Las noticias en Francia sobre el caso Mazan han conmocionado a muchas personas sobre la cultura de la violación, entre otras circunstancias, porque se ha documentado en diversos análisis estadísticos y académicos sobre delitos sexuales que los agresores ordinariamente son personas cercanas, ya sea del propio vínculo familiar o tíos, padrinos, vecinos o amistades que llevan vidas perfectamente normales.
Un hecho específico y menor desató la tormenta cuando Dominique Pélicot fue descubierto realizando la captación de imágenes impúdicas a tres jóvenes en un supermercado, tras el señalamiento hecho por las afectadas, se inició la investigación que arrojo que, este sujeto, tenía en su poder muchas, muchísimas imágenes de similar y mucho peor contenido, videos explícitos de violaciones de diferentes hombres a una mujer inconsciente.
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También revelaron que la mujer había sido su esposa por 50 años y madre de sus hijos; en los videos identificaron a más de 80 atacantes y la realización de 92 violaciones por hombres que negociaron con su marido en sitio web de citas, en la que prácticamente los invitaba a violarla en su casa, mientras ella estaba drogada, con medicamentos que le administraba sin su consentimiento, así como a ver los videos de dichos actos, lo cual estuvo ocurriendo durante 10 años.
Se logró identificar a 51 atacantes, vecinos de la comunidad con vidas completamente normales y cuyas pruebas psicológicas no arrojaron anomalía alguna, son personas sanas y funcionales; durante este tiempo, quienes accedieron al sitio web y no participaron de dichos actos, tampoco consideraron necesario denunciar y de quienes lo hicieron ninguno se cuestionó que la mujer estuviera inconsciente.
La víctima, Gisèle Pelicot, pidió un juicio público para alertar a otras mujeres que puedan ser víctimas de sumisión química, dijo que es necesario que la vergüenza, la culpa y la responsabilidad cambien de lado y recaigan en los culpables: los agresores, porque se necesita una justicia que sea reparadora para todas las mujeres.
La defensa ha argumentado que creían que se trataba de un “juego de parejas”, que desconocían la falta de consentimiento, que sólo existe el delito cuando hay conciencia de que se está violando a una persona, que hay de violaciones a violaciones porque si no existe violencia, coacción, amenaza o sorpresa, ¿cómo puede haberla?
La difusión mediática que ha recibido este caso y las investigaciones han puesto al descubierto a uno de los agresores que también violó a su esposa bajo el mismo método, y otros hechos como la distribución de imágenes de contenido explícito sin consentimiento de las personas, pero más allá del tema legal es importante reflexionar la manera en que se ha normalizado la posibilidad de “utilizar” los cuerpos de las mujeres e incluso de niñas, niños y adolescentes en sociedades en las que se presume su disponibilidad sólo porque sí, sin que exista culpabilidad o arrepentimiento por actos que se han “normalizado”.
De acuerdo con Rita Segato, el problema no es sólo el violador, es la sociedad, porque en una persona que comete violación irrumpe un contenido y determinados valores que están presentes en la sociedad, y esa misma comunidad, ante tal hecho, se espanta y transforma al violador en un chivo expiatorio, pero en realidad esa persona fue el protagonista de una acción de la sociedad, porque la violación es un hecho de poder que puede realizarse de muchas maneras, que incluso no constituyen delitos; por ello afirma también que sin un cambio de esta atmósfera de poder en la que vivimos, el problema no va a desaparecer, puesto que la violación constituye una problemática social y no la conducta de un criminal “raro”.