Con leña verde
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Querido Jiji-Cielo:
Mientras escribo estas líneas, invocó fervorosamente a la ley de la atracción para que sea mi carta la que elijas esta semana, pues son los males del corazón los me hacen sentir exasperada y provocan que cada lunes te envíe la misma epístola.
Como estrategia para sobresalir entre el centeno, decidí cambiar el remitente en cada una por si mi nombre de pila te resulta vulgar y anodino. Debo confesar que no he tenido la menor complicación en inventar un alter ego tras otro, hace tiempo que me asumo como esclava de la imagen y la percepción ajena, lo cual me condecoró con el don de una personalidad camaleónica, amén de acomodaticia y maleable.
La impresión que genero en las personas me suscita neurosis embriagadoras, donde el problema no estriba en la ingesta, sino en el manejo de la resaca. Soy mala copa ¡a mucha honra, señores! sé chupar como diosito manda y no me avergüenzo a diferencia del grueso de las señoritas rococó. Sin embargo, ando con pies de plomo, toda vez que si me estrello contra la lona, no sé hacer más que revolcarme en declarado signo de rabieta, bien sabes que no hay peor perdedor que aquel que sólo ha olfateado de refilón las mieles del triunfo.
Afortunadamente cuento con la sapiencia de tu tutoría, y no es por besarte las patas, pero solamente de rodillas ante mi güelita me había sentido tan bendecida como con la publicación de tu extremaunción pasquinera. Quiero hacerte un monumento por ser un bálsamo para quienes imploramos el perpetuo socorro de un doctor corazón de cabecera en detrimento de la psicología y sus ortodoxos métodos que nos quieren responsabilizar de nuestro propio destino, como si fuésemos capaces de ejercerlo.
¿Recuerdas el número de mitad de agosto del año pasado? Fue tan dulce saber que la manera más pura de invocar al espíritu del amor verdadero es a través del incienso con plumas de alondra. Encontrar una es tan complicado como si se tratase de un rubí, tuve que viajar muchos kilómetros en un camión pollero y traerla de contrabando, pero quedé encantada con el cambio de vibra que se sintió en mi hogar y la buena vista que le da al jardín.
Cada vez que alguien se atreve a dudar del alcance de tus remedios esotéricos, les cuento que nomás comenzó a cantar el pajarito de marras y hasta Dolores, la vecina más liosa de la cuadra, me devolvió la palabra incautada. Chúpale pichón, cachetada con guante blanco pa’ los incrédulos de bajo astral, pero aquí no caben rencores. En este gremio no hay límite de angostura, lo que queremos es fluir con el universo que siempre conspira a nuestro favor, así que bienvenidos los herejes suplicantes. Arrepiéntanse y crean en el evangelio de los cultos new age.
Entrando en materia, es decir, a lo que nos truje, Chencha: he tenido dificultad con el amuleto para atraer al ser amado y afectivamente responsable. No es que ponga en tela de juicio tu capacidad redentora, simplemente estoy desesperada, pero sé que me comprenderás en tu infinita empatía.
Más pronto que tarde, mendigué las trece monedas de diferentes bolsillos como demanda el canon de San Toñito de Padua, di doce más una vueltas a su templo y luego las deposité en la propina, perdón, en la limosna; mas nada ocurrió, no fue llegar y besar al santo. Al principio creí que fue a causa de mi fe insuficiente, no obstante, me causaba picazón pensar en un número de mal augurio como ese que considera persona al apóstol felón que con un beso entregó al mesías.
Mira que no estoy para juzgar traidores y mentirosos, yo misma he faltado a la verdad y a quienes confiaban en mí, pero no puedo evitar encontrar espejos de feria por doquier que ando, pues yo misma me entregué y después ni los buenos días me dieron, de los besos mejor ni hablamos. Sé que eso no viene al caso, aunque tampoco resultó bien.
Volviendo al tema, sentir que estaba aguijoneando las llagas del hijo del dios como santo Tomás -el insidioso- me valió una confesión a moco tendido con el padre Orlandito del Valle, un pazguato peor que yo, cuyo mayor interés es echar leña al fuego para incrementar su amplio archivo de chismorreo vecinal. Repetí la operación, esta vez con más devoción, y continuo en la espera de la recompensa celestial.
