Café Montaigne 216
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TEMAS
Ya como, me alimento un poco mejor estimado lector. Imagino a usted ni le va ni le vienen mis alimentos diarios. Pero como he hablado aquí en textos pasados de mi hoja de ruta y andanzas amorosas, pasionales y de eso en general llamado vida, pues muchos lectores (espero sea su caso), me han preguntado por mi salud. Y claro, la salud mental, para bien mío, está bien y en su sitio. Estoy entregado a leer y escribir. Como siempre. En el plano físico, pues le digo, ya me alimento un poco más, pero eso de comer ya no se me da. Nunca se me ha dado felizmente y del todo.
Por vocación, prefiero y sigo la frugalidad y la mesura al comer, pero no al beber. En fin, sigo siendo el mismo y no quiero ni voy a cambiar por un motivo: soy viejo. En cuanto a la comida, sigo aquel viejo aforismo de don Miguel de Cervantes Saavedra espetado a través de la voz de don Quijote, el enjuto hidalgo de la Mancha: “Come poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago.” En cuanto a beber, así con mis toxinas me siento a gusto. No tengo vino ni cerveza aborrecida, todo me cae de maravilla en mi panza de juguete. Y en honor a la verdad y gracias a Dios, ando controlado.
Lo fuera de control es mi pasión invernal por la curvilínea, la flaca Claudia Mota S. quien un día sí y el otro también, amanece más buena al día anterior. Rejuvenece con cada día en su primaveral vida. Los días son raros, ya todo es raro y extraño. Entramos a habitar una vida ajena, debido a la maldita pandemia la cual modificó el eje de la tierra y toda. No hay picos ni crestas de la ola, no; todo es una marejada, un tsunami de consecuencias y cataclismo bíblicos. ¿Quién habrá de salvarse en esta ruleta rusa de infectados? Es difícil saberlo. Imposible.
Como difícil e imposible es construir un arca, la del mítico Noé, echar allí nuestras pertenencias más queridas, los recuerdos de nuestra vida y esperar; sólo esperar y ver escampar por fin. La transición de un cielo y mundo plomizo y gris, a una edén saludable donde una vez más todos nos podamos abrazar con todos y acariciarnos bajo nubes verdemar, aquel color tan extraño y único, al parecer, el color del alma del poeta Novalis.
Ese día era caluroso. Siempre es caluroso en el norte de México. Caluroso todo el día, pero llovió de una manera tórrida y desesperada en la tarde veraniega regiomontana. Primero, una lluvia fina y pertinaz. Con una precisión milimétrica, las gotas de lluvia empezaron a formar charcos en las aceras y pavimento ardiente. Las gotas, como soldaditos de plomo en formación espartana, caían del cielo justas y acompasadas. Luego, la furia se precipitó con todo su poder. Un poder beatífico y esperado sobremanera por nosotros, debido a la sequía y calor asfixiante el cual nos condena. Se precipitó la venerable lluvia, el cielo plomizo se oscureció. Lentamente, en susurros, Claudia Mota me soltó en la mesa, mientras bebíamos un par de cervezas de moda: “Oye Jesús, ¿por qué ya no hay unicornios?”.
ESQUINA-BAJAN
He vuelto a comer ya sólido, aunque más he procurado agregarle vitaminas a mi cocina verbal. Arrastro (o trato de hacerlo) con disciplina lápiz sobre papel al menos y mínimo, dos horas diarias de tiempo para deletrear mi literatura. Voy de acuerdo en los tiempos: años sin publicar un nuevo libro, pero sí muchos inéditos los cuales se van apilando en mi escritorio y en mis cuadernos. Ya luego y cuando hago las correcciones del caso de mis poemas y ensayos, los voy capturando y corrigiendo en la computadora. Pero, todo lo sigo pergeñando a mano. Lápiz Faber-Castell sobre libreta con papel italiano. Fabrano, de preferencia.
¿Notó usted lo puntilloso de la pregunta de la bella Claudia? La flaca se puso nostálgica. Pero feliz. No hay contradicción alguna. Hay felicidades tristes. Valga el oxímoron de por medio; así como hay claras sombras, para decirlo en la voz del Nobel Octavio Paz. A Claudia le gusta ver llover y contemplar los cielos pardos. Sus ojos se vuelven navegables y ella se entrega a un estado de ánimo pleno, tranquilo, en paz y sintonía ella con la misma naturaleza. Claudia miraba llover por el ventanal de su restaurante y la dejé estar en silencio con ella misma.
Fue entonces cuando me soltó en la mesa: “Oye Jesús, ¿por qué ya no hay unicornios?” ¿Cómo responder a semejante pregunta? Lo puntilloso de la cuestión es lo siguiente y creo, usted ya lo vio: si hubo unicornios, fue afirmación, ¿dónde están ahora? ¿Cómo saberlo, cómo responder semejante cuestionamiento cuando una mujer/niña como Claudia Mota cree en unicornios, hadas, grifos, dragones y princesas de caramelo encantadas y hechizadas en el mundo, como ella misma? Llovía, llovía con fuerza inusitada y Claudia escuchaba llover.
Ese día comí unos tacos de carne asada los cuales, una vez más, fueron modificados por las manos de la flaca cuando éstos llegaron en su platón a mi mesa. Tal vez y sólo tal vez han sido necesarios estos tiempos aciagos de pesadez, ayuno, sequía, dolor, pandemia y hambruna, para valorar más nuestra vida, nuestro efímero tránsito por la vida terrena. Le conté a Claudia un cuento basado a la vez, en un texto del maestro Julio Torri: los unicornios, como los dragones, sirenas y los pájaros “Oroperla”, eligieron su libertad y morir, a estar enjaulados en una promiscuidad desquiciante en una apretujada arca.
LETRAS MINÚSCULAS
Afuera, escampa, luego de 45 minutos de lluvia. Claudia Mota va por un par de cervezas más y me dice al oído: “¿Un día quieres conocer mi tatuaje de un Unicornio? Está en un lugar muy íntimo...”. Palidezco.