Buda y el cuchillo
El cuchillo sigue aquí en la mesa. Y no, no es que sea un cuchillo averiado por Buda, es mi tesoro.
A Silvio Andrés Salcedo
Tengo frente a mí un cuchillo. Su mango es de madera. Buda, lo mordió una mañana en la que clavé su filo de metal en la tierra del jardín para ir por un rosal y lo dejé allí, en sus brillos, olvidado.
Buda ni una herida sufrió. Allí estaba sujetándolo y hundiendo las afiladas perlas que son sus dientes y sus colmillos en la madera. Permanece esa imagen: Buda en el jardín masticando un cuchillo.
Pero Buda ya no está en mi jardín ni en mi vida y sí lo está, pues embebió al cuchillo con sus marcas, un cuchillo que hasta hoy he dudado en desechar. Hoy yace esa saeta sobre la mesa como un elemento material que, en su forma rotunda, me permite afirmar, ante quienes me visitan, que Buda estuvo aquí. Buda estuvo aquí, repito en la habitación de mi mente, Buda estuvo aquí.
Hay un particular trazo limpio y largo que corre desde el extremo superior del mango del cuchillo y concluye a la mitad; acaba justo milímetros antes de donde asoma un clavo que sella esa cara del mango con la otra, para aprisionar el acero delgado de bordes ondulados.
Buda sigue allí en el cuchillo y aquí, en mí, al evocarle. Prosigo en el acto de traerlo al presente a través de un repaso: su particular forma de mirarme y de arrugar la parte superior del brillante entrecejo, o de yacer a mi lado en el piso, sereno, mientras yo escribía. O de estar juntos frente a la tarde, sentados. O andando por el bosque mientras cojeando, sereno, llega y me muestra cómo una espina lo ha penetrado. O sonriendo al tiempo que yo le plantaba un sonoro beso.
Estamos hechos de un presente continuo, decía San Agustín de Hipona. Ahondo, de acuerdo a sus propias palabras: “tal vez sería más propio decir que los tiempos son tres: presente de las cosas pasadas, presente de las cosas presentes y presente de las futuras. Porque éstas son tres cosas que existen de algún modo en el alma, y fuera de ella yo no veo que existan: presente de cosas pasadas (la memoria), presente de cosas presentes (visión) y presente de cosas futuras (expectación).” Buda está presente aún y cuando no vea su figura.
Y Buda, porque es Buda, me aclaró durante su estancia en esta casa, lo que es permanecer impasible ante el reclamo o la furia de otros. Imperturbable enfrentaba a seres menores en talla; él en esos momentos existía como si pasara el viento, como si fuera una brizna natural la ofensa.
Cuando digo: Buda usaba un cuchillo para jugar, es una metáfora. Cuando escribo: Buda estaba en el jardín, es otra metáfora. Cuando pienso: Buda era un ser negro y brillante, hay otra metáfora.
En el jardín Buda pasaba entre las flores del plumbago que, con dedos pegajosos de clorofila se adherían a él untándole flores azules que destacaban entre el negro de su figura. Esa imagen me hace feliz.
Buda, en su contento, azotaba su cola larga con fuerza, golpeando mis pantorrillas o deshaciendo a veces las rosas del jardín. Buda ladraba de un modo ronco y agradable.
El cuchillo sigue aquí en la mesa. Y no, no es que sea un cuchillo averiado por Buda, es mi tesoro. Desde hoy pasa del cajón de los cubiertos, a la caja de herramientas. Mi mano izquierda sentirá esas fisuras, hundiré su filo para plantar otra albahaca, para quitar algunos terrones que no ayudan al cajete de las papayas o para cortar -luego de pasarlo por alcohol-, algunos gruesos hilos de la vid que siguen invadiendo la altura del fresno.
Como antes, estaremos Buda y yo forcejeando por el cuchillo y le diré: “deja eso”. Entonces ambos iremos de nuevo a pasear mientras la gente lo saluda por su nombre y él sonríe elevando sus belfos de una forma clara.
El vocablo Buda proviene del sánscrito buddha que significa despierto o iluminado.