Block de notas (42): empedernidos lectores de ‘El Diario de Ana Frank’

Opinión
/ 27 enero 2025

Tengo varias ediciones, siempre compro todas las disponibles en el mercado porque hay analistas que indagan, buscan y encuentran nuevas resonancias en sus letras

Sólo tengo una frase para demostrarle mi reconocimiento: gracias por leerme. Hartos comentarios me llegaron de los últimos textos publicados. A todos ellos prometo seguir abonando letras. Y es que todo es de obligado y rápido abordaje. La vida aprieta todos los días y es menester eso, precisamente, vivir. Vivir a plenitud. Lo que se pueda y con lo que se tenga a la mano.

De última hora y al andar haciendo varios pendientes en el centro de Saltillo, me topé ni más ni menos que con mi maestro, mi admirado historiador y académico, don Carlos Manuel Valdés. Un lujo para su servidor. La pregunta era obligada, ¿de qué había muerto el maestro Lucas Martínez? Rápido me actualizó la información y los datos: tenía serios problemas intestinales y estomacales. Pues sí, el maldito cáncer se había instalado en su estómago. Ese asesino silencioso del cual no sabemos de su linaje, pero sí de sus consecuencias, se llevó al historiador Martínez en tiempo récord. Una desgracia para el Norte de México.

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Y todo tiene que ver con todo: necesitamos buenos hábitos alimenticios, necesitamos ir al retrete diario, necesitamos moderar la ingesta de comida, sacarle la vuelta a los alimentos procesados. En fin, todo eso que a los mexicanos nos gusta y nos tiene de hinojos: somos el país más obeso del mundo y la diabetes es un jinete apocalíptico. Corrían los horrores de la Segunda Guerra Mundial, en Holanda en 1942; ocho seres humanos estaban encerrados en condiciones claustrofóbicas en una especie de “anexo” de oficinas comerciales. Una niña-mujer de apenas 13 años escribió el cual hoy es uno de los grandes libros de la humanidad.

En una de sus entradas, jueves 25 de marzo de 1943, Ana Frank escribe: “Quedaba entendido que no utilizaríamos el agua de los grifos, ni la descarga del W.W. Pero la emoción (no haber sido descubiertos en esa fecha por ruidos extraños que se habían escuchado recurrentemente) causó el mismo efecto en cada uno de nosotros. Se hacía cola frente al retrete: puedes imaginar el olor...”. Damas y caballeros, debemos de ir al retrete a cagar y mear. Insisto en ello porque estoy leyendo mucha literatura al respecto. Literatura especializada (médica), biografías (Camilo José Cela padecía harto del estómago, por ejemplo) y los sobrados ejemplos que ya tengo hablan de una sola cosa: hay que al sanitario a hacer cochinadas.

Nota 1: estoy releyendo por tercera o cuarta ocasión “El Diario de Ana Frank”, escrito por la niña-mujer, por un motivo ya nombrado aquí: se cumplen 80 años de su sentida muerte. Ana Frank murió (junto a su hermana Margot de 18 años) en febrero de 1945. Y lo repito: tengo varias ediciones de su libro, siempre compro todas las disponibles en el mercado porque hay analistas que indagan, buscan y encuentran nuevas resonancias en sus letras. Letras de batalla, lucha y esperanza. Y caray, usted lo sabe, “El Diario de Ana Frank” (1929-1945) fue uno de los libros de cabecera de John F. Kennedy, expresidente norteafricano. De los más queridos y recordados en aquel país, hoy en el ojo del huracán.

Nota 2: Pero grande ha sido mi sorpresa al saber lo siguiente. Don Gerardo Blanco Guerra, abogado él, el hombre que más sabe sobre derecho electoral en el Norte de México y uno de los más sabios a nivel nacional, me ha emplazado a tertulia con un único fin: comentar dicho diario y cotejar ediciones. Sí, el abogado y académico es también gran admirador y devoto de las letras escritas con sangre por la niña de piernas escuálidas, mirada brillante y par de trenzas en su limpia cara.

ESQUINA-BAJAN

Nota 3: Otro lector empedernido y melómano él, quien vive a mata caballo entre Saltillo y Panamá, don Javier Salinas me ha hecho llegar puntillosos y buenos comentarios sobre Ana Frank, el libro y, en general, sobre ese periodo y la cultura en ese convulso tiempo. Me ha comentado de haber visto al menos dos películas basadas en el diario y en la vida de la infanta judía. Y claro, dice de otros libros los cuales no he leído. Incluso lo confieso, las cintas tampoco. Espero subsanar este año semejante laguna de ignorancia.

Nota 4: El director de Jurisprudencia y notario, mi amigo Alfonso Yáñez Arreola es otro lector que tiene en Ana Frank y su diario una lectura obligada y constante. De hecho, me habla de una edición de alta maravilla con un ensayo introductorio y notas de factura envidiable. ¿Dónde lo consiguió el maestro Yáñez? Cada quien llama a su alrededor aquello que quiere ser atraído. En este caso, Yáñez Arreola atrae cultura, academia y está atento a la polución de sus ideas.

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Nota 5: Dos lectores empedernidos más, a los cuales glosaremos la próxima semana, don Josep Catañuela (me habló de varias cintas al respecto y de un diario de otra chica, de vida paralela a la de Ana) y el marinero y escritor Phillipe Lowell. A este poeta nunca le doy gusto. Polémico y más dotado a quien esto escribe, es un erudito al cual le agradezco sus puntillosos comentarios. Algo rápido: en una extensa carta enviada a mí me dice: “¿...y el diario de Margot Frank, maestro Cedillo? Existe, existió, ¿sabe usted de su referencia, verdad?”. Duro el poeta Lowell. Pero sí, le daré respuesta en la próxima entrega.

LETRAS MINÚSCULAS

“La señora (Van Daan) provocó nuestra hilaridad al sacar de su sombrerera un gran orinal. Sin mi orinal, en ninguna parte me siento en mi propia casa. Declaró”.- Ana Frank. 14 de agosto de 1942.

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