Confesiones de un taller literario

Opinión
/ 11 agosto 2024

Cinco alumnos comparten sus experiencias al participar en un taller que les ha dado las herramientas para compartir sus artículos en estas páginas editoriales:

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Confesiones de un taller literario

Querido taller

Fátima Azeneth Sanmiguel Dávila

Quería fama. Una publicación nada más. No era ambiciosa ni le tenía fe a usted, sólo quería que niños de secundaria hicieran un proyecto de lectura con mi texto; pero cuando Sofía te conoció y me platicó de ti, todo el interés que te tuve desapareció pronto. Puedes echarle la culpa a ella.

Sin ánimos de llegar al taller luego de la pandemia, entré al CBTa No. 22 (también sin ánimos), esta gran institución que me daría la oportunidad de conocerte, a ti que te debo tanto.

En primer semestre quería hacer de todo. Convocatoria de escritura que sacaban, convocatoria a la que aplicaba. El concurso del profe que fácilmente se perdía entre tantos anuncios pegados en el pórtico, llegó a mí de alguna u otra manera. Con la esperanza de acabar en La Tamalera ofrecí mi humilde texto. Lleno de errores y huecos en su trama; pero era mi oportunidad de que ciento y pico de niños me leyeran. No la iba a desaprovechar.

El relato de “Proyecto mamá” lo hice una noche antes. Si la memoria no me falla, fue el 11 de octubre de 2022. El texto inspirado por un Tiktok me hizo ganadora del primer lugar (sólo concursamos dos, pero triunfo es triunfo) y de la ilimitada invitación por parte de Miguel para conocerte.

Tan sólo en mi primer día me llenaste de regalos. Regalos por los que casi me agarro del chongo con Abril, veterana del club. Disfruté tanto cada momento de mi primera sesión que quise regresar; pero se quedó en un queriendo porque la siguiente semana me quedé dormida. Fue mi única falta hasta la fecha.

Seguí viniendo y escribiendo. Te presenté con ilusión el que para mí es mi mejor texto y salió abatido de tanta crítica. Algo que veía venir, pero también es sorprendente cómo aspectos que yo pensé que quedaban bien, eran errores.

Chistes y burlas también son tus rasgos peculiares. Eres el lugar donde puedes criticar y reírte de los demás y con los demás hablo de ti. Hay chistes que sólo tú entiendes y situaciones que sólo tú logras. Gente que sólo tú juntas y momentos que tú creas. Tus ojos expresan expectativas. Tu voz es fuerte y también quejumbrosa. Tus manos son duras y firmes, pero las suavizas con guantes que tienen escritas frases como “no te creas”, “es broma” y “tú sabes que te estimo”.

Hay momentos donde Miguel quiere que te vayas y no vengas cada jueves. Hay veces que lo logra, pero de alguna manera mis condiscípulos y yo te seguimos trayendo de vuelta.

Ya estás grande, como ciertos integrantes; sin embargo, sigues teniendo tu chispa, lograda por tu papá y tus invitados. Has hecho que gente logre hitos que nunca pensaron hacer. Si me hubieras dicho que yo publicaría más de tres veces en el periódico Vanguardia Saltillo te habría visto como rarito y hubiera seguido mi camino; pero aquí estoy, aquí estamos y aquí estaremos.

Eres una inspiración para mí, tanto así que te voy a dedicar un libro. Serás mi musa y yo tu pintor; trataré de retratarte de la mejor manera. Siéntete orgullose.

Sigues siendo generoso y paciente. A pesar de que ya no te he dado textos sigues creyendo en mí, pero sobre todo sigues dándome libros, lo cual se agradece porque no las puede la beca.

Me gusta pelearme con Abril, golpear accidentalmente a Andrea, reírme de Natán y tirarle comentarios pasivo-agresivos a Miguel. Momentos que sólo pasan cuando estoy contigo. Bueno, tirarle comentarios pasivo-agresivos a Miguel también pasa sin ti, pero entiendes la idea.

Señor taller, las palabras no expresan lo feliz y agradecida que estoy por estar con usted. Hasta hoy mis textos no están completos si no vengo a que me los critique. Lo quiero mucho y no deje que Miguel lo destruya.

Con mucho amor, su fiel condiscípula, Fátima Sanmiguel.

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Testimonio de la becada

Abril Medina Martínez

Ganar libros que no me gustaban, quedarme con las palabras en la boca al defender alguno de mis textos, regresar a casa con más de 10 copias y tomarme muy en serio el alinear mis chacras para soportar la frustración de que los nuevos miembros del taller se llevaran los regalos que traía Miguel... Eso fue lo que soporté tres años durante mi estadía en el taller.

No me malentiendan, estoy agradecida por haberlo vivido. Mi perseverancia aumentó cuando cada jueves, al llevar mi relato, trataba de cambiar la expresión del profesor, quien no hacía nada más que levantar una ceja, criticarme y devolver la copia para que la trajera corregida la próxima semana.

