Carol Rosenberger: Navegar en pentagramas acuáticos
A la memoria de Don David Jaime González
En 1983 la pianista norteamericana Carol Rosenberger (1933) grabó un disco LP con el sello Delos Productions, “Water Music of the Impressionist”, en el que conjuntó e interpretó un repertorio temático con obras dedicadas al agua, a personajes mitológicos cuya esencia y circunstancia está ligada al líquido vital y a situaciones literarias que evocan el movimiento del agua. Este disco conceptual, en donde unifica y da sentido a la sucesión de piezas de distintos niveles de dificultad, reúne obras de diferentes autores del periodo romántico e impresionista: Liszt, Ravel, Griffes y Debussy.
La historia de Carol Rosenberger es de una singularidad espeluznante —dadas las implicaciones del caso en una pianista— por que superó una poliomielitis paralítica que afectó severamente sus músculos cuando tenía 21 años, retrasando diez años su debut oficial como pianista. Carol estudiaba en ese entonces con Nadia Boulanger, en París. Contra todos los consejos de sus médicos que le instaban a rendirse, ella se negó y persistió en su deseo de ser una pianista de altos vuelos y decidió permanecer en Viena para tratarse médicamente.
Esos tres años de reclusión y rehabilitación los dedicó además al estudio de la teoría musical, el estilo de los periodos de la música y estudio de música de cámara, lied, ópera y literatura pianística. Felizmente sanó por completo permitiéndole iniciar una carrera exitosa tanto en los escenarios de su país y varios otros de Europa, como en los estudios de grabación.
El bagaje académico de Rosenberger es de lo más granado. Estudió con Katja Andy, una pianista de origen judío, discípula de Edwin Fischer y Arthur Schnabel. La madre de Katja, Clara Ruben, estudió con la legendaria compositora y pianista Clara Schumann.
Rosenberger tomó la dirección de la casa discográfica Delos Productions en 2007, después de la muerte de su fundadora, Amelia Haygood. Delos, la isla griega donde nació Apolo, el dios de la música.
Al escuchar las nueve piezas que conforman este álbum de temática acuática, “Water Music of the Impressioinist”, teniendo en mente los avatares y tribulaciones que sufrió Carol, no deja de admirarnos la capacidad de recuperación total y de resiliencia que le permitió a Carol abordar el repertorio pianístico de envergadura. La manufactura de este disco es exquisita debido a la mancuerna que hilvanaron Haygood y Rosenberger: la selección y, sobre todo, la interpretación de Carol, que trasciende los parámetros de ejecución de cualquier pianista promedio, a la que se suma la conexión de las piezas entre sí.
La ascendencia de Liszt a través de Fischer es evidente, mostrada en la ejecución vibrante de Les jeux d’eau a la villa d’Este. Las cinco obras de Debussy confirman a Carol como una fiel precursora de la máxima de Debussy: “Es preciso olvidar que el piano tiene macillos”. A través de estas piezas (La catedral sumergida, Ondina, Peces de oro, Reflejos sobre el agua, Jardines bajo la lluvia), Rosenberger evita la sonoridad “timbrada” que tanto detestaba Debussy; en cambio, apreciamos una interpretación de contrastes matizados, acordes llenos y compactos y, finalmente, unas referencias a un mundo de sensaciones que inciden en el ataque de la tecla, pero que no llega al fondo de ésta.
La pieza de piano que corona este álbum es la Ondine de Ravel, la primera de las tres piezas que conforman el Gaspard de la nuit, es indudablemente una de las obras más complicadas e “intocables” del repertorio pianístico. La sugestiva atmósfera sonora, pletórica de sensaciones y texturas robustas circundan el entramado contrapuntístico de la pieza, erizada de arpegios y escalas en fortes y reguladores de sonoridad orquestal. Carol hace gala de precisión técnica, control de la sonoridad y colorismo. Indudablemente, ésta es una de sus más logradas grabaciones de entre las poco más de 30 que realizó en su longeva carrera, además de ser catalogada como una de las mejores grabaciones de todos los tiempos, según Gramophone y Billboard.
CODA
“El piano, que parece de antemano un instrumento desprovisto de timbres, es- precisamente por esta falta de personalidad- un instrumento propicio para la búsqueda de los timbres, pues el timbre no depende del instrumento, sino del intérprete”. Olivier Messiaen (Música y color, 1986).