Innovación y gobernanza
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El Gobierno de “El Bronco” tiene una cita con la innovación. Ya lo hizo en su campaña y ha fermentado una revolución electoral a nivel nacional. Ahora falta hacerlo en el Gobierno. Estamos a una semana de que inicie. ¿Qué puede suceder? Mucho bueno, eso. Dar un ejemplo matón al resto del País.
A través de la historia la innovación ha ido cobrando una aceleración creciente. Desde que se inventaron los estribos, que ganaron guerras, hasta la penicilina que salvó a millones. Ahora el mundo se acelera con las tecnologías de comunicaciones. Con frecuencia la innovación va mucho más aprisa que la cultura.
El escorbuto (por falta de vitamina C) mató miles de marineros durante siglos; sin embargo ya sabiendo el remedio (jugo de limón), la marina inglesa se tardó como 200 años en diseminar la solución. El pueblo de Los Molinos, en Perú, se negó a hervir el agua a pesar de la evidencia contundente de que no hacerlo enfermaba a la gente.
En pleno siglo 21, el caso del uso de los tableros QWERTY resulta increíble. Los dedos de un escritor viajan kilómetros, pero el QWERTY es lento a propósito. El rediseño DVORAK (1932) permitiría ahorrar tiempo y dinero, pero la gente sigue sin cambiarlo por simple inercia. (Yo hice mi propio diseño desde 1984 y escribo feliz.)
Cuando las personas se resisten a adoptar una innovación, no hay gran problema, ellos se la pierden. Pero, como se ve en los ejemplos de arriba, en ocasiones el problema de una persona o de varias pueden tener consecuencias indeseables para una comunidad. Tomar agua insalubre afecta a todos al incrementar los gastos sociales innecesariamente.
Cuando el gobierno rechaza la innovación, cuando decide irse gradualista en los cambios, cuando la modernidad se atora deliberadamente, aquí sí que los costos son altísimos. Lo pagamos con: subdesarrollo, enfermedades, criminalidad, mortandad prematura, corrupción rampante, falta de motivación, etc. Gradualismo en la reforma política, en los juicios orales, en transparencia son la verdadera causa eficiente de plagios y asesinatos como el de los señores de Tampico.
¿Por qué el Gobierno va lento? Uno, la resistencia al cambio natural de la población; y dos, la falta de voluntad política de los gobernantes.
La primera no me asusta tanto como la segunda. Cuando la gente ve un producto fantástico, no tarda mucho en diseminarse la innovación. Steve Jobs diseñó iPhones que nadie creía necesitar. Unos años después no sabemos cómo pudimos vivir sin ellos.
La parsimonia del Gobierno en materia de innovación es más preocupante, más perniciosa y más difícil de combatir. Los recursos del gobierno se usan en contra de la ciudadanía.
No creo que Nati y Medina no supieran que la tecnología podía producir un gobierno totalmente transparente, eficiente y participativo al instante. Sin embargo, se hicieron los desentendidos y prefirieron meter “mucho ruido” con gastos exhorbitantes en publicidad.
Hoy, sin embargo, podemos hacer un “copy-paste” del sistema electoral computarizado en Cataluña. ¿Qué estamos esperando? Que se vaya Medina. Como luego dicen, ni pichan, ni cachan, ni dejan batear.
Lo mismo en transparencia. Sabemos que se requiere. Sabemos cómo hacerlo y no cuesta. ¿Qué falta? Una firma. Una orden. En vez de ello recibimos excusas y desvíos de atención. Ya basta.
Podemos hacer un gobierno superparticipativo. Crear superciudadanos empoderados para empoderar a otros para sacar a Nuevo León de la barranca. ¿Estaremos frente a un SÍ, o frente a un NO, o frente a un “lo estamos considerando”.
Si Nuevo León no le entra duro a innovar, otros menos lo harán. Podemos ser los abanderados del cambio, o ver cómo la oportunidad se nos pasa de largo. Lo que sí, es que dentro y fuera de México aquí tienen puestos los ojos. Estamos a una semana.
javierlivas@prodigy.net.mx