Café Montaigne 288: Poemas del marinero
No pocos comentarios me han llegado para acotar las epístolas y los poemas del marinero y escritor Phillipe Lowell (Puerto de Essex, Inglaterra, 1965). En medio del terror mundial –las masacres diarias en México, los tiroteos en Estados Unidos, la crisis de migrantes en la frontera entre ambos países; la eterna y cruel guerra entre Rusia y Ucrania, la crisis política y económica en Argentina, los ojos asustados y masacrados de una fe en llamas: Irán e Israel–, los poemas del marinero tuerto nos hablan desde la firmeza efímera de eso llamado amor.
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El profesor Orlando Rodríguez; el alto secretario ejecutivo del IEC, Gerardo Blanco Guerra; el escritor Armando Oviedo; el académico e historiador, Carlos Recio; el empresario Manuel Komeno; el chef Robbie Hernández, son sólo algunos de los lectores los cuales me han comentado de este intercambio epistolar y sobre las letras de Lowell. A todos ellos, gracias.
‘El Cantar de los Cantares siempre ha
tenido razón: leche y miel manan
de los pezones erectos de Camilla.
Palidezco’.
Lea la nueva epístola: “Maestro Cedillo, su atrevimiento lejos de molestarme, me ha dado risa. ¡Pero por Dios! ¿Quién se cree usted para pedirme una fotografía de la bella Camilla? Sus conjeturas de folletín de novela policiaca son buenas. ¿Italiana, española, mexicana avecindada en un algún lugar de Europa? Si usted ve a Camilla en persona, usted contempla la belleza eterna de las mujeres bien nacidas en la noche del mundo.
“Líneas de cuerpo perfectas. Cabellera trenzada hasta la cintura. Cabellos no lacios ni rizados del todo. Labios rojos y tentadores. Tal vez su cabellera sea una copia de las pinturas de Gustav Klimt. Sus muslos son redondos, del color del ron añejo. Al contemplar las piernas de Camilla, usted los asocia inmediatamente a aquellos vigorosos versos de Federico García Lorca:
‘Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos.
La mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío...’.
“Camilla es la encarnación del deseo, maestro Cedillo. ¿Sigo atado a ella? Sí y no. Cielo sin límite es cuando la tengo cerca, acodada ella en la mesa del ‘Restaurante Relox’ en la Rue Parsifal, disfrutando su aperitivo favorito. Cielo sin límite es cuando risueña me ve sin mirarme, de reojo, cuando estoy leyendo las páginas de mi libro de Konstantinos Kavafis. Su atrevimiento de pedirme una fotografía de Camilla me halaga. Le envío una postal de ella. Si usted se fija, la luz ante Camilla se eclipsa. Así de simple. ¿Tiemblo ante la idea de perderla? Jamás la tendré del todo, jamás ha sido mía del todo. Nadie jamás es de nadie.
“Bajo el palio de una flor imaginada en el sueño, ella es una frágil hada. Tan frágil como letal. Señor Cedillo, tiene usted razón en hacer el parangón o comparación entre mi amor y pasión ciega por Camilla (31 años) a mis 59 años bien cumplidos, con los amoríos funestos entre Paul Valéry (67 años) y Jeanne Loviton (35). Tiene usted razón en su pasado texto, esa dolencia conocida como amor llevó a la tumba al gran Valéry”.
ESQUINA-BAJAN
“Le exijo lo siguiente: publique usted en su leída columna mi texto completo en homenaje al Nobel de las Letras. Sus atentos lectores lo merecen y deben leerlo completo. Abro la ventana de mi intimidad: le envío una fotografía de la bella Camilla. Ella es un fuego sordo arrasándolo todo en la estepa desierta del amor. Eso llamado amor. Le mando saludos oteando ya la cercanía del puerto de Fenicia. Reciba mis parabienes. Suyo... Phillipe Lowell (rúbrica)”.
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¡Ay, con este maestro de rostro adusto y manos de gigante! No me pide, me exige. En fin, va su buen texto completo:
¡Pobre señor Valéry!
Cargo en mi baúl varios de tus
libros señeros. Claro, ‘El cementerio marino’.
Rostro y letras de poeta...
Viejo maestro, señor Valéry
¿Por qué y para qué enamorarse
en el invierno de tu vida...?
Jeanne, mujer ávida de sal y existencia,
no se apiadó de tus huesos.
La barca ha partido. Las puntas de flecha en tus
ojos son un buen derrotero rumbo al Hades.
Paul Valéry, amén de ser eterno, mientras deambuló aquí en la tierra, fue considerado uno de los hombres más inteligentes del planeta. Era inteligencia y pensamiento en estado puro y vivo. Durante cincuenta años, Valéry estuvo anotando en sus célebres “Cuadernos” sus reflexiones y tendencias sobre el pensamiento y la creatividad. Una empresa excepcional y sin parangón en el mundo contemporáneo.
LETRAS MINÚSCULAS
Paul Valéry murió en 1945, cuando su musa, Jeanne Loviton, lo dejó anclado en el mar embravecido de esa enfermedad llamada amor...