Escala humana de la movilidad: el desafío de redefinir nuestras ciudades
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Hablar de movilidad es hablar del elemento articulador por excelencia en los asentamientos humanos. La posibilidad de movernos nos abre las puertas al disfrute de los más esenciales derechos asociados al hábitat urbano, por lo que, en sí misma, la movilidad constituye un derecho humano. Así lo dispone el penúltimo párrafo del artículo 4 de nuestra Carta Magna, al establecer que toda persona tiene derecho a la movilidad en condiciones de seguridad vial, accesibilidad, eficiencia, sostenibilidad, calidad, inclusión e igualdad.
En este entendido, todas y todos deberíamos tener garantizada la posibilidad de desplazarnos de acuerdo con nuestras necesidades e intención. Sin embargo, en ciudades diseñadas y construidas con una orientación hacia la movilidad motorizada, esta posibilidad se ve limitada por la creciente cesión de espacios a los vehículos de motor. Factores como las altas velocidades, la ausencia de controles efectivos de tránsito, la deficiente infraestructura para la movilidad activa, hacen que las formas de movilidad más vulnerables encuentren una cada vez más evidente exclusión del disfrute del espacio público.
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Y es que el espacio público debe ser un espacio propicio para la convivencia de quienes habitan un asentamiento humano y de la forma en que se mueven en él. Paradójicamente, lejos de la convivencia, lo que se puede percibir en el espacio público de nuestras ciudades es una competencia agresiva entre las distintas expresiones de la movilidad, con una clara ventaja para quienes se mueven en vehículos de mayor tamaño y mayor velocidad. La alta vulnerabilidad de quienes se mueven a pie o en bicicleta, les orilla a invertir recursos −muchas veces escasos y necesarios para satisfacer otras necesidades− en vehículos que puedan competir de tú a tú con los que ya dominan las vialidades urbanas.
¿Cómo hacer entonces para volver a equilibrar las condiciones en las zonas urbanas para que todas las personas puedan moverse con seguridad? La respuesta no es fácil, no porque ésta sea difícil de encontrar, sino porque precisa de revertir una serie de prácticas que hemos dado por válidas y que precisan de un proceso reeducativo.
Por principio de cuentas se requiere cambiar la forma en que entendemos y vivimos la movilidad, replanteándola desde su escala humana. La escala humana en la movilidad precisa de diseñar a partir de la naturaleza del ser humano, es decir, a partir de la consideración de la distancia que puede recorrer con comodidad, de la velocidad a la que se puede desplazar, de la seguridad entendida a partir de su vulnerabilidad física, de criterios de accesibilidad universal. Adoptar las medidas necesarias para ello implica acciones que suponen deconstruir la idea de que la mejor posibilidad de moverse es sobre cuatro ruedas (o más).
Existen acciones que pueden incentivar la adopción de dichas medidas, por ejemplo, desde la planeación urbana. Si la ciudad se planea por sectores en los que exista suficiencia de satisfactores a distancia caminable, la necesidad de vehículos motorizados se reducirá sensiblemente. Si se dota a las vialidades de carriles ciclistas seguros, conectados con puntos de préstamo de bicicleta pública y cicloestacionamientos seguros. Si a la oferta de transporte público se incorporan unidades cómodas y accesibles, con publicidad clara de rutas, horarios y frecuencia, se convertirá en una alternativa viable para quienes requieren desplazarse a distancias que no tan fácilmente se recorren a pie. Si se crean centros de transferencia modal para que alguien pueda dejar estacionado su vehículo en un lugar seguro donde pueda tomar una unidad de transporte público o una bicicleta para desplazarse por una vía segura, o simplemente caminar desde ahí a un lugar cercano.
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Acciones como las descritas podrían generar alternativas viables, hasta atractivas, para percibir a la movilidad ya no como una opción primordialmente motorizada, sino como una serie de opciones que se ajustan a las necesidades particulares de cada persona, dando la mayor seguridad posible a quienes presentan la mayor vulnerabilidad en sus desplazamientos y dejando como última opción el usar un vehículo motorizado particular. Evidentemente, lograrlo precisa de la suma de una voluntad colectiva y de una muy sensible noción de corresponsabilidad. Con ello, el derecho humano a la movilidad dejará de ser una aspiración lejana para convertirse en una realidad viable, en un futuro posible.
jruiz@imaginemoscs.org