Café Montaigne 308: Klee, el maestro del color
El arte –sin adjetivos– nunca es fácil. Reescribo: el gran arte nunca nace o se incuba en la facilidad. El buen arte como la buena literatura –ya con adjetivos; soy víctima de lo ya escrito y sigo reescribiendo letras antes reescritas, las cuales otros ya han escrito mejor– nunca han florecido donde hay facilidad.
¿Extraño lo anterior? Sí, condición “sine qua non” podría ser.
¿Hay arte moral o inmoral? ¿Hay literatura moral o inmoral? Sin duda alguna, preguntas ya cansadas, al parecer ya superadas de buen tiempo atrás, las cuales para sorpresa de todos siguen causando malestar, escozor y, no pocas veces, discusiones bizarras al día de hoy. Oscar Wilde (¿quién más?) habría espetado con su singular sarcasmo e ironía: no hay literatura moral o inmoral; está bien o mal escrita, sólo eso. Siguen preguntas funestas: dónde empieza o termina la moral. Dónde comienza lo inmoral, aquello lo cual transgrede la norma, las leyes de la decencia y su hálito purificador.
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Hablemos de historia: “Arte degenerado”, así fue llamado el gran montaje en contra de artistas y arte promovido por Adolfo Hitler en la Alemania nazi de 1937. Bramaban los horrores de la Segunda Guerra Mundial y un pequeño dictadorzuelo salió a la palestra pública a defender la moral y a reivindicar un arte políticamente correcto. En su combate en contra de este tipo de artistas, los cuales practicaban la degeneración, la corrupción y todo tipo de experiencias enfermas, según aquel juicio, estaba un artista el cual en lo personal me gusta y llena mis pupilas todo el tiempo: Paul Klee.
Este pintor figuró en aquella memorable, abyecta y célebre muestra de “Arte degenerado”. El suizo Paul Klee (1879-1940), quien hizo del color su apuesta de vida y obra. Hoy su obra se ha agigantado con el paso del tiempo, y claro, siempre es recordado, valorado e incluido en la mejor de la lista de pintores y artistas contemporáneos.
“Mi abuela, la señora Frick”, escribió Klee en sus cuadernos, “me enseñó desde muy pequeño a dibujar con lápices de colores. Como papel higiénico, usaban para mí, una clase de papel marcadamente suave llamado papel de seda. Unos malos espíritus que dibujaba yo, tomaban inesperadamente realidad. Busqué protección con mi madre y me quejé de que los diablitos se asomaban por la ventana”.
Sin duda, este mínimo párrafo arroja muchos vericuetos y aristas para bucear en ello: cómo le llegó a Klee la inspiración desde niño; aparece un complemento de nuestro tema que estamos explorando, ir al retrete, al decir de un papel muy fino para limpiarse el trasero; y aparece la inspiración en forma demoniaca, como siempre. Casi un pacto fáustico.
En Paul Klee, según los especialistas de su obra, se pueden rastrear y documentar fácilmente varios periodos en la vida y producción artística de pintor: los primeros años en Suiza, los años en Múnich, luego los años los cuales lo llevarían al grupo “Der Blaue Reiter” (El Jinete Azul) y el tiempo de la Bauhaus.
Prolífico, tiene más de 9 mil obras pintadas en sus diferentes etapas. Sus cuadros aluden casi siempre a la poesía, la música y los sueños. O los diablitos, según se vea. Muchos de sus cuadros llevan palabras o notas musicales. Sus padres habían estudiado en Stuttgart canto, piano, violín y órgano.
ESQUINA-BAJAN
El mismo Klee, antes de decantarse por las artes visuales, fue conocido como un niño prodigio para el violín. Un crítico ha dicho: “Klee es el artista el cual ha entendido ‘la profundidad emocional y de los residuos creativos procedentes de las experiencias de la infancia’”. Klee es un maestro del color, el cual descubrió en un viaje a Túnez. Fue su revelación y entonces tomó o definió su paleta de colores. Artista completo, el maestro también escribió sus teorías al respecto. “El color me posee, no tengo necesidad de perseguirlo, sé que me posee para siempre... el color y yo somos una sola cosa. Yo soy el pintor”
Tengo una fotografía del pintor Paul Klee, quizás en el ocaso de su vida, hacia 1936, justo cuando se le diagnostica esclerodermia, una enfermedad degenerativa la cual terminará por llevarlo a la tumba. En la fotografía se muestra el pintor encorvado, con la frente amplia y los dedos afilados, señalando en un cuaderno un dibujo el cual caracteriza su pintura y gráfica: figuras geométricas pronto convertidas en óleos; personajes, trenes, personas, ciudades, ecosistemas, vistas nocturnas y toda clase de retratos, los cuales harían de éste una figura del siglo 20. Klee muestra su rostro fatigado. Cabello en retroceso, ya ralo sobre su frente.
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El retrato de Paul Klee al parecer fue realizado en su estudio. Atrás de su recortada figura se adivina un cuadro de un formato mayor, el cual apenas se ve como una escenografía, la cual enmarca ya la frágil figura del pintor. Pero éste pinta sin descanso, hasta el agotamiento. Cuenta la historia y él mismo: cuando Paul Klee estaba en París, pudo ver las obras de Paul Cézanne y Vincent van Gogh, luego de lo cual opinaría las siguientes palabras para la eternidad:
LETRAS MINÚSCULAS
“Permitidme tener miedo...”.