Supe que no podía dejar de asistir al taller cuando empezaron los chistes internos. Me sentía tan afortunada de haber encontrado un lugar del cual conocía absolutamente todo. Conservé el primer texto que Miguel nos dio para analizar; solo fuimos tres personas esa vez. No recuerdo ahora mismo el título porque ésa era la maña del profesor: presentarnos fragmentos de alguna obra sin darnos el título o autor.

Luego conocí a un exmiembro del taller que me endulzó el oído con todas las maravillas que dijo sobre su antiguo refugio. Fui testigo desde el primer día de cómo se iban integrando o saliendo personas en cada sesión.

Mi vergüenza y timidez se fueron disipando a medida que Miguel traía textos cada vez más peculiares. Confirmándonos que no había nada de malo en las lecturas extravagantes. En el taller había lugar para cualquiera, sin importar lo que leyera o escribiera.

Mi ego creció cuando tuve a Miguel detrás de mí, ayudándome a escribir un cuento que pronto ganó un premio estatal. Sin embargo, mi ego se desvaneció porque leí más de tres párrafos que no eran míos en su corrección como editor.

Aun así, mi autoestima se reconstruyó gracias a los halagos de mis compañeros y palmaditas en la espalda del profesor, que eran avisos de que lo hacía bien. Agradezco todo lo vivido. No lo repetiría si no fuera por ellos una vez más.

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¿Testimonio de un fantasma?

Jesús Natán Cantú Herrera

El profe Miguel cancela el taller en mis jueves libres, también hace rifas y no me saco nada; se le olvida revisar mis textos (he llevado solo uno), se le olvida ponerme en la bitácora y por lo mismo se le olvida que estoy en el taller. Estoy muerto para él.

Todavía que me ignora, el descarado nos pidió una carta sobre nuestras experiencias en el taller y, a pesar de todo, como yo no soy rencoroso, voy a escribirle una.

Cuando entré al CBTa lo primero que quería hacer era entrar al club de biología y, por otro lado, el taller pues estaba ahí.

Quisiera comenzar por decir cómo entré al taller. Mis amigos iban, ¿por qué no ir yo? La primera vez que vine hablaron sobre viajes en el tiempo, bubis, Shrek y la peste negra, o sea, la combinación perfecta para regresar a otra sesión.

Cuando aún estaba en primer semestre, escribí un ensayo que nos encargó el profe para su materia. Mi tema fue un ensayo sobre los sándwiches. Fue el primer texto que le presenté a Mike, fue la primera vez que leía algo mío y le gustaba, aunque fuera un texto de argumentación y no de ficción. Fue lo que me dio la motivación para escribir en el club.

El segundo texto que le presenté al profe y el primero para taller, fue sobre un perro con un nombre un tanto peculiar y con un destino aún sin determinar, pero ciertamente logró que me dieran ganas de escribir aún más en el futuro.

Hablar sobre mis experiencias en el círculo de lectura, es un tanto raro. No he sido el narrador más frecuente; de hecho, estoy terminando esto apenas unas horas antes de que presentemos nuestras cartas. El taller podría ser hogar de los introvertidos; pero, aun así, cada vez que hay una sesión del club y no falto, me siento vivo, aunque “realmente” no lo esté.

¿Qué se escribe en la despedida de una carta? No sé; sin embargo, espero que este testimonio le sirva al profe Miguel para escuchar a los muertos como un médium espiritista y a mí para salir de la tumba. De cualquier forma, para aquellos que lean o escuchen esto, recuerden, soy Natán.

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Testimonio de la oradora

Sofía Jazmín García Hernández

El taller, mi rutina para salir de la rutina. Hasta el día de hoy, Miguel no se ha cansado de contar la historia de cómo llegué a su club y el temor a invitarme por mi repelente fachada. Después de tanta insistencia, horas y horas de rogar, obtuvo éxito (tuve que acceder y quitar mi cara de amargada después de tanto fastidio). No imaginaba que acabaría siendo yo la que exigiera una sesión cada jueves; además, pude sumarlo a mi servicio social. Claro que voy a estar chingando por mi sesión de cada semana.

Ahora no me molesta decir que prefiero ir a taller antes que dormir toda la tarde. En fin, también sabía que tarde o temprano Miguel iba a necesitar de mis habilidades de improvisación, así que me vi en la necesidad de salvarlo con mi oratoria en la presentación de la antología del taller (a la venta en Amazon) y como siempre todo salió bien.

Estar en el taller jamás fue un compromiso u obligación. A pesar de haber alardeado, aquí encuentro lo que necesito. Quiero a mi taller y por ahora no me imagino a mí haciendo otra cosa los jueves que no sea reír hasta que Miguel acaba más rojo que su pluma correctora y claro, escribir un texto de vez en cuando. Y, después de nuestro pan de cada día, el chisme semanal.

Si algún miembro del club lee mi carta: gracias por su amor tan apache, sigamos compensando cada error ortográfico con un chiste de esos que hacen doler el estómago. Francamente no pienso dejar el club durante mi estancia en la prepa y ojalá el mayor fan del Cruz Azul no se queje de que no llevo texto.

