Motes y mitos
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¿‘La Posdata’? ¿Por qué ese extraño apodo? Va de historia. O, más bien dicho, va de cuento, que es mejor
Aquella señora de Sabinas era conocida como “la Posdata”. ¿De dónde le vino tan raro apelativo? Tras ese mote, como tras casi todos, se esconde una sabrosa historia. Cada apodo, en efecto, tiene su explicación. Pero ¿“la Posdata”? ¿Por qué ese extraño apodo? Va de historia. O, más bien dicho, va de cuento, que es mejor.
El esposo de aquella señora de Sabinas era muy dado a entretenimientos de nocturnidad. Gustaba de mancebías y tabernas, y esos gustos lo apartaban del domicilio conyugal. Lo que sea de cada quién: el vino y las mujeres fáciles de cuerpo ocupan mucho tiempo; son actividades más trabajosas que el trabajo. Quien las cultiva no tiene tiempo para nada más. Son como la política. Ya se ha dicho que un político es un pobre infeliz que por no haber querido trabajar 8 horas diarias tiene que trabajar 16. Así son también las ocupaciones de la noche: toda la ocupan, y también parte del día.
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En cierta ocasión llegó a su domicilio aquel señor. De él faltaba hacía dos días ya, afanado como estaba en sus quehaceres de parranda. Entró y se halló con la sorpresa de que su esposa se había ido de la casa. Sobre el buró de la recámara encontró un recado escrito con la letra primorosa y redondita que la señora había aprendido en el colegio de monjas. Decía así la carta:
“Amado mío:
Tú sabes lo mucho que te quiero. Desde lo más profundo de mi corazón te digo que siempre te he amado y que siempre te amaré. Jamás he de olvidarte, y hasta el último día de mi vida evocaré con ternura y emoción los años felices que hemos pasado juntos, y que guardo como un tesoro en el arcón de los recuerdos. Debo decirte, sin embargo, y te lo digo con el alma hecha pedazos, que me es imposible seguir aguantando tu conducta. Tienes ya dos noches que no vienes a dormir a la casa. Bebes mucho, y sé que andas con mujeres malas. Mi dignidad de esposa me impide aguantar eso, y a pesar de lo mucho que te quiero me veo obligada a abandonarte. Nuestros caminos deben separarse. Me alejo de tu lado igual que deja el ave el nido del que su compañero se apartó. Perdóname como yo te perdono, y recuerda de vez en cuando a la que fue
Tu amantísima esposa”.
Y firmaba la señora con su nombre.
–Hasta ahí todo iba bien –contaba luego el marido abandonado–. Pero al final de su carta mi señora puso:
“Posdata: Ahora que me acuerdo, ve mucho a chingar a tu madre”.
De ahí el apodo.
Esta historia verídica tiene final feliz. El tiempo todo lo cura: después de leer tan elocuente misiva el marido buscó a su esposa y le pidió perdón. Ella lo perdonó, naturalmente. Perdonar es un hermoso oficio que comparten Dios y la mujer. Regresó la armonía a aquel matrimonio, y nunca más el tarambana volvió a apartarse de la buena senda. ¡Qué maravillas obra una mentada a tiempo! Él se olvidó de sus bebistrajos y sus daifas; ella también puso en olvido los agravios pretéritos. Lo que nadie olvidó jamás fue aquella carta, sobre todo su final lapidario y contundente. Desde entonces la señora fue conocida como la Posdata.
Narré con mis palabras esa historia. En las de don Antonio Rodríguez Castilleja, por quien la conocí, se oye mucho mejor.