Una novela es la vida secreta de un escritor. William Faulkner

Opinión
/ 18 julio 2015

Yo sólo escribo en torno a tres temas: el tiempo como reflexión, el lenguaje, y yo mismo. Así respondía el joven Gustavo Sainz a una de las preguntas que en una entrevista le hizo Rafael Rodríguez Castañeda, hacia 1970. (Revista Proceso, N° 2018, 5 de julio de 2015).

Más que en ninguna otra de sus obras, en La novela virtual esta aseveración es completamente cierta. Publicada por Joaquin Mortiz en 1998 esta narración -subtitulada entre paréntesis como (atrás, arriba, adelante, debajo y entre)- es una historia que se construye a sí misma a lo largo de su gestación. 

A sí misma, claro, es un decir: es el autor quien va edificándola paulatinamente, nutriéndola con su propia vida, con sus lecturas, sus experiencias como escritor y maestro en una universidad estadounidense. Esto es, no hay ningún sentido metafórico en la afirmación de que su ficción virtual se alimenta de su vida. Sainz mismo es el protagonista de esta novela cuyo narrador habla en tercera persona del singular. Casi treinta años después de hecha aquella entrevista, esta obra sigue siendo una muestra de las preocupaciones vitales y estéticas de su autor.

La obra cuenta el proceso de enamoramiento entre un escritor y maestro universitario de 59 años y una chica de 22, admiradora del autor/ catedrático. Desde otra ciudad, ella le escribe correos electrónicos cada vez más cercanos y cariñosos; él, mientras tanto, vive su vida de profesor y nos la hace vivir: sus lecturas en turno, sus clases, la preparación de sus cursos, su asiduidad al cine, sus reflexiones sobre esto y aquello, sus devaneos eróticos, sus citas textuales Y también nos enteramos del nacimiento de su amor por Camila, su admiradora virtual. 

La novela está escrita como si fuese un poema, es decir, su forma es la de un poema en verso libre, pero se trata de un texto eminentemente narrativo de principio a fin. Los capítulos están numerados de manera digamos arbitraria: el libro inicia con el Veintitrés y, en la página 94, nos encontramos con el Uno, para, en la 382, volver a encontrarnos con otro Uno. No importa: la historia corre en todas direcciones hasta ocupar las 495 páginas y es el lector quien debe armar el rompecabezas anecdótico. Los mails de Camila, a diferencia del texto del narrador, los leemos a renglón seguido y están consignados en una tipografía diferente de la otra.

Sabemos que este tipo de experimentación nos remite a otros autores y obras. Al primero que se me ocurre nombrar es al argentino Julio Cortázar y su Rayuela, pero habría que decir que, años antes, ya Lezama Lima, Borges, Guimarâes Rosa y algunos latinoamericanos más habían empezado a experimentar con el lenguaje, el tiempo, la estructura fabulística y otros aspectos de la ficción narrativa. Lo mismo sucedía, en otros sentidos, con la poesía, las artes visuales, el cine y demás.

El mismo Gustavo Sainz hace un breve y erudito recuento de esta evolutiva experimentación en el segundo capítulo Treinta de esta su Novela virtual, remitiéndose hasta Baudelaire y pasando por Lawrence Sterne, Diderot, Apollinaire, T. S. Eliot, Severo Sarduy, Juan Goytisolo, Henry James No menciona a muchos otros que, ya lo sabemos, transformaron la literatura y las artes hacia principios del siglo XX.

Hay un pasaje en el que alguien entrevista al narrador. Ésta es una parte de su respuesta: Pero a la vez te diría que hace 20 años que vivo en los Estados Unidos y todavía mucha gente me pregunta ¿pero no sufriste un shock cultural? / y lo extraño es que yo soy más americano que la mayoría de los americanos. Para Sainz -el autor de la ficción- este momento es oportuno para citar a uno de sus grandes maestros: [Carlos] Fuentes lo resuelve muy bien porque dice que ser mexicano implica no sólo haber leído todos los libros franceses, todos los norteamericanos, los clásicos de Oriente y Occidente, sino haber leído también el Popol Vuh y los poetas aztecas, Visión de los vencidos y Las cartas de relación, y la Brevísima, y las cartas de la marquesa Calderón de la Barca, luego entonces los mexicanos y por extensión los educados en América Latina debemos de tener una perspectiva no sólo distinta sino más vasta que todos los demás / mírame a mí, soy un escritor mexicano pero en realidad soy múltiple, porque también soy francés, y norteamericano de Chicago, y de L. A., y de New York, y de New Mexico, y de Florida, de Maine / y ésta es mi lucha por la expresión / mi lucha por figurar un sentido  a lo mejor donde no hay sentido

En una novela tan experimental como ésta pareciera imposible -después de Rayuela, Paradiso, Farabeuf, Cumpleaños- encontrar alguna innovación, incluso algún momento climático. Gustavo Sainz lo consigue, a pesar de algunos pasajes y estribillos que pudo suprimir sin afectar la trama. Pero ¿qué digo, a qué trama me refiero? Debemos recordar que a nuestro autor no importa tanto la trama del relato como la otra, la del tiempo, la del lenguaje, la de su vida; lo confesó antes y después de 1970. Por eso, luego de publicada La princesa del Palacio de Hierro, dejó de ser un escritor famoso: ¿a quién le importa la experimentación, el aspecto lúdico del lenguaje y de las estructuras lógicas, la aventura de la ficción y sus reflejos? Lo que el mercado editorial y sus clientes exigen ahora son historias, historias, historias atractivas para el gran público. Nada de hipogeos secretos y rayuelas, nada de segundos sueños y paradisos. Hoy hasta los periodistas televisivos dicen: No se vayan, amigos. Volvemos con más historias, refiriéndose a hechos recientes y amarillos de la realidad real.

Con La novela virtual Gustavo Sainz logra escribir, acaso a destiempo, una obra a la medida de sus expectativas. Vierte en ella su propia vida, ya crepuscular. Erudita, erótica y locuaz, esta novela no atiende los estándares del mercado literario actual. No los atiende en este momento y no los atendió en 1998, año de su publicación, pero ¿significa eso que debemos olvidarnos de ella? No lo creo. Leerla me hizo entender que su autor fue víctima del éxito de La Onda -oh sí, Margo Glantz- y también de un régimen muy parecido a la monarquía; me hizo comprender que no había leído como debía a un escritor talentoso y brillante.

¿Su texto -se pregunta el narrador en la página 390- no tendría que ser ese texto dotado de una fuerza  disolvente, juguetona, poseedor de una enorme capacidad de destrucción? Y en la 408: ¿No sería el pinche destino de la literatura tratar de estirar los límites y las fronteras, transgredir, hacer pasar los flujos del deseo, y acarrear siempre sus fatigosos fardos moralizantes, cristianos,  puritanos, familiaristas?. Obsesivos días circulares: al cabo de 30 años, la conmovedora auto-referencia intertextual y la metanarración.

Si estuviésemos en otra época y no en esta transmoderna y posdesengañada diría que Gustavo Sainz alcanzó, en La novela virtual (atrás, arriba, adelante, debajo y entre), su obra maestra. Para mí es lamentable descubrirlo tan tardíamente.

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