8M: Hombre en la valla... (1)
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La voz de ¿una mujer, un hombre, un afeminado, una lesbiana, un “neo ente”? (ojo, todos los términos son aceptados por el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Claro, menos el último, el cual define eso: lo amorfo: ni fu ni fa), ladró en su megáfono, en su bocina que todo lo pudría. Dijo textual: “¡Seguridad, seguridad, va un hombre caminado por la valla del Tec!”.
Quien esto escribe caminaba igual que siempre: guapo, elegante, con mi portafolio retacado rumbo a un compromiso para vender libros en el “Bistro Republique”.
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El episodio funesto fue el pasado “8M”. Yo iba caminando con mis aires de grandeza (tengo la grandeza). Sólo veía aquella marabunta de “neo entes”. (¿Hombres, mujeres, cosas; mitad de unos, mitad de otros?). Sólo observaba. En la valla, en el perímetro del Tecnológico de Saltillo (estudiantes, repito, manipulables, los cuales dejaron de ser ingenieros y seres pensantes, para hoy dedicarse a recolectar corcholatas de plástico, cables rotos o excrementos de perro, porque la ecología así lo marca hoy. Es políticamente correcto y lo aceptan sin inteligencia alguna. Vea su letrero: hoy se dedican al “Reciclatrón 2024”, ¡Ja! ¡Puf! Rastrilladores de estiércol. Basura, pues), había varios “hombres”, digamos. Al menos tenían fisonomía de eso, hombres.
Cuando la persona ladró en el micrófono, jamás pensé que su servidor era el protagonista. Estoy acostumbrado a la fama... pero caray, en un segundo llegaron tres “guardias de seguridad” ¿embozadas, embozados, embozad3s? Me coparon, me echaron montón. El diálogo fue el siguiente. Si esto es un diálogo:
-Usted no puede caminar por aquí.
-¡Ah!, caray, ¿por qué? Si debo ir a trabajar pasando la Avenida, atrás de Ciencias Químicas.
-Es que no puede pasar.
-Voy a pasar.
-Bueno, pase por enfrente de la marcha...
-Sin duda.
Y sí, enfilé mis pasos galanos y pasé por enfrente de la marcha de las “mujeres” (“neo entes”, insisto) que tienen tanta amargura, bilis y hiel en las venas que nadie las aguanta. Ni ellas mismas se aguantan. “Seguridad, va un hombre caminado en la valla del tec...”. ¿Soy un hombre de peligro? Sí: soy heterosexual, me gustan las mujeres, les pago las cuentas, le abro la puerta del taxi, les regaló flores, las enamoro, les doy regalos, les escribo poemas, les dedico libros, les dedico artículos, les dedico mi vida. Hoy ser hombre, varón, es algo muy penado y complicado...
Alguna vez y en París le dijo Ernest Hemingway a mi amado Francis Scott Fitzgerald: “La diferencia entre ricos y pobres es que los ricos tienen más dinero”. En una de tantas cintas de Batman, cuando un joven aprendiz de superhéroe le pregunta a Bruce Wayne cuál es su superpoder, éste en su auto de colección le recita: “Soy millonario”.
El problema de estas “mujeres” es ese: no tienen inteligencia, no tienen discurso, no tienen dinero, no tienen voz, no tienen sustancia, no tienen ideas, no tienen libros... Sólo gritan. Usan la violencia, el aerosol (no son Banksy, pues) y sus grafitis son hueros, vacíos. ¿Amo a las mujeres? Por eso ellas me aman. Algunas, pues. ¿Por qué tolerar este tipo de marchas las cuales derivan en delincuencia organizada? No lo sé. Tal vez por eso mi padre Dios no me dio poder político: yo las hubiese encerrado y luego harían trabajo comunitario: a borrar sus pésimos grafitis con faltas de ortografía.
ESQUINA-BAJAN
Las mujeres son la sal de la tierra. Son la sustancia, pero no ellas, las cuales son ell3s, no lo entienden. ¿Hombres, mujeres o cosas? Antes, cuando daba cursos y conferencias, siempre le platicaba al auditorio de algo eterno: la invisibilidad de la mujer desde siempre. Es algo histórico. Y ell3s no lo pueden ni lo van a cambiar, por más cacerolazos que hagan. El ejemplo es eterno, es bíblico: es la mujer de Lot, la cual se convirtió en estatua de sal y se desmoronó por eso, desobedecer el mandato del guía, del varón. Vamos pues, usted conoce la historia.
Es la despersonalización de la mujer, su escasa identidad o de plano la nula identidad de ésta como tal, aquella vieja historia de la Biblia cuando se convierte en estatua de sal: la famosa mujer de Lot (Génesis 19:26). Lot era el varón y tenía nombre. ¿Y su mujer? Pues no sabemos, no tenía nombre, era intrascendente: era su costilla, su costado (costado que luego rellenó Dios con carne en Adán). Era la mujer “de” Lot así de sencillo. Y las “feministas” no pueden y jamás van a cambiar lo anterior. Era su posesión, su mujer, su esclava, su sirvienta. Así ha sido desde siempre y así va a seguir. Seamos francos, no somos iguales los hombres y las mujeres.
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Viejo socarrón y cínico el cual buceó en las profundidades del espíritu y la miseria humana, José Saramago conocía a la perfección la Biblia y sus múltiples libros y códigos. No es gratuito entonces lo siguiente: en su “Ensayo Sobre la Ceguera”, todos sus personajes son impersonales, no tienen nombre, son “No Name”. Al no tener nombre, sólo son cifras, datos... legión.
LETRAS MINÚSCULAS
Mi ciudad, mi Estado, al cual amo, está “grafiteado”. De estupidez también mueren los pueblos, la sociedad. Yo no lo voy a tolerar.