Después, como me enferma la melancolía al sentir el inminente arribo del otoño, me soplé el novenario de san Judas Tadeo, ya ves que es el secretario de los asuntos complicados en el ayuntamiento divino. Ante su nula respuesta, me tomé el vasito de aguardiente que recomendaste poner como ofrenda, espero me sepas perdonar. Como dicen los que no saben qué decir, la carne es débil y el espíritu está tan ansioso como mi cuerpo. Figúrate que, de tanta sobremesa, el venerable se convirtió en mi compañero de parranda hogareña, san cubitas, diría cualquier irrespetuoso de esos que sobran.
Pero no pienses que sólo carteo para echarte en cara mi infortunio, quizá no me estoy poniendo la camiseta o pequé de soberbia al no atender la recomendación perentoria de perfumarme con vinagre y pimienta. Todo tiene un por qué y en este caso le di prioridad a una fragancia que me enajenó la comadre Chuya. Según es la mera pócima del amor real, vieras que se la trajo retacada en las enaguas desde el meritito Charcas de Risa.
Conste aquí que no le acuso de mentirosa, sabido es que el barrio la respeta por ser una mujer proba y egregia. La mayor demostración del milagro es que con ese efluvio enamoró al casquivano del Cáscara, un muchacho moreno, dientón, cacarizo y beodo que desde que comparten recamara cambió sus hábitos por unos peores ¡No empiecen! tampoco se puede todo en la vida, querían un bandazo y lo tuvieron, ya la suerte es harina de otro costal.
La cosa es que ese chisme le trajo la abundancia porque a raíz del rumor comenzó a vender un titipuchal de frascos de la mentada loción, aunque ganó económicamente lo que perdió de dignidad, no puedo dejar de pensar que nos hizo el pelo a las desesperadas del barrio. Sin embargo, quede claro que si hago apología de su actuar es porque tuvo como fin una buena causa: concluido el suministro del perfume de la esperanza, se mudó de la colonia y jamás volvimos a saber de ella.
Además, mi psicólogo del amor, quiero que sepas que gracias a tus dietas he podido envanecer y -lastimosamente- embarnecer. Eso sí, nada que no solucionen el fajín o el bisturí. Empero, debo reconocer que si cocinas como recomiendas, tienes la manita pesada. Lástima que no te conozco en fotos, así evitaría el juicio sumario de mis conjeturas.
Con todo ello, no puedo pasar por alto que las razones que me motivan a escribirte son claroscuras, pues tus desatinos me han hecho sufrir en demasía. Para abrir boca están las partidas de jeta que me di cuando aconsejabas seguir el llamamiento que el corazón dicta, y en mi afán por destacar a toda costa en lo que fuera, ambicioné ser piedra angular en el patrimonio erótico de la palomilla del barrio. Vocación malograda. En mi anhelo de ser pilar, me desplomé por la cornisa.
El tremendo madrazo me produjo tal cantidad de ira que la rabia aglutinada la he esputado contra carros, casas y reputaciones impolutas. Todo menos contra quienes me han tenido presa en el cautiverio de la insatisfacción sempiterna y el ideario del pensamiento mágico. Me es más fácil hacinarme el desorden de mi habitación mental que reclamar las alas necesarias para dejar en paz las posesiones ajenas, enfrentar las bestias consanguíneas y hablar con la verdad. Mas no me atrevo, es sólo para valientes y lo mío es el perjurio. Hágase la ley en los huevos de mi compadre de leche.
Otra desventura la encontré al llevar mis frustraciones al papel. El desahogo me hizo sentir vate y luego vino el chipote cuando me tildaron de poetastra en un concurso literario amateur. Es verdad, soy corta de entendederas, la letra no me entra ni con sangre y quiero refundar el parnaso, pero cierto es que nadie fue capaz de responder por qué le llaman “revolución” a las estructuras que no podemos cambiar, a las condiciones que no elegimos, a lo que cargamos a huevo, a lo que nos sucede por azar. Soy Aries, pero no Leo ni rujo. Eso que ni qué.
Finalmente, la culpa -como mi pasado- sólo me pertenece a mí, todo por dejarme llevar en las manos de quienes no tienen destino. Mientras alguien siga decidiendo por mí, nada puedo cambiar, continuaré en el baño francés con poco jabón y mucho perfume. Si el mundo conspira contra mí, seré belicosa contra el mundo. No me importa que me sigan llamando nacionalista de banqueta, si son culpables de mi desgracia, que ardan en leña verde.
Aunque ahora me siento desengañada por tus ambiguos pronósticos cutre, prefiero ese pestífero soplo de ilusión que quedarme sin el aliento de la esperanza de que vendrán tiempos mejores. Nos leemos la próxima semana, Jiji-Cielo.