Con los aranceles de Trump, vamos de mal en peor

Empezamos mal y seguimos peor después de que el miércoles el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, firmara los aranceles generales para la industria automotriz y de autopartes del 25 por ciento, para México y el mundo. De las consecuencias, solo hay que decir que no podremos más que soportar los tres impactos directos; a) la caída del empleo; b) la disminución de la producción y c) la caída de los ingresos tributarios. Todo lo anterior en el corto plazo. Del largo plazo, hablamos después para no deprimirnos más.
Es evidente que con los aranceles, así como están propuestos, la industria automotriz en México perderá competitividad de manera inmediata y los precios de los automóviles mexicanos aumentarán en los miles de dólares, aunque el arancel solo aplique a los componentes fabricados en nuestro país o fuera de él. No subirán los autos 25 por ciento en Estados Unidos, pero sí cuando menos entre un seis a un ocho por ciento. Para el comprador norteamericano los autos mexicanos se volverán caros y voltearán a ver a los autos producidos totalmente en territorio norteamericano.
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De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), se vendieron al mundo 3 millones 479 mil 86 autos, de los cuales un millón 616 mil 56 autos corresponden a modelos que tienen por destino Estados Unidos, aproximadamente un 46.4 por ciento del total. Aquí es donde se centrará el daño más importante a la economía nacional. En el empleo, se podrán perder cuando menos 30 mil empleos directos e indirectos a nivel nacional, tan solo este año.
La producción caerá entre un cuatro y un seis por ciento, no más porque una parte importante de la producción actual se quedará para México o para otros mercados cercanos de América Latina. Aunque algunas líneas de producción se irán a Estados Unidos como ya está pasando actualmente, seguirá habiendo negocio para las grandes empresas y sus proveedores. Sin embargo, los nuevos proyectos ya se detuvieron, como por ejemplo la empresa china fabricante de autos BYD, ya anunció que pondrá en espera la construcción de su nueva planta en México. GM ya dijo que una parte de su producción se irá a Estados Unidos y así sucesivamente con otras marcas automotrices. No habrá oportunidad de crecimiento en los siguientes 3 años y 10 meses en este sector, y para la Región Sureste de Coahuila, muy probablemente tampoco en otros sectores porque aún no son lo suficientemente grandes para convertirse en motores del desarrollo regional.
En lo que se refiere a los ingresos del gobierno federal, hay que dejar en claro que los nuevos niveles pronosticados de crecimiento están muy lejos del 2 al 3 por ciento que había planteado la Secretaría de Hacienda para este 2025, y sobre los cuales se habían hecho los cálculos de ingresos tributarios. Bajo el crecimiento pronosticado actual de 0 por ciento o hasta -1.3 por ciento en el Producto Interno Bruto nacional, no habrá oportunidad de captar al menos un 2 por ciento en impuestos (del 100 por ciento original) y este boquete obligará al gobierno a emitir más deuda para poder cubrir los compromisos ya adquiridos. Desde luego que los intereses de esos préstamos serán cubiertos por usted y yo, o peor aún, por las nuevas generaciones que ya deben más de 120 mil pesos per cápita, más lo que se acumule en los siguientes años.
El gobierno federal está en serios problemas con estos aranceles porque se reducirá la actividad económica cuando menos un 2 por ciento, lo que es un mundo de dinero, sobre todo para un país que pidió prestado para regalar dinero durante las elecciones presidenciales pasadas, creando una burbuja monetaria que dio como resultado una expansión de la inflación.
Es claro que la tendencia es hacia un nuevo modelo económico llamado regionalización, pero no solo en nuestro país sino en todo el mundo. La falta de beneficios de la globalización para la gran mayoría de la población mundial dejó un espacio para que los partidos políticos exploten ahora la idea de que hay que cerrar las fronteras para recuperar los trabajos y no exportar bienestar. Mismo argumento que en 1929 en Estados Unidos generó una recesión económica que se contagió al mundo y duró 10 años. Terribles resultados porque toda esa riqueza perdida y el sufrimiento generado en el 20 por ciento de la población mundial que se quedó sin trabajo, no se ha podido recuperar.
El presidente Trump cree que con los aranceles recuperarán la actividad manufacturera de los Estados Unidos. Nada más falso que eso, puesto que ya se demostró que el libre comercio es mucho más eficiente que el proteccionismo económico. Sin embargo, cada país tiene el derecho inalienable de diseñar sus propias políticas públicas y aplicarlas.
Lo que debemos hacer es crear nuestro propio sistema económico porque no tenemos uno. Hay que aplaudir a Trump porque llegó con una idea en su cabeza de la forma en que quiere manejar la economía norteamericana. México no tiene ni idea de lo que se debe hacer en su política de producción. No hay una política pública en esta área porque era considerada como intervencionista y atentaba contra la libertad. Hoy tampoco la hay porque no se han detenido a diseñarla en el gobierno actual, ni el secretario de Economía, ni el secretario de Hacienda han planteado algo al respecto.
Lo que sucede en Estados Unidos nos afecta más porque no tenemos un orden económico nacional y, desde luego, no teníamos un plan. Ya lo tenemos pero se dejó en el olvido durante dos semanas porque nos preocupamos más por lo que hace el vecino del norte y no por lo que podemos hacer nosotros. El plan México puede tranquilamente darnos una alternativa económica para sortear el problema actual de los aranceles y, por fin, darle rumbo a una economía mexicana totalmente descompuesta. Antes decíamos que cuando el vecino del norte estornudaba, a nosotros nos daba pulmonía. Ahora estamos peor, y si tuviéramos pulmonía estaríamos agradecidos. Ironías de la vida.
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Se prometió un sistema de salud como el Dinamarca, y no lo tenemos, se nos prometió un sistema escolar como el Finlandia y no lo tenemos, se nos prometió un país donde viviríamos sin trabajar, y ese sí lo tenemos con los programas sociales, aunque la duda es por cuánto tiempo. Al paso que vamos, la promesa de un país ordenado, con prosperidad y sin violencia nunca lo tendremos. Recuerde que prometer no empobrece.