Café Montaigne 219

Opinión
/ 18 septiembre 2021

Tome usted este café conmigo, señor lector. No necesariamente debe de ser café amargo mañanero (por lo general, como a mí me gusta). Puede ser un buen té. Acaso una vaso de agua. Simple. Un vaso de agua. O bien, una refrescante cerveza la cual y por muchos días y semanas fue prohibitiva y no se conseguía en ningún sitio debido a la maldita pandemia china. Tal vez usted se encuentra conmigo en este “Café Montaigne” por la tarde y entonces usted disfruta de un buen trago: ron, brandy o bien, una copa de vino tinto con algunos aderezos y botanas variadas.

Si acaso usted me lee en internet y en alguna parte del mundo, ignoro cuál sea la hora. Con internet se ha abolido el tiempo, el día y la noche. Eso de “en tiempo real” es un mero formulismo. Usted puede “navegar” en el momento en el cual enciende su ordenador siendo madrugada, plena y cerrada noche o bien, en el pleno y mortificante mediodía de calor jurado.

En internet no hay día ni noche, por lo cual, el contenido, por ejemplo de este diario, está siempre disponible en la maraña de la red. Internet vino a modificar entonces, patrones de lecturas, de interacción con los vecinos y semejantes, roles sociales, interacciones amorosas. En fin, modificó nuestra vida toda. Igual el bacilo chino. El año ha sido atípico. Todo es atípico en este año nuevamente y ha cambiado para siempre.

Diferente. La vida es diferente y atípica. El virus y la pandemia vinieron a dar al traste con la convivencia y la vida social por un cumpleaños, una cena familiar, el chocar vasos de cerveza en la taberna, el bautizo del niño, la carne asada de fin de semana para ver jugar al equipo favorito, las bodas de los enamorados; celebrar a las madres, a los niños, al padre... en fin, todo se vino abajo. Lo de hoy es no salir ni al parque. No respirar. Siempre traer bozal, así lo sigue recomendando la Organización Mundial de la Salud. El virus es de contacto, no viaja con el aire. Pero sí es necesario cuidarse y el usar mascarilla (bozal, le digo yo). Hay humanos obligados a usara cubrebocas: los portadores de la infección. No los sanos. Hay humanos obligados a guardar cuarentena en hospitales o en casa. Los enfermos e infectados: no los sanos. En fin, cosas de sentido común ausentes hoy en día por lo arriba deletreado: son tiempos atípicos debido a internet y a la pandemia.

Por la pandemia ha cambiado todo. Lo más terrible, no tiene visos de componerse pronto. Se recomienda acostumbrarse a vivir y comer con el bicho a un lado. Y como de una u otra forma, sigue el confinamiento y salir a lo básico a la calle, han sido días de lecturas, hartas lecturas y comida y bebida. No siempre la comida y bebidas han sido las adecuadas. Igual las lecturas. Es decir, dependiendo de cada ser humano, ha sido la manera de encarar este aislamiento y literal cárcel a la cual fuimos confinados. En lo personal y lo siento en mi enjuto cuerpo: bebo más de lo que como. Y mayor parte, comida chatarra. Soy franco.

Esquina-bajan

En lo cual he avanzado es en buenas lecturas las cuales por falta de tiempo, siempre estaban pospuestas en mi escritorio y mesa de noche. Una de esas lecturas fue acometer las páginas de “El Pez en el Agua”, las memorias del Nobel peruano nacionalizado español, Mario Vargas Llosa. Un volumen, un tabique de más de 540 páginas. Este texto, a mata caballo entre las memorias, el testimonio, el análisis político, la reflexión, la crítica literaria, la introspección e incluso, la confesión, es un verdadero tour de force en la vida y derroteros de uno de nuestros escritores más leídos y emblemáticos: Mario Vargas Llosa.

El libro lo he leído con gran placer. Conforme avanzaba en sus páginas, el texto se convertía en una novela de aventuras; en otro rato y momentos, en una novela policiaca; luego, en conjeturas y episodios donde hierve la política latinoamericana. También, una gran crónica social, una estampa de tiempo. Claro: un fresco de cultura y literatura en los planos americanos y universal. Dan ganas de releerlo apenas terminando de leerle por primera vez. El libro acepta varias aristas de lectura, varias claves de acceso. Se puede leer en clave gastronómica, clave política, clave social. Ajustes de lecturas, señalamientos literarios, pictóricos, musicales.

Van dos ejemplos rápidos y al azar en materia de alimentos, comida y bebidas del natal Perú de Vargas Llosa y de aquellos años de su niñez y juventud. En Piura, donde, el verano era de una “luz blanca y asfixiante calor”, donde cursó sus estudios secundarios, el Nobel recuerda los “panes con mantequilla, los refrescos y el café con leche” el cual preparaban su abuela Carmen y la Mamaé, ese tipo de señoras encargadas de todo en ciertas familias a las cuales terminan perteneciendo hasta su muerte. De Cochabamba, donde cursó estudios primarios, éste recuerda: “las deliciosas empanadas salteñas y los almuerzos de los domingos con toda la familia presente... donde todos esperábamos que a los postres hicieran su aparición las deliciosas sopaipillas y los guargüeros, unos postres tacneños y moqueguanos que la abuelita y la Mamaé hacían con manos mágicas...”.

¿Recuerda aquello lo cual he publicado aquí varias ocasiones: el voto en las urnas es afectivo, jamás razonado? Así lo deletrea Vargas Llosa: “se vota en una democracia subdesarrollada... por imágenes, mitos, pálpitos, o por oscuros sentimientos y resentimientos sin mayor nexo con la razón”.

Letras minúsculas

Libro mayor de Mario Vargas Llosa. Regresaremos con una segunda parte.

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