Adiós/Hola, Andrés Manuel López Obrador
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“Tú dices sí” (mi pueblo amado, bueno y sabio, me voy), pero ellos te responden “No (te vayas cabecita de algodón)”.
“Tú dices alto” (no me presionen que mi corazón es débil), pero un coro de 64 millones de votantes antimorenistas y abstencionistas grita: “Vete, vete, vete” (a tu rancho “La Chingada”). “¡Oh, no!” (ya dijiste que por lo pronto no te irás ahí).
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Ahora entiendo, por qué “tú dices Adiós” (y tu pueblo con rostro iluminado y mirada fanatizada) te responde “hola, hola, hola” (mi Mesías redentor nunca abandones nuestro pobre corazón).
Pero “yo no sé por qué tú dices adiós”, cuando el 63.3 por ciento de mexicanos (insiste en responder) “hola, hola, hola” (nuestro cachorro de la 4ª transformación).
Esta paráfrasis de la letra de la canción de Los Beatles (Hello, Goodbye), cobra vigencia ante la aparente despedida de AMLO a partir del 1 de octubre.
Esa paradoja encerrada en el título de la canción define la partida de AMLO en sintonía estrecha con su doble discurso pulido y refinado en las “mañaneras”.
Lo hizo en innumerables ocasiones: tanto en política interior como exterior para dominar con sentido estratégico y mediático la conversación pública.
En casi mil 500 “mañaneras” habló un promedio de 114 minutos diarios, en los cuales el 65 por ciento de las cosas enunciadas (ahí) por López Obrador existen sólo en su imaginación y en su realidad.
Sin embargo, su aparato propagandístico diseminó de manera eficiente y eficaz “esas mentiras, verdades a medias, sacadas de contexto o imposibles de comprobar” para infiltrar la mente de sus simpatizantes y cerrar con la entrega de programas sociales a millones de mexicanos con un costo sexenal aproximado de 7 billones de pesos, el círculo virtuoso del control ideológico y político electoral que le permitió a la 4T obtener −haiga sido, como haiga sido− un triunfo aplastante por casi 36 millones de votos en las elecciones recientes.
Este triunfo electoral obtenido en el terreno de una democracia incipiente permitió a AMLO destruirla para concentrar de manera personalista y autoritaria el poder en el Ejecutivo; como parte integral de ese proceso están la desaparición de los organismos públicos autónomos, cuya erosión inició en 2018, y el control del INE y del Tribunal Electoral del Poder Judicial también.
Sin ignorar las reformas al Poder Judicial, que “plantean cuestiones críticas sobre la politización del poder judicial, la reducción de la independencia (respecto al poder Ejecutivo) y la eficiencia del sistema judicial (para garantizar los derechos humanos de los mexicanos)”. Y porque también van a contracorriente del “T-MEC en materia de integración comercial y laboral porque permite la injerencia de grupos de interés (político) en la impartición de justicia en México...” (y no otorga certeza jurídica al inversionista extranjero y nacional).
¿Cómo va AMLO a decir adiós a un poder confeccionado de manera magistral (que el mismo Maquiavelo envidiaría) y jubilarse en su rancho “La Chingada”? Sobre todo, porque está en juego su obsesión mesiánica por pasar a la historia como el gran transformador del país, al lado de los próceres de las tres previas: 1) Hidalgo y Morelos, 2) Benito Juárez y 3) Madero y Zapata.
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¿Cómo, dada su desconfianza zorruna, dejaría esa responsabilidad en Claudia, quien pudiera ser más racional y moderada que él? Por eso contrasta su aparente “¡adiós!”, para decir “¡hola, mi pueblo amado, siempre no me voy!”.
Al escuchar esta frase, levantan la ceja y aplauden sus fuerzas, vivas integradas por el 50 por ciento del gabinete legal de Claudia, las fuerzas armadas, los 24 gobernadores y los 27 congresos locales morenistas, los 236 de 500 diputados federales, más los 60 de 128 senadores guindas, los militantes de Morena que abrazan sin rubor a Andy López, hijo y sucesor de AMLO en 2030 y, como cereza en el pastel, el 63.3 por ciento de los mexicanos.
Así que para AMLO no hay un adiós, sino un hola, pueblo amado, “aquí estoy, porque a ‘La Chingada’ nunca me iré”.