Hace algunos años fui a Costa Rica a unas reuniones de trabajo en la Corte IDH. En camino al hotel, con la música de salsa de fondo, le pregunté al taxista que me trasladaba: “¿Tienen problemas sociales con la agresión sexual?”. En ese momento, iniciaba en México el movimiento feminista Me Too. Con voz caribeña, el tico me contestó: “Ninguno, papi, aquí no hay eso”. Las personas de Costa Rica, como saben, son pacíficas. No tiene ejército. Pura vida.
Minutos más tarde, el conductor le gritó de manera natural, directa y en forma lasciva a una chica que pasaba por la calle: “Mamita”. El chofer me miró (también en forma rara) por el retrovisor con una sonrisa. Le dije: “Sí. Veo que no tienen ningún problema”. Es tan natural y común en la comunidad patriarcal, que no alcanzamos a verlo.
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Es lo que pasa. No nos damos cuenta. Tenemos, sin embargo, un problema estructural de violencia de género que, hoy, las mujeres no están dispuestas a tolerar más.
En el fondo, la pasada elección de la rectoría en la UAdeC plantea este problema en la universidad que exige una verdadera política pública para erradicar, sancionar y eliminar la violencia contra las mujeres. Más allá del tema electoral, la universidad necesita actuar con los mejores estándares de protección para asegurar el derecho de las mujeres a una vida libre de violencia en los contextos universitarios.
Desde la última década, he tenido la oportunidad de estudiar, atender (y resolver casos) sobre esta problemática en el contexto local. Han sido varias experiencias profesionales.
En primer lugar, como académico me correspondió analizar las recomendaciones de la alerta de género en Torreón. Entre algunas acciones, la AiDH creó, con la sociedad civil, un Protocolo para la Atención a Mujeres Víctimas de Violencia que implementa la CEAV-Coahuila. La AiDH hizo un programa de capacitación. Existe, no obstante, un problema serio todavía: los asuntos no se resuelven con excelencia profesional, sensibilidad y debida diligencia.
En segundo lugar, me tocó conocer la problemática universitaria como directivo de la Facultad de Jurisprudencia en el 2012. En ese entonces tuve que implementar diferentes acciones para sancionar la violencia de género. Era sorprendente recibir una serie de quejas de alumnas que denunciaban diversos actos de violencia, tanto de profesores y alumnos. Conductas que, a muchos, les parecieron normales como: “Hablar en el salón de clase en forma misógina, proferir insultos a mujeres y tener relaciones afectivas en forma indebida por la situación de jerarquía”.
En gran medida, por las acciones que tomé como directivo en contra de profesores y alumnos, tales como prohibir las fiestas, crear un código de ética y sancionar a los agresores, se explica el ambiente de manipulación que unos cuantos hicieron en mi contra para cuestionar en forma falsa a mi administración. Después de mi renuncia para irme a dirigir a la AiDH, el mayor escándalo de denuncias de género en nuestra universidad se destapó en forma pública, a partir de las denuncias que diferentes alumnas, con gran valor, hicieron en esa escuela y otras.
En tercer lugar, como juez he tenido la oportunidad de sancionar estos delitos. La única condena penal que existe en contra de un ex director de la UAdeC me tocó resolverla como tribunal de segunda instancia. No hubo impunidad. Es un tema que me ocupa de manera profesional. Hoy, incluso, estoy trabajando una monografía. No es sencillo. En cada caso que reviso legalmente, se plantean problemas probatorios relevantes.
Finalmente, como profesor de la AiDH -y junto con los directivos actuales-, hemos implementado acciones para prevenir la violencia. Estoy seguro que la AiDH es un ambiente universitario digno, libre y seguro para todas las alumnas. No toleramos la violencia. Las feministas moradas promueven y defienden en nuestra comunidad la cultura del derecho a una vida libre de violencia.
YO SÍ TE CREO...
Esta semana, Yolita me decía que en esta generación se les debe creer a las víctimas. Le dije que sí. Por eso estoy trabajando en un libro sobre este tema, con rigor académico y a partir de mi experiencia judicial.
Pero también, le dije, debemos aprender a creer en las denuncias a partir de hechos verosímiles, ciertos y corroborados que permitan, por un lado, que toda persona pueda defenderse en un debido juicio, pero también, por la otra, que los debates públicos que se den (por denuncias anónimas) tengan bases sólidas para que se valore en forma razonable la veracidad de los hechos.
Por eso me dio mucho gusto ver que las alumnas de la Licenciatura de la AiDH, en la visita que hiciera Octavio Pimentel, hoy rector de nuestra Universidad, en un diálogo abierto y crítico con él, se asumieran diversos compromisos de cero tolerancia.
No es suficiente la denuncia, la protesta o la resistencia. Es necesario los cambios estructurales en las instituciones. Nuestras alumnas son las promotoras de esa transformación social.
Las alumnas moradas, como muchas de nuestra universidad, son un gran ejemplo de la lucha feminista que exige una verdadera atención para erradicar este problema estructural. Ese es uno de los retos actuales de nuestra universidad.