Canto gregoriano y misa polifónica. Un acercamiento a la música sacra

Desde el siglo IX los monjes cristianos escribían marcas sobre el texto indicando la melodía. Estas marcas, llamadas neumas, relegaban la duración y altura de las notas. El resultando era un mazacote pasaderamente melodioso, aunque desentonado. A principios del siglo XI, el monje benedictino Guido d’Arezzo tomó el himno Ut queant laxis dedicado a san Juan el Bautista, aprovechó que la primera sílaba de cada frase empezaba con una nota superior a la anterior, y así bautizó —cual Bautista—, las notas que con ella se entonaba. Como anecdotario, va el himno en latín:
Ut queant laxis
Resonare fibris
Mira gestorum
Famuli tuorum
Solve polluti
Labii reatum
Sancte Ioannes.
Con esta traslación creó el solfeo, y desterró del mundo latino la denominación alfabética de las notas: A, B, C, D, E, F y G. Los anglosajones, germanos y escandinavos no se enteraron y siguieron de frente con los nombres alfabéticos. Además, el benedictino creó una pauta musical de cuatro líneas horizontales —tetragrama—, precursora de la pauta actual de cinco líneas: pentagrama. Luego vinieron dos monjes a enmendarle la plana a Guido: Anselmo de Flandes, quien tomó las dos primeras letras del verso final, Sancte Ioannes, para formar la Si; y Giovanni Battista Doni que cambió la nota Ut, terminada en consonante, por la Do, terminada en vocal, y mejor dispuesta al canto.
Es usual designar con el nombre de música sacra a la música litúrgica cristiana. Su repertorio es amplio, vistoso y va desde cantos gregorianos, corales polifónicas, obras orquestales, himnos congregacionales, música organística, oratorios, y misas, hasta antífonas, villancicos, motetes y demás cantos menores. Se basa en textos religiosos, tradicionalmente en latín; reverenciales, y polifónicos, donde múltiples líneas melódicas se entrelazan de manera armoniosa. Los coros son preponderantes, incluso por sobre la orquestación, ya que su origen —los cantos gregorianos—, son a capella. En su caso, la instrumentación va del órgano, a las cuerdas, vientos y percusiones. O bien, a una orquesta sinfónica completa, con coros bien timbrados y solistas espectaculares, todos con la mira de magnificar la principal forma de la música sacra: la misa. O dicho con propiedad: la misa polifónica. Misa, del latín missa: despedir, enviar, quedó de la fórmula, “Váyanse, es el despido” Ite missa est; que hoy se dice “Podéis ir en paz, la misa ha terminado.”
La misa polifónica es la composición sacra en la que interactúan de un modo contrapuntístico varias líneas melódicas independientes. Digresión: contrapuntístico, de contrapunto, técnica compositiva en la que dos o más líneas melódicas independientes se entrelazan para formar una armonía coherente, como en el Canon o en la Fuga. Si escuchamos con atención, fácilmente encontraremos las dos o más líneas melódicas en el “Canon en re mayor”, de Pachelbel, o en la “Pequeña fuga en sol”, BWV 578, de Bach.
La misa polifónica contrasta con la monofónica, a la que hoy llamamos “Misa cantada.” La “Misa de Tournai”, de mediados del siglo XIV es la más antigua de la que se tiene registro. Dedicada a la virgen María, consta de cinco partes, I, Kyrie, II. Gloria, III. Credo, IV. Sanctus, V. Agnus Dei y cierra con un motete: Ite missa est. Si se escucha de corrido, como se supone, se advertirá que el I, III, y IV están en Ars Antiqua, y en Ars Nova el II, y V. Es decir, unos en estilo antiguo y otros en moderno. Equivaldría a componer una canción con partes de bolero ranchero y partes de rap.
En eso llegó el clérigo compositor Guillaume de Machaut quien escribió la primera misa completa: “La Messe de Nostre Dame.” En ella organizó todo un sujeto musical —la misa— en torno a un solo tema, presente en sus cinco partes: Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus, y Agnus Dei. A partir de Guillaume de Machaut las misas se han escrito en el mismo esquema.
De entre el riquísimo acervo de misas occidentales, para esta Semana Santa propongo escuchar una: la excepcional “Misa mexicana”, de Jesús Echevarría (1951-) con la soprano Lourdes Ambriz, la mezzo-soprano Encarnación Vázquez, el tenor Ernesto Anaya, el barítono Jesús Suaste, los ensambles corales Fuente Clara, y Salomone Rossi, los niños y jóvenes cantores de la Escuela Nacional de Música, el quinteto de metales Silvestre Revueltas, la orquesta Stravaganza, dirigidos por Arturo Quezadas (Quindecim recordings-Conaculta, 2005).