Café Montaigne 256; absenta, ‘el hada verde’ en el arte
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El ajenjo, la prostituta, el mendigo... Prohibir siempre será un estrato de la censura. Prohibir el tabaco, el alcohol, la diversión, rápido degenerará en el mercado negro, en la adulteración del tabaco, el alcohol y acaso buscar otros placeres, esos sí, no tan sanos. En Coahuila y dependiendo del gobernador en turno, se prohíbe y luego se modifican leyes para volver a autorizar lo ayer prohibido. Ausente la vida adulta, ausente la toma de decisiones. En su momento el gobierno de Rubén Moreira y sus claques prohibieron el arte de las corridas de toros, la tauromaquia. También el uso de la sal en las mesas de restaurantes. Y al borrar de un plumazo legal esta destreza en la entidad, se borraron lustros, decenios de arte, como el pintado y deletreado por Francisco de Goya, Velázquez y, claro, Pablo Picasso, por citar sólo a los artistas más emblemáticos.
Y un recuerdo amarra a otro. Somos un enjambre, un tejido de sueños, recuerdos, hilos y madeja en la memoria. Tengo entonces el cuadro clavado en mis ojos y en mi pálida memoria. Acodada en una mesa de un café de lánguido escenario, una mujer otea el horizonte el cual no va más allá de sus narices. La mirada perdida, extraviada en el tráfago cotidiano de la existencia. Ropajes en decadencia. Huesudas las manos, una especie de tocado en su cabeza recoge su cabello, acaso alborotado por las ideas.
La mujer tiene una mano –la derecha– tratando de cubrir su hombro, como si quisiera darse protección a sí misma. La mano izquierda –larga, huesuda, dedos afilados– apenas sostiene su cabeza y su barbilla. Acodada, la anémica y deprimida mujer contempla su vaso, su copa, donde se fermenta en silencio una bebida verde, opaca, espesa. La bebida es el ajenjo y el cuadro de Pablo Picasso se titula “La Bebedora de Ajenjo”.
El cuadro lo conocí cuando tenía alrededor de 20 años. Era la portada de un librito el cual contenía una sola narración: “El artista del hambre”, aunque también se le conoce como “El ayunador”. La narración es de otro genio: Franz Kafka. El cuento del checo: un deslumbramiento. La pintura de Picasso: tatuada en mi memoria. Corrían los siglos 19 y principios del 20 en Europa. Pintores y escritores se entregaban en brazos de una bebida, la cual luego sería prohibida: el ajenjo, la absinthe, la llamada “hada verde”. Sus efectos alucinógenos seducirían a todos:
Toulouse-Lautrec, Van Gogh –cuenta la leyenda de su mítico corte de oreja para entregársela a una prostituta, el cual fue bajo los efectos del ajenjo–, Gaudí, Rimbaud, Verlaine, Hemingway, el dandy inglés Oscar Wilde, Edgar Allan Poe, Rubén Darío, Manet, Edgar Degas... la nómina es amplia y el espacio corto, pero todos caen rendidos bajo sus efectos alucinógenos y embriagadores. El “hada verde” provocaba visiones insospechadas, las cuales conducían al cielo o al infierno. Oscar Wilde escribiría: “Una copa de ajenjo es lo más poético del mundo. ¿Cuál es la diferencia entre un vaso de ajenjo y una puesta de sol?”.
ESQUINA-BAJAN
El padre del modernismo en América, Rubén Darío, dejó por escrito: “París es teatro divertido y terrible. Entre los concurrentes al Café Plombier, buenos y decididos muchachos... sí, ¡todos buscando el viejo laurel verde!, ninguno más querido que aquel pobre Garcín, triste casi siempre, buen bebedor de ajenjo, soñador que nunca se emborrachaba”. Presa del alcoholismo, Darío dejó su mejor prosa en “El Pájaro Azul” y su vida en las copas de generoso licor. La visión se multiplica: Vincent Van Gogh, atribulado hasta la muerte, tituló uno de sus cuadros menos celebrado, pero genial como toda su obra, “El Vaso de Absenta”. El artista no sólo retrató la realidad despiadada de algún café parisino, Van Gogh otorgó nobleza a un mísero vaso de licor en el cual se adivina un líquido amarillo-verdoso, el cual está a medio consumir.
El tema es recurrente en la obra plástica y literaria de los anteriores artistas arriba nombrados. Y este torpe liminar viene a cuento porque hubo un artista más, un pintor francés, al cual se le ubica como “impresionista”, Edgar Degas (1834-1917), quien pintó hacia 1876 el cuadro “La Absenta” (Museo de Orsay, París). Damas y caballeros, en el cuadro de Degas, una prostituta y un mendigo se encuentran en un café parisino bajo una aureola de pesadez común: beben ajenjo y sus miradas se muestran perdidas, lejanas.
Pero, no menos conocidos son sus cuadros con series temáticas como las bailarinas o mujeres en o después del baño (enjuagándose, bañándose o secándose). La mujer se advierte a través de toda su obra plástica, su idea y presencia pictórica es ubicua y sintomática. Todo ello grabado con un erotismo sublime. En 2009, su escultura “La Petite Danseuse de Quatorze ans” fue vendida en Londres en una subasta por 19 millones de dólares, el mayor precio pagado jamás por una escultura de un impresionista francés. Edgar Degas –como Vincent Van Gogh– moriría en 1917, sumido en la soledad y la pobreza. Este es nuestro destino, es el destino de todo verdadero creador en la historia de la humanidad: se crea, se pinta, se escribe, se dibuja, se compone música por un sólo motivo: es nuestro llamado, es un rasgo biológico y orgánico, como respirar...
LETRAS MINÚSCULAS
19 millones de dólares por una escultura del maestro Edgar Degas. Este murió en soledad y bajo palio de penuria. Lo de siempre.