Amadeus Mozart, el genio musical
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Una sombría mañana del 7 de diciembre de 1791, en las afueras de Viena, en Austria, el clima era oscuro y tormentoso, y empeoró a medida que avanzaba el día. Con la lluvia cambiando a nieve y la tormenta cobrando intensidad, ese día sepultaban a un hombre de 35 años a cuyo cortejo fúnebre nadie asistió. De acuerdo con los relatos generalmente aceptados, su cadáver fue cubierto de cal y enterrado en una “fosa común” en el cementerio de Saint Marx, a pocos kilómetros de las antiguas murallas de la ciudad.
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Tiempo después, a su sepulturero se le cuestionó dónde estaba sepultado, pero nunca supo el lugar exacto. Y es que se trataba del más grande genio musical de la historia, un hombre que reunió el talento natural y ambición, dos ingredientes clave que hacen a un genio, y Wolfgang Amadeus Mozart los poseía en abundancia. Nacido en la capital del arzobispado soberano de Salzburgo, en lo que ahora es Austria, entonces parte del Sacro Imperio Romano Germánico, fue registrado por sus padres en forma latinizada como Joannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus Mozart, y él se llamaba a sí mismo “Wolfgang Amadeus Mozart”. Su talento fue reconocido y seguido por la admiración y la fama de grandes compositores de la época que lo elogiaron, incluido Joseph Haydn, quien escribió: “La posteridad no volverá a ver un talento así en 1000 años”.
A los cuatro años tocaba en el piano sin fallas y con la mayor delicadeza; a los 5 podía leer y escribir música y entretenía a la gente con su talento en el piano, y apenas con 6 años ya estaba escribiendo sus primeras composiciones y presentándose en la corte imperial en Viena y después lo embarcó en una larga gira musical por Europa presentándose como niño prodigio; su nombre ya resonaba en todo el mundo.
Después de largas estancias por varias ciudades de Europa, Mozart se instala en Viena donde escribió y compuso de forma frenética obras maestras como “Las Bodas de Fígaro”, “Don Giovanni” y “La Flauta Mágica”, pero fue al concluir esta última que Mozart se puso a trabajar en lo que sería su último proyecto, “Réquiem”, una misa que le había sido encargada por un benefactor que, según se dice, era desconocido para él, pero Mozart se obsesionó con la creencia de que, de hecho, la estaba escribiendo para sí mismo. Enfermo y exhausto, logró terminar los dos primeros movimientos, pero las últimas tres secciones faltaban por completo cuando murió y fue completada por su alumno Franz Süssmayr.
Sin poder controlar su desbordado talento, Amadeus Mozart pasaba de la riqueza a la pobreza con facilidad, pues despreciaba el dinero al que gastaba con facilidad y con frecuencia estaba endeudado. Su carácter juguetón y alegre, en ocasiones podía parecer infantil. Bromeaba y tenía un sentido del humor tosco, y su actitud despreocupada lo metía en dificultades con la corte. Sin embargo, fue un hombre de gran contraste y contrapunto. En un momento podría estar haciendo una broma grosera, al siguiente podría estar componiendo la música más sublime y divina. La obsesión del compositor Antonio Salieri ante Mozart y su prematura muerte, hizo crecer aún más su leyenda. Para entender la relación entre ambos y si usted tiene oportunidad de ver la película “Amadeus” de 1984, hágalo.
Escribió en todos los géneros, pero fue especialmente importante en el desarrollo del concierto para piano. Su influencia es evidente en la obra de Beethoven, a quien aparentemente conoció en Viena en 1787 y quien escribió cadencias para su “Concierto para piano en re menor”. Su posición como la figura más famosa de la música clásica es innegable debido a la gran cantidad de música que escribió, la variedad de estilos que exploró y su virtuosidad que alcanzó la genialidad.
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La vida de Mozart es una de esas que nos lleva a preguntarnos y a entender no sólo la grandeza de otros, sino también nuestra propia falta de ella. Creo que la pregunta fundamental es si podemos aprender a estar agradecidos por la genialidad de algunos cuantos y si podemos estar tranquilos aceptándolo.
En sus propias palabras: “Un hombre de talento ordinario siempre será ordinario, ya sea que viaje o no; pero un hombre de talento superior (que no puedo negarme a mí mismo ser sin ser impío) se desmoronará si permanece para siempre en el mismo lugar”, en resumen: Genio.