuales alimentan con la carne y los huesos del resto del cuerpo de los pollos.
O vaya usted a saber cómo le hacen Pero ciertamente las cuentas no dan y esto nos parece, al Alex y mi, cada vez más sospechoso. Alguna de las muchas ONGs dedicadas a advertirnos sobre los peligros de la comida transgénica debería iniciar una muy seria investigación para averiguar la verdad.
Nosotros, por lo pronto, vamos a ver si encontramos alguna pista en el sabor, la textura y la consistencia de las alitas de los distintos lugares saltillenses donde las venden Ya vamos en el octavo.
¡Feliz fin de semana!
carredondo@vanguardia.com.mx
Twitter: @sibaja3