Aplauso de pie a la Orquesta del Desierto

Opinión
/ 6 noviembre 2024

La impecable interpretación de la Orquesta Filarmónica del Desierto, a la segunda sinfonía de Sibelius en re mayor Op. 43, el miércoles 30 de octubre, merece un aplauso de pie. La noche del concierto se interpretó a la sinfonía en tercer lugar, tras el intermedio, que, sumando que la sinfonía dura alrededor de 50 minutos, el aplauso fue luminoso, aunque inmerecidamente breve.

Jean Sibelius fue un compositor nacionalista finlandés, nacido en Hämeenlinna en 1865 y fallecido en Järvenpää, en 1957. Aunque nacido oficialmente ruso, ya que Finlandia, por entonces llamado el Gran Ducado de Finlandia, era gobernada por los zares, Jean Sibelius se consideraba finlandés. A los ocho años fue inscrito en una escuela donde se hablaba sueco, la que él consideraba su lengua materna. A los 11 años, su madre, Maria Charlotta, lo inscribió en la primera escuela secundaria del país que enseñaba en lengua finlandesa, en vez de educar en sueco y latín, como era lo ordenado. Descubrió, entonces la mitología finlandesa contenida en la epopeya Kalevala —como nuestro Popol vuh—, lo que le reveló su verdadera patria.

Decidido a cambiar las cosas, como buen adolescente, ingresó a la escuela de leyes, pero eso no era lo suyo. Marchó a Berlín y a Viena a estudiar formalmente música, donde escribió su primera sinfonía, Kullervo, estrenada en 1892. A partir de esa obra, su producción se acentuó en lo nacionalista, como lo demuestra la Suite Karelia, escrita en 1893 para un desfile en Viipuri, de claros matices patrióticos. Sin embargo, la cúspide llegó con su poema sinfónico Finlandia Op. 26, de 1899, lleno de ritmos turbulentos, a veces invocando a una orquestación demasiado cargada, que a final de cuentas se entendería como la opresión rusa sobre el pueblo finlandés, representados por aire y tonadas del folklor nacional. En respuesta el gobierno zarista la censuró, solo consiguiendo una mayor difusión de la obra, alcanzando la calidad de himno nacional embozado. Se ha popularizado el himno final, hoy llamado Finlandia. Al ver su éxito Sibelius la sacó del contexto original, la retrabajó y la convirtió en una pieza orquestal independiente. Para cerrar la anécdota agregaré que en 1941 el escritor finlandés Veikko Antero Koskenniemi le agregó la letra. Para fines nacionalistas, Finlandia carece de un himno, que suple sobradamente esta obra sibeliusana.

El nacionalismo también acarrea un cierto detenimiento en temas que han quedado fijados en la tradición popular. Tal vez por eso, la tercera sinfonía (1907) mostraba a un compositor estancado en las estructuras clásicas. Sibelius prefirió frases académicas y disciplinadas. Esta sobriedad se acentuó tras el diagnóstico de cáncer de garganta en 1909. El malestar, mortal para la época, revelaron a un compositor huraño, y austero, y desde luego, descolocado. Su cuarta sinfonía (1911) fue rechiflada en Suecia por considerársele ultramoderna. La quinta sinfonía (1915) fue intensamente trabajada y revisada al grado de estrenarla con cuatro movimientos, luego la cambió a tres movimientos, y cuatro años después la reescribió completamente. Hoy es posible escuchar las tres versiones.

De entre la totalidad de su obra descuella la segunda sinfonía, escrita hacia 1901 en en Rapallo, Italia. Primero fue un poema sinfónico que al cabo del tiempo fue mutando a sinfonía, hasta concluirla en enero de 1902 y estrenada ese mismo marzo. Está conformada por cuatro movimientos, en la tonalidad de re mayor, marcada de principio a fin por un pequeño motivo de tres notas. Éste aparece en el primer movimiento, Allegreto, sobre el que aflora un tema pastoral. Tras un motivo llevado por las trompas y otro a base de cuerdas y vientos, asoma un bellísimo pasaje en pizzicato, que nos introduce al último tema del movimiento. Hay que hacer notar la brillantez del solitario oboe de la orquesta del Desierto, que era como para interrumpir la interpretación. De plano. El segundo movimiento, andante ma rubato, arranca con un pizzicato en contrabajos, y chelos que nos transporta a un ambiente umbrío llevado por los fagotes y un respetuosísimo timbal que escolta a las cuerdas en cada frase. Estrellita también para el timbal de la OFdD. El vivacissimo del tercer movimiento es empujado decididamente por las cuerdas que aceleran y frenan, en abierto dialogo, otra vez, con el timbal, y los vientos metal. Finalmente la sinfonía cierra en un allegro moderato, en forma de sonata que anda con delicadeza y abre espacio para el dialogo flauta-oboe, que va cediendo a la orquesta que estalló gozosamente en las propias manos del maestro Natanael Espinoza, y después, casi sin tiempo de respirar, en las manos del público que, como ya dije, lo hizo con reverencia, aunque ya un poco cansado por la hora.

Ojalá se repitiera la audición de la segunda sinfonía de Sibelius para aplaudirla como es debido en muchos más escenario que en el puro Teatro de la Ciudad en una sola noche.

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