Arte del 911
Recién se han cumplido dos décadas del suceso con el que para muchos iniciara la reconfiguración geopolítica del siglo XXI. Oportunidad puntual para hacer revista a sus insospechados ecos en la literatura, el cine y el periodismo
La caída
Una de las más evidentes trabas al abordaje del suceso fue el referente al dilema de su representación: desde el primer minuto un consenso mediático buscó evitar la reproducción visual de las víctimas o de situaciones que al calor del momento pudiesen herir la susceptibilidad pública.
Sin embargo, hubo casos que trascendieron el cerco de la auto impuesta censura para empezar a ofrecer una visión divergente a la construcción propagandística de los emporios mediáticos.
Caso paradigma fue el del experimentado fotógrafo documental Thomas Hoepker, quien sin estar en el epicentro del suceso, fue capaz de construir una imagen dotada de una gran complejidad en su lectura e implicaciones: una extraña escena de apacible descanso urbano, con la catástrofe del WTC humeante al fondo, que más allá de su evidente intención testimonial, se tornó una especie de documentalismo subjetivo y logró un potente efecto en su aparente contradicción entre discurso estético y temático.
En el campo de lo cinematográfico, destacaron, además del famoso documental de Michael Moore; September 11, volumen de cortos dirigidos por directores como González Iñárritu, Sean Penn o Ken Loach; United 93, de Paul Greengrass o World Trade Center, de Oliver Stone. Giros más personales al trauma colectivo y personal se abordaron en Reign over me y Extremely Loud and Incredibly Close, basada en la exitosa novela de Jonatan Safran.
Los libros
Entre la avalancha de literatura derivada del 911 se erigen por lo menos cuatro novelas de los más grandes narradores norteamericanos contemporáneos: Un hombre en la oscuridad, de Paul Auster; Sale el espectro, del recién fallecido Phillip Roth; la polémica Terrorista, de John Updike, que aborda el tema desde la perspectiva de los atacantes y quizá la más importante de todas: El hombre del salto, de Don DeLillo.
Pero es probable que su abordaje más profundo provenga del periodismo. De los anónimos dramas humanos perseguidos con tesón y maestría desde las redacciones, un cuasi desconocido texto de un primerizo Carlos Ruiz Zafón, previo a la desmesurada fama por La sombra del viento, o Hombre que cae, de Tom Junod, publicado por la revista Esquire en 2003: un magistral reportaje en pos de la identidad de los cientos de hombres y mujeres que, atrapados en los incendios previos al colapso de las torres, se confrontaron al fatal dilema de morir a causa del fuego o elegir la opción del salto al vacío. Recién, uno de los análisis más agudos al contexto pre 911 y sus posteriores derivaciones ha corrido a cargo del escritor mexicano avecindado en Nueva York Naief Yehya, quien en este reciente aniversario publicó 11-S, el derrumbe de la realidad.
Finalmente, uno de los libros más inusuales con relación al 9/11 es Las catedrales del cielo, del francés Michel Moutot, quien retoma el antiguo vínculo de la tribu Mohawk en los trabajos de construcción del acero en la zona; montadores y remachadores que históricamente lo mismo hicieron puentes y rascacielos, y que al final, en las semanas posteriores a la tragedia, también ofrendaron su vida enfrentados a la ruina, el escombro y los vapores tóxicos:
“Dos tercios de las personas que allí trabajaron o están muertos o están gravemente enfermos. Se levantó una mentira de Estado, porque el día 28 las autoridades decidieron que el aire estaba totalmente limpio. Se hizo así por la sencilla razón de volver a abrir Wall Street, que está a cuatro manzanas. Fue surgiendo la historia de los muchos mohawks que trabajaban allí en unas condiciones extremas. En la reserva de la tribu en Canadá, llamaron a los jóvenes. Fue algo de una generosidad emocionante, porque nadie se negó; todos fueron. En las siguientes semanas allí hubo entre cuatrocientos y quinientos mohawks peleando con el acero y los escombros.”
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