Así que, futuro miembro del taller “Ficciones desde el desierto”, espero verte pronto y, como tip del oficio, protege tus ideas antes de que alguien con pluma y papel en mano te las robe.

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Para el taller que no es confesionario

Ruth Elizabeth García Flores

Existen diferentes maneras para que adolescentes inviertan su tiempo de ocio, en especial dentro del bachillerato. Entre tantas opciones y sin pensarlo demasiado, te elegí al instante. Después de pasar casi seis horas al día y cinco veces a la semana en el mismo lugar, algo coherente sería alejarse y descansar mientras es posible. Sin embargo, no me lo puedo permitir mientras continúes con tus sesiones.

En octubre de 2021 comenzó lo que ha sido una de las experiencias más enriquecedoras, mi estancia en el Taller de Narrativa. Tu coordinador Miguel García ha fundado generaciones de jóvenes que los unen intereses en común, entre ellos la lectura y escritura. Estoy agradecida de pertenecer a ese grupo de estudiantes a los cuales nos despertó el interés por la narrativa después de tiempos complicados. Al ser generación post-pandemia, pasamos por diferentes etapas. Al comienzo las sesiones eran entre tres o cuatro personas contando con tu tallerista. Con el tiempo nuestra pequeña comunidad se extendió poco a poco hasta que aquella mesa de concreto no fue lugar suficiente para nosotros.

Hablando desde mi experiencia, la primera sesión fue la más difícil. El comenzar una historia por primera vez, leerla frente a desconocidos (en ese entonces) y al final esperar las temibles críticas. A pesar de eso, asistí cada jueves con motivación para mejorar y ver hasta dónde podía llegar.

Después de narraciones inconclusas, ideas en el baúl y comentarios al margen, logré darle fin a mi primer texto publicado. “Divino origen”, entre muchas cosas, muestra que podemos contar con nuestros padres, que su amor y apoyo son el arma más poderosa (tanto en un mundo de fantasía como en el real). Este primer proyecto nació en uno de los primeros jueves de sesión. Sabía que debía de terminarlo y gracias a ti tuve la oportunidad de divulgarlo, también gracias a las personas correctas por distintos medios, como la revista estudiantil La Tamalera No. V y el periódico Vanguardia Saltillo. A partir de ello, creció mi confianza sobre mis narraciones, lo que me ayudó dentro y fuera del taller.

Como segundo texto que llegó a la letra de molde, se encuentra “El retrato de Bob Ross”. Es el resultado de una dinámica sobre la edad media, viajes en el tiempo y la condena en la hoguera. El famoso pintor se pone en una situación entre la espada y la pared, o mejor dicho el fuego y una viga de madera. Al igual que el proyecto pasado, también se me dio la oportunidad de publicarlo en otra edición de La Tamalera No. VI y el periódico Vanguardia.

A lo largo de estos años, exploramos juntos mundos de fantasía y realidades crudas, hemos creado personajes que cobran vida en cada página y debatido sobre las ideas de los grandes autores que nos han servido de inspiración. Sin embargo, también nos das lugar para dejar el papel de críticos de este arte y ser adolescentes. Si bien nos queda claro que no es confesionario, siempre hay espacio para aquellas pláticas que nos unen como club y nos convierten en algo más que simples conocidos. Cada sesión es un recordatorio constante de cuánto podemos aprender unos de otros, no solo como escritores, sino como seres humanos con historias únicas y experiencias que nos dejan huella.

A los ojos de los demás puede parecer que sigues sin tener un lugar propio adonde pertenezcas y cualquier intento de desalojo es rechazado, pero recuerda que tienes un espacio designado únicamente para ti en cada uno de nosotros.

Ver todo lo que has logrado es una gran satisfacción y nostalgia. Si hablamos de La Tamalera, recuerdo cuando los propios autores eran parte de su elaboración, no solo escribiendo, sino grapando sus páginas y ofreciéndolas en las escuelas del municipio con el fin de darnos a conocer. Ahora la dinámica cambió un poco. Tus páginas son impresas por Amazon y es una opción comprar en línea los nuevos números de este libro.

Al contrario de los cambios, algo que sigue igual son tus ganas de fomentar la lectura. Junto con los miembros de taller seguimos con las visitas a escuelas, pláticas a la comunidad y venta de Tamaleras. Poco a poco hemos logrado mucho. Me alegra que seas conocido, leído, ilustrado y publicado por tantos.

Es difícil imaginar que en poco tiempo no te visitaré los jueves. Ya no pensaré en ideas para comentar, no reiré por tus textos o tendré la esperanza de que los personajes esta vez no mueran. Lo que sí conservaré son las amistades que me has permitido formar, el gusto por las obras de grandes autores y también de aquellos que siguen detrás del reflector. Por los conocimientos en la escritura y, sobre todo, los consejos para la vida.

Por último, gracias por ofrecerme a lo largo de estos años un espacio para expresarme de la mejor manera que sé: escribiendo.

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